A través de la mirada de un asesino

11| Aprobación

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Empujo la puerta de cristal. Enseguida el sonido de distintas voces se hace presente, parecen estar bromeando sobre algo, aunque no alcanzo a escuchar sobre qué, porque se callan en cuanto son consientes de mi presencia, como si estuviesen hablando de algún tema confidencial, cuando la realidad es que tratan de mantener las apariencias y pretender ser oficiales serios y malhumorados.

Pues la tienen difícil conmigo, porque presiento que de ahora en más comenzaré a pasar tanto tiempo aquí como hacía antes de mudarnos en el departamento en San Francisco.

Ahora tengo ocho pares de ojos sobre mí, los cuales me analizan con curiosidad. Seguramente se deba a que no tengo la apariencia de alguien que venga a hacer alguna denuncia o solicitar ayuda.

Carraspeo deshaciéndome de la incomodidad que me inunda repentinamente—. ¿Está el agente Wright?

Al hacer la mención de mi padre una persona más aparece dentro de mi campo de visión. Se trata de un hombre mayor y rellenito, sostiene una dona glaseada en su mano derecha y luce demasiado sonriente, amigable. A diferencia del resto, él no lleva el uniforme azul marino, sino un traje negro, camisa blanca y una corbata color vino.

—Tu debes ser Leisha, la hija de George y Eva. Soy el director Roy.

Dice al tiempo que se pasa los dedos por su bigote, como si buscara deshacerse del glaseado de la dona que pudo haber quedado atrapado en éste. Tras ello, me extiende su otra mano, se la estrecho.

—Tu padre dijo que vendrías —continúa el hombre—. Vamos, te espera en la sala de tiro.

Durante el corto camino —que parece largo por todas las vueltas que hay que dar como si estuviéramos dentro de un laberinto—, lo escucho hablar hasta por los codos.

El director abre la puerta metálica frente a nosotros, al instante el sonido de los disparos se vuelve presente, aturdiéndome momentáneamente por el drástico cambio. Me permite entrar primero, en cuanto él se ha adentrado en la sala, cierra la puerta detrás de nosotros.

Avanzamos a pasos calmados hacia una mesa, en la cual están dispuestos ordenadamente varios protectores auditivos. El director toma un par para mí y luego los propios.

Paseo mi vista por toda la estancia en busca de mi padre, pero no lo veo por ningún lado. El director parece igual de confundido que yo, de manera que comenzamos a andar por la sala en busca de mi progenitor.

Es extraño, al menos si tenemos en cuenta que cada vez que quedábamos de vernos en la estación, ambos éramos puntuales con la hora acordada para ahorrarnos cualquier clase de problema; aunque bien es cierto que en esta ocasión no fuimos muy específicos porque yo no estaba en casa. Así que seguramente solo es que requirieron su presencia en algún lado y él pensó que estaría aquí antes de que llegara.

Estoy a punto de decirle al director que puedo esperar a mi padre por mi cuenta y sentarme en el piso, en una de las esquinas de la estancia para no estorbar. Pero una maraña de cabellos oscuros llama mi atención.

Una idea viene a mi mente, pero dado que mi padre no está aquí, y que las personas en Closwell no me conocen, no tengo la menor idea de cuánta libertad tengo para tomar un arma. De cualquier forma, no pierdo nada con preguntar.

—¿Puedo practicar mi puntería?

El director se detiene en seco antes de girar a verme, su expresión luce entre consternada y sorprendida, dejando claro que no esperaba que supiese disparar. No puedo evitar preguntarme cómo reaccionaría de saber todo lo que mis padres me han hecho memorizar, y en todas las situaciones en las que me he visto involucrada gracias a su trabajo.

—C—claro —tartamudea—. Pediré que te faciliten un arma.

Asiento con la cabeza sonriente. El hombre me hace una seña para que espere aquí mientras él va en busca del arma. Una vez estoy sola vuelvo a repasar la sala en busca de mi padre, aunque está claro que no está aquí.

El director no tarda mucho en reaparecer a mi lado. Me tiende la pistola, una G18, vacilante. En realidad, me hace dudar de si realmente piensa dármela, porque cuando la tomo tengo que forcejear con él un poco porque no la suelta.

—Ten cuidado —dice señalando la pistola con la cabeza—. Tengo cosas que hacer, tu padre no debe tardar, le dejas la pistola a él cuando te vayas. Permiso.

—Gracias.

Con pasos lentos sale de la sala de tiro y, una vez la puerta vuelve a estar cerrada, me dirijo junto al chico. Es inevitable que no llame la atención, después de todo soy la única aquí vestida de civil, además de que soy una menor. Con todo, Álvaro no se ha percatado de mi presencia, o al menos eso me hace pensar.

Siendo lo más discreta que puedo, le doy un repaso completo al chico, quien sigue sin inmutarse. Bien.

Ignorando su presencia me posiciono para disparar, jalo del gatillo y directo al blanco.

Las comisuras de mis labios se estiran lentamente hacia arriba, dándole forma a una sonrisa al instante en que noto la mirada de Álvaro sobre mí. Parece que después de todo, sí he logrado obtener su atención.

Volteo en su dirección, me está viendo con una ceja enarcada—. ¿Cuándo aprendiste a disparar?

—Antes que tú, eso es seguro. —Su mirada irradia curiosidad, así que amplío mi respuesta—. La primera vez fue cuando cumplí 8 años, mi papá me llevó a la estación de policías en la que trabajaban en San Francisco como regalo. —Suelto una carcajada ante su mirada de estupefacción—. Tranquilo, me preguntó antes, y era algo que ya me llamaba la atención, siempre miraba su arma cuando llegaba a casa, y me preguntaba cómo sería empuñarla y disparar. Después de eso comencé a ir seguido a la estación porque quería practicar mi puntería.

Un pequeño silencio se instala entre ambos, es como si estuviera procesando la información que acababa de contarle, de hacerse a la idea de lo que fue realmente mi niñez, o al menos eso supongo por la forma en que el brillo de diversión en su mirada comienza a extinguirse.



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En el texto hay: misterio, poderes, suspeno

Editado: 21.09.2024

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