Todo es confuso, mi cabeza no para de dar vueltas y siento que en cualquier momento voy a vomitar.
No puedo ver nada a mi alrededor, y no, no es porque tengo una venda en los ojos o cualquier cosa que me obstaculice la vista, sino porque todo está a oscuras.
Estoy tendida sobre algo mullido y cómodo, pero eso no quita la incomodidad y ardor que siento en las muñecas, las cuales deduzco que me han atado con una cuerda.
Me impulso con la parte superior del cuerpo para sentarme sobre el colchón.
Todas mis alertas están encendidas y trato de hacer uso de mis otros sentidos para obtener algo más de información respecto a dónde estoy.
No se escucha nada alrededor. Tampoco huelo nada que me sea familiar, no encuentro ese olor a árboles, flores y humedad que se distinguía en cualquier parte del pueblo. La temperatura también es distinta, hace más calor aquí del que sentía cuando estaba en casa, peleando con Jaeger; me pregunto si es obra del aire acondicionado.
Ahora que me detenía a pensarlo, ¿Jaeger estaría bien? ¿Estaría aquí conmigo? Pruebo a decir su nombre, pero no hay respuesta alguna. ¿Existía la probabilidad de que estuviera encerrado en otra habitación?
Más preguntas que respuestas bombardean mi mente. Y, aunque no tenía ninguna prueba de momento, todo me gritaba que la mafia que buscaba a mi papá al fin dio con nosotros.
Contemplo la posibilidad de ponerme de pie y buscar una salida, pero no poder ver absolutamente nada y no saber qué hay a tu alrededor no son una muy buena combinación que digamos. De modo que me concentro en tratar de deshacer el nudo de la cuerda.
...
No tengo la menor idea de cuánto tiempo llevo aquí encerrada. Pero, finalmente, los estragos que había provocado el sedante que tenía el explosivo en mi cuerpo han desaparecido por completo. Ya no me siento mareada ni cansada.
Por primera vez en lo que supongo han sido varias horas, se escucha ruido fuera de la habitación.
Las pisadas van y vienen, pero hay un par que se detienen en lo que supongo es la puerta. También se escuchan pequeños murmullos, como si alguien estuviera manteniendo una discusión.
Tras algunos minutos, por fin abren la puerta. Se escuchan más pasos. La madera de lo que parecen ser escalones cruje con cada paso que dan. Segundos más tarde se enciende la luz.
Lo primero que distingo es un cuerpo alto, delgado pero musculoso, pero sobretodo que me es demasiado familiar.
Mis ojos se abren como platos de la sorpresa y, cuando nota que lo he reconocido una sonrisa diabólica se asoma en su rostro.
—¿Marco?
—El mismo, nena —asegura, con una tinte de diversión—. Veo que ya estás en tus cinco sentidos, es un alivio. Por un momento creí que había usado demasiada droga —divaga—. Pero vamos, nena, di algo, no te quedes callada, creo que tenemos mucho que contarnos, desapareciste de un día para otro.
Abro la boca para decir algo, mas la cierro prácticamente al instante. No voy a negarlo, estoy en shock, pero es que no veo qué pinta Marco, ese chico torpe y dulce, en todo ésto.
—Te voy a contar una historia, tal vez eso te ayude a ordenar las ideas en tu cabeza. —Sus ojos chispean emocionados, al borde del éxtasis—. Un adolescente ingresa en una nueva escuela al poco tiempo que el papá de una de sus compañeras empieza en su nuevo trabajo. —Mi mente ya comenzaba a trabajar a toda velocidad, pero simple y sencillamente no daba crédito a las imágenes que se proyectaban en mi mente—. Después de todo el Don no se fiaba del todo de su nuevo empleado, así que mandó al Sottocapo, su hijo, a hacer el trabajo sucio. El muchacho decidió adoptar una nueva personalidad, así no habría modo de relacionarlo con quien realmente era. Hizo todo por acercarse a la hija del trabajador, pero la chica era demasiado cerrada, aunque no lo aparentara, así que se propuso enamorar a su mejor amiga, no le salió tan bien la jugada, pues ella era un alma libre y prefería a los chicos malos sobre los buenos, pero no podía cambiar su conducta tan drásticamente, ¿verdad? Los días pasaron y él cada día iba ganándose más un lugar en su grupo de amigos. Pero un día el trabajador se reporta enfermo, se le da el día libre... Es curioso, ese mismo día algo de gran valor se pierde en la mansión y después de eso no se le vuelve a ver al trabajador ni a su hija por ningún lado, era casi como si se hubieran desvanecido, claro, hasta que ocho meses después los encontraron alojándose en un pueblito de Canadá. ¿Te suena la historia?
—Ahora tienen sentido todas esas veces que me diste una mala impresión.
—Le hubieras hecho caso a tu sexto sentido, nena —se burla—. Tienes el poder de descubrir las intenciones que tiene la gente contigo en un segundo, puedes categorizarlos como buenos y malos, y lo desaprovechas por una tontería como la moral. ¿Sabes lo que yo daría por tener a alguien con tu habilidad a mi lado? Podrías llegar a ser Consigliere sin ningún esfuerzo, claro, antes tendrías que demostrarme tu lealtad con algo tan sencillo como devolverme lo que tu padre robó.
No tenía sentido lo que decía, qué podía robarles mi padre. Se suponía que estaba trabajando en cubierto para conseguir pruebas que los incriminaran, para poder apresarlos de una vez por todas. Pero eso nunca significó robar algo, se trataba de tomar fotografías, contarle a la policía sobre sus planes para así atraparlos con las manos en la masa.
Se mantiene callado, es como si esperara una respuesta por mi parte.
—Es una pena, porque no estoy interesada.
Se pone de pie de golpe y camina con una gracia envidiable hasta donde estoy. Nunca lo había visto tan confiado, imponente. No se detiene hasta que la punta de sus zapatos choca con el colchón.
—¿No quieres saber qué más hizo tu padre? —No me interesa oír cualquier otra cosa que salga de su boca, después de todo qué me asegura que no me esté mintiendo—. Mejor aún, ¿por qué no lo ves por ti misma?