Me despierto con calma, sabiendo perfectamente lo que tengo que hacer, como cada noche. Miro el reloj: son las 3:00 AM. Es hora de irme.
Salgo de la casa y dejo que el aire frío me envuelva mientras alzo el vuelo hacia mi estrella. La cruzo con facilidad, sintiendo esa energía familiar recorrer mi cuerpo, y en un instante llego a mi isla. Al aterrizar, noto algo peculiar: tres autos estacionados en la entrada.
Mis amigos, los hermanos de Edward, tienen una extraña fascinación por los coches negros. No importa el modelo ni el estilo, siempre que sea negro, lo compran. La única excepción es Emmet, quien prefiere una camioneta blanca, tan luminosa como su gema. No puedo evitar reír al recordarlo, es tan único.
A medida que me acerco, distingo los vehículos: un Toyota Hilux 4x4, que según los hermanos de Edward es el rey de los caminos. Cristian, el dueño, casi no lo usa porque pasa la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Sus hermanos, por supuesto, no pierden la oportunidad de tomarlo prestado. También está la icónica camioneta blanca de Emmet y, por último, otro Hilux que seguramente pertenece a uno de los hermanos.
Cruzo la entrada y me recibe Protocolo con un educado "Buenos días". Respondo en el mismo tono, agradecida por su amabilidad. Camino hacia la cocina, donde el aroma de la tranquilidad matutina me envuelve, y finalmente me dirijo a mi habitación.
*Parece que todos siguen dormidos*– Pienso mientras cierro la puerta tras de mí.
Me dejo caer en la cama, agotada.
Viajar entre dimensiones tiene su precio. Cuando estoy en la Tierra, parto a las 3:00 AM, y al llegar a NJ, ya es de mañana, alrededor de las 8:00 AM. Sin embargo, cruzar entre ambos mundos toma cerca de 45 minutos, así que siempre me queda un pequeño margen para descansar.
Me acomodo bajo las sábanas, dejando que la calidez me envuelva. Lentamente, cierro los ojos y me entrego al sueño, un breve respiro antes de enfrentar un nuevo día.
////Tiempo después\\\
–¡A levantarse, ya amaneció, el gallo ya cantó!–grita Edward con su energía habitual.
Eduardo sale de su habitación bostezando, con los ojos entrecerrados.
–Pero... pero si aún es temprano, y además aquí no hay gallo–responde, confundido.
Edward, divertido, dice:
–Ah, es cierto... ¡Protocolo! Hazle como gallo.
Quienes escucharon la ocurrencia estallan en risas mientras, poco a poco, todos comienzan a salir de sus cuartos y se reúnen en la sala. Protocolo, siempre atento, empieza a servir los desayunos.
–¿Y Bri?–pregunta Edward a Alex, que estaba a su lado.
–Creo que sigue dormida. Voy a despertarla, ya vuelvo–dice Alex mientras se levanta y se dirige hacia mi habitación.
Toca suavemente la puerta.
–Emmm... ¿Bri? ¿Estás despierta?–pregunta, pegando la oreja contra la puerta. Al no recibir respuesta, la abre con cuidado y entra.
–¡Vete de mi cuarto! Aún es temprano–murmuro mientras me acomodo y me doy la vuelta.
–Bella Durmiente, ya son las diez–dice, sentándose al borde de mi cama.
–¡¿Qué?! ¡No puede ser!–exclamo al saltar de la cama. En mi apuro, le tiro la cobija en la cabeza. Alex, enredado, pierde el equilibrio y termina en el suelo.
No puedo evitar reírme de él. Con un movimiento de mi mano, lo hago levitar y lo pongo de pie.
–Anda, fuera de mi cuarto. Tengo que cambiarme–le digo entre risas.
Aún mareado, Alex se va. Yo me adentro al baño, me doy una ducha rápida y me cambio. Me pongo una camisa blanca ajustada de tirantes, un pantalón alto roto en las piernas, mis tenis blancos y una chaqueta negra corta. Finalmente, me hago una coleta alta y estoy lista.
Al salir de mi cuarto, bajo las escaleras hacia la cocina. Ahí encuentro a Piter, escondido entre la puerta de la nevera y la pared, devorando algo.
–¿Qué haces?–le pregunto, arqueando una ceja.
–Eh... es que se metió una araña en la nevera–responde nervioso.
–Ahhh, una araña–repito, conteniendo la risa.
–Sí, sí, una araña. Estoy intentando sacarla–dice mientras sigue comiendo.
–Me alegra que intentes sacarla... metiendo las manos en el pastel–lo interrumpo con una mirada de incredulidad.
Piter suspira.
–Vale, no hay araña. Tenía hambre–admite, poniéndome una cara de cachorro para que no le diga a Steven, dueño del pastel.
–No le diré nada, pero la próxima vez pídeselo a Protocolo. ¿De acuerdo?–le digo.
–Awww, por eso te quiero–responde, dándome un abrazo y dejando glaseado en mi mejilla.
–¡Ay, no! ¡Suéltame! Me estás llenando de glaseado–protesto. Pero él, desvergonzado, se ríe y sale corriendo.
Agarro un sartén para darle su merecido, pero justo en ese momento entra Jack Frost y me lo quita de las manos.
–¿Qué haces? No me digas que ibas a pegarle a Piter–dice con una mezcla de reproche y diversión.
–¿Yo? ¿Pegarle? Jajaja, claro que no. Solo iba a darle un masaje en la cabeza–respondo, fingiendo inocencia.
Jack suspira, llevándose una mano a la barbilla.
–Déjame adivinar: ¿Piter te hizo enojar y ahora quieres venganza?
–Vale, lo admito. Sí quería darle un sartenazo... pero con cariño–me río.
Él también ríe, pero luego se fija en mi cara.
–¿Y eso que tienes ahí?–pregunta, limpiándome con suavidad el glaseado de la mejilla. Su mirada se encuentra con la mía, y el tiempo parece detenerse. Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente.
–¡Hey, chicos! ¿Han visto las llaves de mi...?–interrumpe Edward al entrar. Al vernos, sonríe con picardía.–¿Interrumpo algo?
Jack, nervioso, responde rápidamente:
–¡No! No interrumpes nada.
Edward se ríe.
–¿Están listos para la salida? Tienen una hora para alistarse, así que prepárense para lucir cool–dice antes de marcharse.
Jack me mira, intentando ocultar su vergüenza.
–Será mejor que te alistes. Nos vemos en un rato–dice, saliendo rápidamente de la cocina.