Restriego mis manos en la cara, frustrado. Ya ha pasado más de una semana desde que secuestraron a Leisha, y la policía no ha encontrado nada.
La ansiedad estaba creciendo en mi interior con cada día que pasaba. Necesitaba saber que estaba bien, a salvo, y parecía que estaba muy lejos de averiguarlo.
Gracias al trato que teníamos Álvaro y yo, él me mantenía al tanto de todo lo que hablaban en la estación de policías. Al parecer, necesitaban una especie de orden para poder presentarse en la casa donde trabajaba el señor Wright anteriormente, pero para obtenerla necesitaban contactarse con la estación de policías en San Francisco, hablar con la embajada y no sé cuánto teatro más.
La cuestión era que estaba perdiendo la paciencia, y no aguantaría mucho más sin hacer justicia por mi propia mano.
Ya ni siquiera podía dormir por las noches, o quedarme sin hacer nada, porque entonces mi mente divagaba y se imaginaba una serie de escenarios demasiado desagradables como para pensar que pudiesen volverse realidad o que ya eran una realidad pero yo todavía no lo sabía.
Pensar que no había podido salvar a mi mamá e imaginar que lo mismo podía pasar ahora, acababa conmigo, me destrozaba el alma. Y, si bien es cierto que si actúo por mi cuenta no tendría que preocuparme por el dinero gracias a los ahorros de mi padre, si me preocupaba el hecho de que no lograría nada más que por medios ilícitos, eso significaría aumentar un par de años a mi segura condena. Pero era eso o no hacer nada, y ya no podía seguir con los brazos cruzados.
Decido que por la tarde hablaría con Álvaro, no pensaba actuar solo, si algo pasaba necesitaba saber que habría un plan B para salvar a Leisha, pero, si la policía se involucraba no permitiría que Álvaro se viese afectado mis malas mañas.
...
Las horas pasan y más pronto que tarde ha comenzado a atardecer. A eso de las seis Álvaro me envía un mensaje diciéndome que en unos 10 minutos estaría en mi casa.
Pasa exactamente el tiempo que se había predicho cuando suena el timbre, me pongo de pie y camino hasta la puerta. La abro, y me recibe la imagen jovial del policía y mi temporal aliado. Me hago a un lado para dejarle pasar y, una vez lo ha hecho, cierro la puerta, no sin antes asegurarme de que nadie lo haya visto entrar. Como dije, no quiero que lo relacionen conmigo y traerle problemas, solo quiero que las cosas se solucionen ya.
—¿Alguna novedad? —pregunto.
Álvaro niega, luciendo tanto frustrado como preocupado.
—Su padre está perdiendo los estribos.
Y vaya que no era el único, pienso.
—Tengo algo en mente, pero no sé qué tanto te vaya a gustar.
Enarca una de sus cejas, suspicaz. Estoy seguro de que su mente ya ha comenzado a imaginar que no me refiero a cosas muy lícitas que digamos.
—Ilegal, ¿no es así?
Asiento con la cabeza, torciendo la boca—. No sé qué tanto les ha dicho el padre de Leisha al investigar el caso, o qué tanto sepas tú, pero supongo que confiaré en ti... al menos por esta ocasión —inicio con mi conversación. Llegamos a la sala y me dejo caer desbargadamente en uno de los sillones, Álvaro se sienta de modo que queda frente a mí—. El señor Wright estuvo en cubierto, trabajando para la mafia italiana. Algo salió mal y lo descubrieron, como imaginarás, están en problemas y por eso se han mudado. Son los únicos que se me ocurre que podrían haberse llevado a Leisha, y si es cierto que su padre trabajó para ellos debe de tener, o haber tenido, alguna forma de comunicarse con ellos. —Álvaro me devuelve la mirada como si no entendiera a dónde me dirijo con todo esto, así que me explico mejor—. Mi idea es hackear el celular del señor Wright, encontrar el número con el que se contactaba para hackearlo también, descubrir si ellos se llevaron a Leisha y, si es así, ir por ella.
Álvaro se talla el puente de la nariz. Alza una mano y me hace una seña como diciéndome que espere un momento—. Déjame ver si entendí, después de hackear no sé cuántos aparatos electrónicos, planeas atacar una segura mansión más que protegida por tu cuenta.
—Sí, básicamente.
—Dame un par de días. —Suspira, taciturno, sabe que lo que está por decirme no va a agradarme—. Sé que estás preocupado por ella, yo también, y es horrible quedarse de brazos cruzados, pero todavía tenemos una oportunidad de resolver esto de manera legal, intentémoslo. Mañana llega el correo de la estación de policías en San Francisco, tal vez haya algún avance, si no, pondremos en marcha tu plan.
No muy convencido acepto su trato, con una sola cosa en mente: Amor, por favor, resiste.
Nuestra conversación no dura mucho más y pronto me encuentro despidiendo a Álvaro. Lo veo ir hasta su casa desde la puerta y, tras algunos segundos, me encierro en mi propia casa. Todavía era temprano, pasaditas de las siete.
Voy a la cocina y me sirvo algo de cereal en un cuenco, vierto la leche y me siento a comerlo en la isla.
Cuando termino apago todas las luces y subo a mi habitación. Tal vez, si me duermo temprano, el tiempo pase más rápido.
Me preparo para ir a dormir y, una vez con el pijama puesto, me acuesto en la enorme cama.
Dejo divagar mis pensamiento, y éstos me llevan al día en que vine al mundo. Nací un 5 de noviembre, del 2064 si soy más específico; en una familia que ni era pobre uni millonaria, aunque sí bien establecida. Mi padre, maestro en una de las universidades más prestigiadas de Toulouse, y mi madre, enfermera en un hospital privado.
No recuerdo prácticamente nada de mi vida antes de los 5, solo recuerdo vagamente haber pasado algunas tardes en el parque de la colonia, corriendo por el lugar o pidiéndole a mi madre que me empujase más alto en el columpio. Y la sensación de seguridad que me embriagaba nada más estar entre los brazos de mamá. También recuerdo que en ese entonces era un niño demasiado afectivo. Pero, a partir de los 5, mis memorias se tornan un tanto más... dolorosas.