A través de la mirada de un asesino

27| Culpa

big_0d6e36be9a4a4433b2d8baff39a2e033.pngUna vez más estábamos vestidos de negro.

El día estaba deprimente, el cielo cubierto por una densa capa de nubes grisáceas, parecía que pronto llovería; y todos estaban atemorizados, con una sola pregunta en mente: ¿Quién sería el siguiente?

Si bien es cierto que Cole no fue asesinado, sino que murió por su propia mano, la muerte no parecía querer decirle adiós al pueblo.

Jaeger estaba parado a mi derecha, sostenía mi mano como si quisiera infundirme fuerzas, porque aunque Cole y yo no llegamos a ser realmente amigos, me dolía su muerte y, peor aún, me sentía culpable de ella, responsable por lo que pasó.

No se me ocurrió nada para evitar que se lanzase del edificio y, después, cuando ambos nos encontrábamos colgando del mismo, tampoco pude salvarlo. No debería sentirme culpable, después de todo, fue él mismo quien decidió darle fin a su corta vida, quien decidió no esperar a que nos ayudasen y en su lugar seguirse retorciendo para deshacerse de mi agarre y así caer.

Pero simple y sencillamente no podía evitarlo. Mi conciencia me recriminaba segundo tras segundo que pude haber hecho más, mucho más.

Ni siquiera había podido encontrar al verdadero culpable de los asesinatos pasados y, gracias a eso —y la forma en que Cole murió—, se habían cerrado ambos casos, diciendo que el culpable ya no estaba más en este mundo.

Eso tampoco logró que la gente se sintiera segura. En su lugar, solo había logrado que el adolescente más popular del pueblo fuese repudiado, y casi nadie había venido a su funeral.

Solamente estábamos presentes, además de su familia, Rafael —uno de sus amigos—, mis amigos y Jaeger —y solo porque de algún modo logré convencerlos de venir—, y el pastor, que se encontraba diciendo algunas palabras, pero era un pésimo actor, a leguas se notaba que no quería estar aquí.

—Esto no es justo —se queja Álvaro cuando el servicio concluye.

Y, como si el clima deseara hacernos sentir peor, el cielo se rompe y la lluvia comienza a descender a cántaros sobre nosotros. No traje mi paraguas conmigo, tampoco hago ningún amago de refugiarme de la lluvia.

—Perdón —murmuro sintiendo un escalofrío recorrerme entera—. Ha sido culpa mía.

Álvaro deja escapar el aire retenido en sus pulmones sonoramente, niega con la cabeza y tras terminar de abrir su paraguas nos cubre a ambos con él.

—Ya hablamos de esto, Leisha —dice rendido—. No ha sido culpa tuya. Cole no estaba bien mentalmente, lo vimos en su mirada ese día. Algo le pasó el día que estuvo desaparecido, y en lugar de pedir ayuda decidió acabar con todo él mismo.

—Pero...

—Nada de peros —me corta—. Solo déjalo estar, ya no hay nada que podamos hacer, ya no está.

—Podemos resolver los casos, al menos así no lo recordarán como un asesino.

—Los casos se cerraron. Se acabó, Leisha.

Pongo los ojos en blanco, no podía estar hablando en serio, se trataba de su hermano. Alzo la cabeza para hacer contacto visual con él y cualquier cosa que pensaba decirle muere en mi garganta, porque veo en su mirada cuánto le ha dolido decir eso.

Si bien es cierto que Cole no era ni la mejor persona del mundo, mucho menos un santo, no merecía estar en esta situación. Nadie lo merece.

Y comenzaba a creer que quizás estaba mejor así, ya que en caso contrario, si siguiera con vida, estaría siendo procesado por cometer un crimen que dudaba mucho hubiera cometido. Él mismo lo dijo justo antes de morir, y no creía que estuviera mintiendo. Pero nadie más en el pueblo le creía y, sin una coartada sólida, era la persona perfecta para volverse un chivo expiatorio para darle fin a ambos casos.

Jaeger suelta mi mano, rápidamente lo busco con la mirada. Me hace una seña, indicándome que irá con los chicos. Frunzo el ceño extrañada, pero no digo nada, en su lugar asiento con la cabeza y acompaño a Álvaro con sus padres para darles el pésame.

Todo era llanto con ellos, un completo desastre. El señor Nelson trataba de calmar a Hannah y Jayden que no podían entender por qué su hermano mayor ya no estaba con ellos, Katherine también lloraba por su hermano, pero trataba de lucir fuerte por el bien de los mellizos y la señora Nelson estaba hincada a los pies de la tumba de su hijo con las lágrimas nublando sus ojos.

Me siento en el piso junto a su madre y leo la inscripción en la lápida: <<Cole Nelson. 2064- 2082. Hemos compartido alegrías y tristezas; hoy no solo te decimos adiós a ti, sino también a una parte de nosotros mismos. Vivirás por siempre en nuestra memoria>>.

Después de unos segundos la señora Nelson me envuelve en sus brazos con fuerza.

—Gracias por estar con mi niño, por intentar ayudarlo.

—No tiene que agradecerme nada. —Niego con la cabeza—. No fue suficiente.

Paso un rato con ellos, escuchándolos contar algunas anécdotas que vivieron con Cole, unas de ellas más alegres que otras.

Conforme se va haciendo tarde la lluvia también disminuye, hasta que no es más que una simple llovizna.

Me despido de la familia Nelson, dejando para último a Álvaro. Le doy un fuerte abrazo al chico, sintiendo mi brazo escocer por la fuerza imprimida.

—Tú y yo tenemos un plática pendiente.

—No lo vas a dejar así, ¿no es así? —cuestiona, adivinando mis intenciones.

—No —niego—, no puedo. Y tú tampoco deberías. Piénsalo, te hablo en unos días.

Algo en mi interior me decía sin parar que Cole no había sido el culpable, y seguía pensando en que todo se trataba de un asesinato en serie, así que no descansaría hasta encontrar al verdadero culpable detrás de todo. No podía permitir que más gente siguiera perdiendo a sus seres amados como si de nada se tratase, mi conciencia jamás me lo permitiría, porque a pesar de ser una adolescente, gracias a mis padres, tenía el conocimiento necesario para darle cierre a un caso policiaco por mi cuenta. Así que, aun si mis amigos dejasen de apoyarme en esta locura, no pararía hasta sentirme tranquila conmigo misma.




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