Narra Cristian Cullen
La casa, sumida en un silencio abrumador, me hacía recordar aquellas noches en que disfrutaba de la quietud de la biblioteca mientras me sumergía en mis exhaustivas investigaciones. Pero ahora, en medio de tantos problemas, daría lo que fuera por escuchar el bullicio de mis amigos y familiares, sus risas y sus bromas estúpidas resonando por los pasillos.
Después de lo que pareció una eternidad, logré llegar a las enormes puertas que custodian la entrada a la biblioteca. Sin embargo, me encontré atrapado en un dilema. Debido a los constantes fallos en la casa, las puertas estaban completamente cerradas, un eco de la desesperación que había sentido horas antes cuando todo este caos comenzó. Una vez más, me vi imposibilitado de avanzar.
Suspiré profundamente, tratando de reunir mis pensamientos mientras caminaba de un lado a otro frente a las imponentes puertas. Piensa… Piensa… me repetía intentando despejar la niebla de confusión que invadía mi mente.
Recordé el sistema que operaba las puertas: la falta de energía eléctrica había desactivado su mecanismo automático. Entonces, la solución se hacía evidente. Ahora tenía que operar las puertas de manera manual. Me acerqué a un lado de las puertas, palpando la superficie con cierta fuerza, buscando el sonido hueco que indicara la presencia de los engranajes ocultos. Al escuchar ese eco metálico, una chispa de esperanza iluminó mi mente.
Con rapidez, saqué de mi gabardina mi multiherramientas, desplegando la herramienta del destornillador con precisión. Quité los tornillos de la placa metálica, un proceso que, aunque laborioso, se sentía como un acertijo que debía resolver. Cada giro del destornillador era un paso más hacia la libertad.
Una vez liberada la placa, busqué un tubo metálico en la planta, que pudiera servir como palanca. Probé con varios objetos, desde bastones hasta los palos de las escobas, pero nada parecía lo suficientemente adecuado.
*Nota mental: Decirle a Edward que compre mejores escobas.* — pensé, viendo con desepción las dos partes de la escoba que estaba partida en mis manos.
Cuando estaba a punto de rendirme, mis ojos se posaron sobre una lanza que adornaba una pieza decorativa. Era lo suficientemente resistente como para operar los engranajes. Esa es la fascinación de los mecanismos: no se necesita una gran fuerza, ya que un engranaje, por pequeño que sea, puede mover a otro, creando una sinfonía de acción. Así que, con renovada determinación, comencé a trabajar.
Las puertas comenzaron a moverse con un chirrido sordo, y logré abrirlas lo suficiente para deslizarme hacia adentro. Una densa oscuridad me envolvió, agravada por el hecho de que los enormes tragaluces estaban bloqueados por el mismo sistema de seguridad, y alcanzar esos altos ventanales estaba fuera de mi alcance.
Frustrado, comencé a buscar en los bolsillos de mi gabardina mi teléfono, un dispositivo que siempre me había parecido innecesario y extraño de usar. Me costó encontrar la opción de "linterna", ya que nunca pensé que este aparato podría resultarme tan útil en un momento como este. Finalmente, logré encenderla y, con cautela, iluminé mi entorno. Las partículas de polvo danzaban lentamente en el haz de luz, creando un aire etéreo a mi alrededor.
Ahora solo tenía que comenzar a resolver un pequeño enigma para encontrar la "Máquina de ayuda" nombre que resive gracias a su función.
La biblioteca de Nunca Jamás se presenta como un laberinto de acertijos y compartimientos secretos, un santuario que resguarda los más grandes secretos del lugar. Ser elegido como el Guardián del Libro de Nunca Jamás no es solo un gran honor; es una carga de responsabilidad que exige vigilancia constante. Cada rincón de esta biblioteca puede encerrar una pista, cada sombra puede contener un enigma esperando ser resuelto.
Quien porta este título debe ser más que un simple custodio; debe ser un erudito del pasado, familiarizado con la rica historia del lugar y los relatos que han tejido su existencia. Los antecedentes de los problemas que han afligido a Nunca Jamás son un mapa en la mente del Guardián del Libro, cada hecho un hilo en el vasto tapiz de sus responsabilidades. Este rol no se concede a cualquiera; significa que posees la astucia necesaria para desentrañar los misterios que emergen en este mágico refugio.
A lo largo de las generaciones, cada Guardián ha contribuido a la herencia del libro, desenterrando, revelando y resolviendo nuevos misterios, dejando sus investigaciones y hallazgos grabados en sus páginas sagradas. Este legado, transmitido de generación en generación, se erige como un tesoro invaluable, donde el conocimiento se funde con el misterio. El libro parece tener páginas infinitas, pues siempre hay más por descubrir, una historia que se despliega ante ti como un enigma interminable, como si cada respuesta hallada abriera la puerta a nuevas preguntas. En Nunca Jamás, el conocimiento no solo se guarda; se vive, se siente y se respira en cada rincón, y el Guardián del Libro es el puente entre el pasado y el futuro, entre la realidad y lo desconocido.
Estuve rondando por los alrededores en busca de una pequeña palanca que hace accionar una pequeña compuerta cerca de un enorme estante polvoriento, pero no conseguía recordar con exactitud donde estaba, al parecer estaba confundiendo direcciónes.
*2.. 3... 6...7*– Repetía en mi cabeza, era el código que ocupaba para descifrar este enigma. En realidad eso no era del todo correcto, sino que la respuesta surge de multiplicar el primer número con su opuesto, en este caso: 2×7=14 y 3×6=18, al obtener los resultados estos se suman: 14+18= 32, y por último el resultado se toma por dígitos, el código tiene que ser de 4 números, pero al solo tener dos, este se toma en "espejo": 32|23.