Llegué a Nunca Jamás; la mañana se vestía de hielo y el sol apenas empezaba a teñir el cielo. La casa de Edward se recortaba en la distancia mientras me dirigía hacia la costa, sintiendo la fatiga del viaje en cada paso.
– Buenos días, princesa – me saludó Protocolo en la entrada después de que entré a la casa –.
– Hey, hola. ¿Y los chicos? – pregunté cerrando la puerta con suavidad.
– Aún no se han despertado, princesa. Llevaré su desayuno a sus alcobas si así lo desea – ofreció Protocolo.
– Prefiero comer después... ahora necesito descansar – me sentía más exhausta de lo habitual, así que me apresuré a entrar a mi habitación y me dejé caer en mi cama –.
Dos horas después.
– ¡¡¡ARRIBA!!! – exclamó Edward, despertando a todos.
Su voz resonó en cada rincón de la casa; casi caigo de la cama por el estruendo.
Me levanté, restregándome los ojos.
*Siento que no dormí nada*.
El sol ya deslumbraba por mi ventana; la abrí de par en par y sentí la suave brisa helada que fluía desde afuera. Cambié de ropa y salí de mi cuarto; algunos de los hermanos de Edward ya se encontraban en la sala.
Al salir de mi cuarto, vi a Edward parado en la entrada de su habitación, estirándose y luego deslizando sus manos desde sus piernas hasta alzarlas arriba, diciendo "Flor de la mañana". Recordé esa frase desde que era pequeña, y hasta la fecha, siempre la repetía cada vez que se levantaba por la mañana.
– Hasta que decidiste despertar. ¿Cuántos decibeles más necesitaba alcanzar para sacarte de tu habitación? – Sonrió y se internó en su habitación, cerrando la puerta..
Cristian pasó a mi lado, atravezando el pasillo, sin siquiera dirigirme un saludo y se adentró en la habitación de Edward.
*Es extraño, ni siquiera se molestó en saludar.*
Descendí a la sala, donde los hermanos de Edward compartían risas y charlas entre ellos. Protocolo, siempre imperturbable, se ocupaba de servir el desayuno con su típica serenidad. Tomé asiento en uno de los pequeños taburetes junto a la elegante isla de la cocina.
– ¡Buenos días, chicos! – saludó Alex con su característica energía.
Los demás, con la destreza de veteranos, se lanzaron sobre Alex, arrastrándolo entre risas mientras él forcejeaba por liberarse.
– ¡Provecho, señorita! – exclamó Protocolo, atrayendo nuevamente mi atención mientras depositaba mi desayuno en la pulcra isla. Mientras saboreaba la deliciosa comida, la armonía fue interrumpida de manera abrupta por la entrada triunfal de un enorme dragón.
– ¡CHIMUELO! ¿¡CUÁNTAS VECES TE LO HE DICHO!? – regañó alguien con autoridad.
*¿Eso fue Hipo?*
Al observar con más detenimiento, confirmé que sí, era Hipo quien tiraba de una de las enormes alas de Chimuelo. Con un rápido movimiento, teletransporté a Chimuelo al interior de la casa, desencadenando un caos momentáneo y atrapando la atención de todos los presentes.
– ¡Oh no! No sabes el error que acabas de cometer – advirtió Hipo con preocupación.
– ¿Por qué? – pregunté sin comprender. El sonido de gritos y cosas quebrándose me hizo obtener la respuesta.
Al mirar hacia la sala, vi a Chimuelo saltar de un mueble a otro, derribando algunas decoraciones, incluyendo el jarrón que días atrás habíamos reparado Jack y yo.
*Ja, no sé si enojarme con Chimuelo o agradecerle la salvada de la paliza que nos esperaba a Jack y a mí. Hablando de Jack... ¿Por qué aún no ha llegado?*
– ¡CHIMUELO! ¡Baja de ahí ahora! ¡Suelta eso, suéltalo! – ordenó Hipo, pero Chimuelo corría por toda la casa con uno de los cojines del sillón en la boca. Al mirar hacia las escaleras, vi que Edward venía con Cristian.
*Va a matarnos si ve este desorden.*
Corrí hasta acercarme lo suficiente a Chimuelo, lo teletransporté fuera de la casa junto con Hipo, quien aún luchaba contra su dragón por quitarle el cojín. Los hermanos de Edward, con su velocidad vampírica, recogían y ordenaban todo. Luego, nos sentamos en los muebles como si nada hubiera sucedido, aunque el caos seguía flotando en el aire como un recordatorio de la peculiaridad de nuestra vida cotidiana.
– ¡Buenos días, Hermanos! – saludó Cristian a medida que se acercaba.
Respondimos con un saludo para disimular nuestros nervios por el desorden que había causado Chimuelo.
– Chicos... Cristian y yo tenemos algo que decirles – dijo Edward con un tono tranquilo que no aliviaba la tensión.
Nos miramos entre nosotros, sintiendo la importancia de sus palabras reflejada en la seriedad de sus voces.
– Yo también tengo algo que decir... – murmuró Eduardo con la misma seriedad, incrementando la intriga en la habitación. Alex rompió el patrón con su típico estilo entusiasta.
– ¿Qué casualidad?... yo también quiero decir algo – añadió Alex, aumentando aún más la extrañeza.
– De acuerdo, comiencen ustedes – dijo Cristian, llevando las manos a la espalda.
– ¡Yo comenzaré! – exclamó Alex con entusiasmo – Edward… Si desgraciadamente te pasara algo... ¿Me dejas tu casa? – Edward le dio un zape y le gritó.
– ¡Pensé que era algo malo, imbécil!, ¡Ahhh! – suspiró – Bueno, ahora tú, Eduardo... ¿Qué ibas a decir? – Eduardo se volvió a sentar y dijo.
– Es que… yo también te iba a pedir eso – sonrió inocentemente, Cristian suspiró y llevó sus dedos a su tabique nasal con estrés.
– ¡Ya déjense de tonterías! – exclamó Cristian con disgusto – ¿Cuándo será que se tomarán las cosas con seriedad? – Todos respondieron que "se tomarían las cosas con seriedad, hasta que Alex muriera", y Alex, estando hasta atrás de todos, confirmó la respuesta.
Luego de que todos se quedaran finalmente serios, Edward prosiguió hablando.
– Chicos... ya estoy sano en un 80% – nos alegramos mucho de que Edward ya estuviese recuperado – Los medicamentos de mi hermano me ayudaron mucho a combatir el veneno lobo, pero si volviese a ocurrir, mi cuerpo no lo soportaría – dichas esas palabras, el silencio reinó en el lugar; sabíamos que no podíamos arriesgarnos a que Edward saliera lastimado nuevamente, pero él es un elemento fundamental en los guardianes.