A través de la Segunda Estrella

Evita demostrarle miedo, Forget.

Narra Thaner Lennon

— ¿Qué haces aquí? — mi voz, cargada de evidente molestia, resonó en el vasto silencio de la sala.

Mi padre, siempre calculador, descendió lentamente las escaleras, cada paso amplificando la tensión que ya se sentía en el ambiente. Sus ojos, de un gris oscuro y afilados como cuchillas, nunca se apartaron de mí. Al llegar al último peldaño, uno de sus sirvientes, con una precisión casi ceremonial, le ofreció una copa de vino. La tomó con elegancia y, sin siquiera pestañear, la vació de un solo trago.

— ¿Acostumbran a abrir las ventanas aquí? — dijo de repente, desviando su atención hacia las enormes cristaleras de la sala. — El clima es hermoso hoy.

Siempre ha sido así: maestro en el arte de las conversaciones sin rumbo, hábil para evadir lo esencial cuando busca ocultar algo o ganar tiempo. Mis puños se apretaron a los costados, intentando contener la irritación que ya burbujeaba en mi pecho.

Con un simple gesto de su mano, imponente y autoritario, indicó que lo siguiera hacia el centro de la sala. Nos sentamos frente a frente en silencio, cada uno estudiando al otro sin cruzar miradas directamente. La tensión era un tercer ocupante en la habitación.

— Supongo que ya te han informado sobre el impresionante hallazgo de hoy. — comenzó, su tono lleno de esa calma que solo él podía manejar. — Este avance incrementa significativamente las posibilidades de un futuro brillante para nosotros. — Aunque intentaba sonar imparcial, podía percibir esa nota de satisfacción escondida en su voz.

Mi mandíbula se tensó. Sabía exactamente hacia dónde iba esto.

— Déjame adivinar, padre. ¿Tendré que asistir contigo a esa reunión? — mi tono, deliberadamente impertinente, hizo que Káiser, que ya estaba lo suficientemente molesto conmigo, me fulminara con la mirada.

Mi padre sonrió. No era una sonrisa de humor, sino de superioridad, de ese narcisismo que siempre lo había caracterizado.

— Es correcto, hijo. Tú eres mi mayor heredero, el único capacitado para llevar adelante mi legado y asegurar que mis ideales alcancen su objetivo. — sus palabras eran calculadas, como un discurso que había ensayado mil veces.

— Tengo cosas que hacer. — espeté, tajante, mi tono cortando el aire como una navaja. No estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.

— ¿Disculpa? — su voz se volvió helada, y el ambiente pareció detenerse.

Sus ojos me atravesaron como dagas, y por un instante, el aire entre nosotros se volvió irrespirable. Su autoridad era una fuerza que podía aplastarte si lo permitías, pero yo no estaba dispuesto a doblegarme. No esta vez.

— Como escuchaste. —Me levanté, alzando la voz con una mezcla de desafío y rabia.— ¿Cuántas veces será necesario que te lo diga, padre? ¡No quiero ser tu heredero!

La sonrisa que apenas curvaba sus labios desapareció como el humo disipado por el viento. Su expresión, antes fingidamente tranquila, se endureció en un instante.

— Escucha, Thaner. —El tono helado y la ausencia de mi nombre como "hijo" fueron una sentencia en sí misma.— Un río puede desear detener su curso, pero su destino siempre será llegar al océano. —Se levantó, y con la fuerza de un ancla, apoyó su mano en mi hombro, obligándome a mirar sus ojos fríos y despiadados.— Tus elecciones son ilusorias, chico. Tu destino ya está sellado, y es mi voluntad la que lo ha forjado.

Sentí el peso de sus palabras como grilletes alrededor de mi garganta, pero aún así no cedí.

— No. Un río tiene bifurcaciones, y yo elegiré el mío. Herédale tu legado a...

No terminé. La puerta principal se abrió con fuerza, y un hombre corpulento de piel curtida y un hedor a tabaco puro interrumpió la escena.

— Señor, tenemos un testigo. —Gruñó Kroster, ese gorila cuyo nombre me resultaba tan repulsivo como su presencia.

Mi padre giró lentamente hacia él, con una calma que solo precedía a su tempestad.

— Perfecto. —Murmuró sin apartar sus ojos de los míos, como si cada palabra que seguía siendo un recordatorio de que esta conversación no había terminado.— Llévalo a la sala de interrogatorios.—

Despachó a Kroster con un gesto breve y se giró hacia la chimenea, donde un retrato de mi madre colgaba como un silencioso espectador de esta lucha.

— Te he dicho claramente que tú eres el elegido para continuar mi legado. —Su voz resonaba como una sentencia inquebrantable.— Esto no es un asunto de debate.

Volvió su atención a Káiser, que estaba de pie junto a la puerta, tenso como un soldado frente al pelotón de fusilamiento.

— Káiser, ¿a qué se refería mi hijo cuando mencionó tener otros planes hoy?

Káiser vaciló, pero al sentir la presión de la mirada de mi padre, finalmente habló:

— Tiene actividades extracurriculares, señor Lennon.

Mi padre inclinó ligeramente la cabeza, ese gesto que siempre usaba cuando sentía que le ocultaban algo.

— ¿Eso es todo? —Su tono era más peligroso que un cuchillo desenvainado.

— También visitará a una compañera cuya salud peligra.




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