A través de la Segunda Estrella

No te sientas mal por mí...

Narra Jack Frost.

Me encontraba cerca del punto de encuentro acordado, luchando por avanzar a pesar del dolor punzante en mi cabeza y la fatiga que me embargaba. Pero, ¿cuándo me he detenido por algo así? Soy Jack Frost, rendirme no está en mi vocabulario.

Mi mente seguía atormentada por lo que acababa de hacer. ¿Cómo pude soltar esas palabras frente a Bri? Es la verdad, sí, pero, no pasé día y noche escribiendo y memorizando una carta de 13,567 palabras declarando mi amor, a solo decir "eres el amor de mi vida".

*Te vuelves patético cuando se trata de Bri*– me regañó la voz en mi cabeza.

Finalmente, divisé a mis amigos a lo lejos, corriendo hacia mí para recibirme. Ahora que había logrado encerrar a Bri en la esfera de contención, solo quedaba regresar a casa, esperando que Cristian estuviera allí.

Narra Jack Jey.

–¡Eres una decepción!–, rugió mi padre con una furia desbordante, su voz resonando en la cabaña como un trueno cargado de desilusión. –¿¡Cómo demonios no puedes superar a ese maldito cara pálida!?–

El aire vibraba con la tensión entre nosotros. Ambos estábamos heridos tras la violenta pelea con Edward Cullem. Yo carecía de la fuerza necesaria para ser un rival digno, mientras que mi padre, envejecido, había perdido valiosas habilidades de combate.

–¿Crees que esto es mi culpa, padre?– pregunté, mis palabras cargadas de frustración y resentimiento. –Tu plan fue un completo fracaso, yo solo seguí tus órdenes–, traté de justificarme, pero la mirada de desaprobación de mi padre me hizo sentir como si un glaciar se estuviera deslizando sobre mí.

–Tengo que encargarme de todo yo mismo, porque mi inútil hijo no resultó como esperaba–, dijo con un tono helado que cortó como cuchillas de hielo a través de mis defensas, dejando al descubierto mi corazón herido por su desprecio.

–Mejor te hubieras quedado muerto– murmuré en voz baja, el peso de su desilusión y mi propia ira como un fuego ardiente en mi pecho mientras abandonaba la cabaña, decidido a comprobar si mi gente estaba bien.

Mis ojos se posaron en la tribu, cuyos miembros también compartían el peso de la desilusión por nuestra reciente derrota. En busca de alivio, recurrían a la Loba Matriarca, quien con sus habilidades curativas y amor incondicional, cuidaba tiernamente a sus lobos, a quienes llamaba nietos con cariño.

Al aproximarme a su posición, doblegué mis rodillas en señal de respeto. Ella encarnaba el máximo respeto dentro de la manada, incluso más que mi padre, el Alfa. Aunque, sinceramente, la medida del afecto hacia uno u otro era un misterio.

–Matriarca, ¿qué tan heridos están?–pregunté mientras observaba a los cachorros jugar.

Ella respondió en el antiguo dialecto de nuestra manada, reservado para los más ancianos. Me informó que la mayoría de nuestros lobos habían sufrido heridas; desde fracturas hasta quemaduras de tercer grado, resultado del fuego descontrolado que nosotros mismos habíamos provocado. Algunos tuvieron suerte y solo presentaban laceraciones superficiales.

Un suspiro profundo escapó de mis labios, un eco de la devastación que me consumía. Había perdido a la princesa, mi única razón de ser. Aunque ella se resistiera a admitirlo, ella y yo estábamos destinados el uno al otro. Había esperado pacientemente durante años, anhelando el momento en que creciera lo suficiente para unirnos en matrimonio.

Desde que llegó por primera vez a Nunca Jamás, con apenas seis años de edad, experimenté lo que todo Lobo anhela: encontrar a su destinada. Este vínculo, conocido como "imprimación", es un lazo poderoso que une a un hombre lobo con una persona en particular, generalmente su pareja. Pero este suceso no se puede controlar y no siempre es correspondido. Sin embargo, sé, con una certeza arrolladora, que ella será mía, sin importar los obstáculos que se interpongan en nuestro camino.

La imprimación despierta en mí un deseo feroz, una posesión que no puedo negar. Es una fuerza que me consume, que me impulsa a reclamarla como mía, a protegerla de cualquier amenaza que se atreva a acercarse. Nunca antes había sentido un amor tan profundo y apasionado, una conexión tan intensa que me consume por completo.

No sé si es la imprimación lo que provoca este torbellino de emociones en mí, pero lo que sí sé es que haré cualquier cosa para asegurarme de que ella esté a mi lado, donde pertenece. Seré su protector, su guardián, su dueño. Porque, en mi corazón, sé que ella me pertenece tanto como yo le pertenezco a ella.

Ahora me encargaré de elaborar un mejor plan para volver a capturarla, esta vez no tendrán éxito guardianes.

Narra Hipo

Una vez que logramos encerrar a Bri en la cápsula de contención, regresamos a casa. Todo estaba igual que como lo dejamos, con las piezas metálicas de los restos del Protocolo aún esparcidas por el suelo.

–Busquen a Cristian– ordenó Jack.

Los Guardianes se dispersaron por la casa y sus alrededores, buscando cualquier indicio de que Cristian hubiera salido o algo similar.

Después de unos minutos, nos reunimos sin novedades sobre Cristian.

–¿Nada?– preguntó Jack, con preocupación en su rostro y voz.

–Ni señales– respondió el Agente Seis.

–¿Y si llamamos a Irideza? Tal vez Cristian fue a ver a su novia– sugirió Cat Noir.

–Es una buena ide...– Jack no terminó la frase antes de desplomarse en el suelo. Emmet lo atrapó antes de que se hiciera daño. Su piel ya tenía un color más vivo, sus ojos y cabello eran de un café intenso.

–No tenemos mucho tiempo– recalcó Piter– Cristian dijo que Bri es la única que puede reparar el bastón de Jack. Pero ella no tiene ni idea de cómo hacerlo. Necesitamos encontrar a Cristian– el ambiente se tensó y la incertidumbre nos invadió.

–Cristian no pudo desaparecer así como así. Él sabe que lo que está pasando es cuestión de vida o muerte– mencioné, llamando nuevamente a Cristian.




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