Me tomó más tiempo del que esperaba encontrar a los desgraciados que se llevaron a Leisha pero, después de una ardua búsqueda y muchas noches en vela, por fin tenía la información que necesitaba para ir a rescatarla.
Paso de estar viendo por la ventana del avión a enfocar mi vista en el chico que está a mi izquierda. Álvaro. Se había negado a quedarse en casa y esperar por obtener noticias mías en algún momento, así que aquí estábamos, volando a nuestro país vecino en busca de la chica que me tenía vuelto loco.
No podía dejar de pensar en ella, en imaginarla, su cercanía, su aroma. Ha sido horrible este mes con su ausencia y ni siquiera sé cómo he logrado que los chicos, sus amigos, no se preocuparan por ella y no metieran sus narices en este asunto.
Con ayuda de Álvaro se nos ocurrió decir que estaba de vacaciones con su mejor amiga, Tessa, en San Francisco, era un alivio que nos hubiesen creído, sobre todo cuando la pregunta del por qué no se había despedido inundó su mente, además de por qué no contestaba los mensajes y llamadas.
Todo lo que sentí esas semanas sin ella fue rabia. Veía rojo, y sabía lo que eso significaba. Quería acabar con cualquiera que le hubiera puesto las manos encima, y sabía que si la encontraba malherida, con cualquier rasguño, me sería imposible contenerme, cuando la idea era tan simple como drogarlos a todos, entrar por ella y salir de ahí, nada de drama, nada de acción.
—Sigo sin entender cómo conseguiste todo lo que necesitamos en tan poco tiempo —susurra Álvaro, llamando mi atención. Le devuelvo la mirada algo perdido—. Y mucho menos cómo lograste meterlo en el avión.
Me encojo de hombros.
La verdad, esa fue una tarea demasiado sencilla. Ahora la seguridad se preocupaba más de neutralizar nuestros poderes durante el vuelo que por lo que pudiéramos ocultar en nuestras maletas. Además de que todo era tan sencillo de hackear que daba risa.
Álvaro fue el primero en pasar a esa zona donde revisan tu equipaje, yo me quedé más atrás, parado en una punto donde podía ver exactamente cuándo sería su turno pero sin verme sospechoso. Fingía que intercambiaba mensajes con algún amigo mientras la fila iba avanzado. Cuando faltaba uno para su turno simplemente tuve que entrar a una aplicación que tenía enlazada al escáner del aeropuerto para hackearlo e intercambié la imagen que ahí aparecía por una que había elaborado semanas atrás, de modo que no aparecieran los envases donde teníamos la droga que usaríamos. Álvaro iba que se cagaba del miedo, pero logró mantener la calma en todo momento. Una vez pasó, guardé el celular en el bolsillo de mi pantalón y me formé llevando mi propia maleta.
—Sé que no controlas del todo tus poderes, y que el entrenamiento, aunque intensivo, no logrará mucho —digo. Álvaro me mira de mala gana, molesto porque le esté restregando algo que ya sabe—. Pero si nos disparan ten en cuenta que te estoy confiando mi jodida vida, eh, que no quiero regresar como un colador.
Hasta el momento solo había bromeado así con Leisha, pero desde que su secuestro me llevó a tener que convivir con Álvaro casi a diario nos hemos vuelto... cercanos. En un universo paralelo en el que no estuviera tan roto y desecho quizás seríamos amigos. Y eso que no me explico cómo es que no he recibido una paliza de su parte por haber matado a su hermanito.
Álvaro estira la comisura de sus labios en una sonrisa e intenta atraer a sí la revista que está en el respaldo del asiento de enfrente, pero no lo logra.
—¿Cuánto tiempo se supone que no podremos usarlos?
—Siete horas. —Parecía demasiado, pero eran apenas unos minutos más de lo que duraba el vuelo.
...
Me despierto por el impacto de las ruedas con el pavimento, desconcertado. ¿En qué jodido momento me quedé dormido? Tal vez eran las noches en vela pasándome factura.
Volteo a mi costado y noto que Álvaro aún está en el quinto sueño, así que llevo mi mano a su hombro y lo sacudo para despertarlo.
Una vez se despereza, nos ponemos de pie, sacamos las maletas del compartimiento sobre nuestras cabezas y bajamos del avión.
Sorteamos a la personas a nuestro alrededor hasta la salida, donde nos encontramos con una chica morena que sostiene un cartel con nuestros nombres.
—¿Qué carajos? —exclama Álvaro, enseguida vuelve su vista hacia mí y me mira molesto—. Creí que no querías involucrar a más personas. Qué significa ésto.
—Significa que somos dos idiotas que no conocen la ciudad en absoluto y que necesitan ayuda para acabar con este circo lo más pronto posible —respondo, a la defensiva.
Y era cierto, no quería a más gente involucrada porque eso significaba que podían ensuciarse con mis trapos sucios, pero necesitaba su ayuda si quería dar con Leisha pronto. Además, si cualquier cosa pasaba, no teníamos la menor idea de dónde quedaban los hospitales, cómo movernos por las calles de la ciudad, no sabíamos absolutamente nada, así que sí, recurrí a la mejor amiga de Leisha y solo esperaba que todo saliera lo mejor posible para ocupar su ayuda lo menos posible.
Le doy un empujón a Álvaro para que se calle y empiece a caminar en dirección a la chica. Cuando ella distingue que caminamos hacia ella nos muestra una bonita sonrisa, aunque ésta no llega a sus ojos. Está preocupada, ansiosa, lo noto de inmediato.
—Gracias por ayudarnos —digo apenas llegamos a su lado.
—Lo que sea por Leisha.
Salimos del aeropuerto y caminamos hasta el estacionamiento donde está su auto esperándonos.
—¿Y bien? — pregunta Tessa, rompiendo con el denso silencio—. ¿Cuál es el plan?
—Que te involucres lo menos posible —respondo. Enseguida busco una libreta en mi maleta donde tengo algunas direcciones y detalles importantes anotadas. —¿Puedes llevarnos ahí? —Señalo la primera dirección.