A través de la Segunda Estrella

Sin importar el costo

Narra Jack Frost

Luchaba contra las enormes ganas de llorar. Tener a la princesa sana y salva en mis brazos era un alivio inmenso, pero la verdad era que no había terminado. De reojo, vi cómo el Lobo Alpha rompía mi prisión de hielo con una furia descomunal. Su forma bestial emergió, sus ojos recorriendo cada rincón del lugar, buscando mi rastro con una sed de sangre que me helaba incluso a mí. Por otro lado Jack Jey se transformaba en lobo, listo para la caza, aunque no se movió del lugar, al parecer era un lobo de palabra, nos había dado 10 minutos de ventaja. Me agaché rápidamente, descendiendo con destreza entre los árboles, ocultándome en las sombras mientras mi mente trabajaba a toda velocidad.

Sabía que, como su único Guardian, tenía que encontrar una manera de llamar a los demás Guardianes, quienes estaban dispersos por todo el territorio de Nunca Jamás, demasiado lejos como para que un simple grito los alcanzara. Pero usar la caracola sería arriesgar demasiado; el sonido nos delataría, atrayendo al Lobo Alpha directo hacia nosotros. Todo era un dilema y los problemas se me acumulaban en las manos, el primero de estos era que podía sentir cómo cada segundo me debilitaba más, cómo la energía se desvanecía lentamente de mi ser. Pero aunque mi cuerpo flaqueaba, mi determinación seguía firme: debía salvar a la princesa, sin importar el costo.

Mientras intentaba trazar un plan, sentí un cálido abrazo. Ella se aferró a mí con una intensidad que me hizo cerrar los ojos, respirando su aroma como si fuera la última bocanada de aire puro en un mundo de tinieblas. Por la manera en que sus manos me rodearon, pude sentir cuánto me había extrañado, cuánto dolor y miedo había soportado en mi ausencia.

—Nada de lo que pasó es tu culpa—susurró, y sus palabras me atravesaron como un rayo. Mi corazón se encogió, y por un instante, no pude evitar que las lágrimas brotaran. La abracé con la misma fuerza, con la misma urgencia, intentando imitar su misma calidéz, pero sabía que nunca podría darle lo que realmente necesitaba. Por mucho que deseara, mis abrazos siempre serían fríos.

—No me alcanzará toda mi existencia para ofrecerte disculpas por todo lo que te he hecho pasar—murmuré, sintiendo cómo las palabras se me atascaban en la garganta—. Pero te lo juro, enmendaré todo. Pero primero, tenemos que salir del bioma de invierno.

Ella talvéz no lo había notado, pero estaba temblando, su cuerpo frágil aferrado al mío como si fuera su única fuente de calor. Pero eso era lo que más me preocupaba: ella buscaba refugio en mi frío, y sus labios ya comenzaban a teñirse de un azul peligroso. Estaba cerca de la hipotermia, y cada segundo que pasaba en este clima le restaba un poco más de vida.

Con todo el cuidado que pude reunir, la sostuve con fuerza, protegiéndola de la tormenta que azotaba cada rincón de Nunca Jamás. El frío cortante golpeaba mi rostro, y mis manos, aunque heladas, intentaban transmitirle algún consuelo. Sabía que cada segundo contaba; debía encontrar un refugio antes de que fuera demasiado tarde.

Creé un camino de hielo bajo mis pies, con pendientes pronunciadas que me servirían como un tobogán para ganar velocidad. Sentí la adrenalina en cada centímetro de mi cuerpo mientras nos deslizábamos, el viento rugiendo a nuestro alrededor. Necesitaba una concentración absoluta; la fauna invernal era abundante y no podía permitirme estrellarnos. Bri temblaba en mis brazos, y su respiración se hacía cada vez más débil. La desesperación apretaba mi pecho como un puño helado.

Mientras avanzábamos a toda velocidad, una cueva apareció en la distancia. Estaba lejos, pero si giraba bruscamente, podría llegar a ella. Pero el camino que seguía estaba despejado, y ese era el verdadero peligro: los árboles no me cubrirían de la vista del Lobo Alpha. Un escalofrío que nada tenía que ver con el frío recorrió mi espalda. No había tiempo para dudar. Guié mi hielo con precisión, haciendo un giro repentino hacia la entrada de la cueva, y elevé mi mirada al cielo, buscando cualquier rastro de esa sombra amenazante.

Finalmente, llegamos a la cueva, y con un movimiento rápido, coloqué a Bri en un rincón protegido. Su piel estaba pálida y sus labios, azules. Era evidente que la hipotermia estaba avanzando, y mi corazón se encogía al ver cuán frágil se veía en mis brazos. Sabía que no había tiempo para lamentarse.

Con la poca magia que me quedaba, hice desaparecer el rastro de hielo que habíamos dejado atrás, borrando cualquier señal de nuestra ubicación. Pero eso no sería suficiente. Reuniendo las últimas fuerzas que me quedaban, invoqué una ventisca helada, haciendo que el viento azotara con fuerza y moviera la nieve en el suelo, cubriendo y camuflando nuestro rastro. Sentía la fatiga en cada fibra de mi ser, pero no podía permitirme fallar.

Mientras la ventisca se alzaba como un muro protector a nuestro alrededor, me acerqué a Bri, susurrando suavemente:

—Aguanta un poco más... te lo prometo, todo saldrá bien.— Le decía con dulsura.

A pesar del caos y la tormenta afuera, me aseguré de que no sintiera miedo, aunque dentro de mí, la batalla continuaba. Sabía que solo teníamos una oportunidad y que, si fallaba, todo lo que más amaba desaparecería para siempre.

Cubrí la entrada de la cueva con nieve, tratando de conservar el poco calor que había en su interior. La brisa helada quedó fuera, y el lugar se sumió en un silencio profundo, roto solo por el leve crujido de la nieve bajo mis pies.




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