Narra Briatny
Después de que Cristian terminara su revisión, me hizo más preguntas sobre mis síntomas y me obligó a beber medicamentos asquerosos.
— ¿Estás seguro de que Bri está en condiciones para esto, Cristian? —Jack no podía ocultar su preocupación. Mi piel pálida y mis movimientos torpes parecían estar gritándole que algo no andaba bien.
Cristian asintió con firmeza.
— Sí, la mediqué. Con estas descargas de adrenalina, su cuerpo aguantará. —Pero había algo en su tono, una pausa apenas perceptible que me hizo dudar. ¿Sabía algo que nosotros no? Su actitud era como la de alguien esperando que algo sucediera… pero no decía qué.
Sacudió la cabeza, dejando de lado cualquier pensamiento enigmático, y se colgó un maletín al hombro.
— No perdamos más tiempo. Les recomiendo usar sus trajes guardianes. Los protegerán de cualquier sorpresa en el bosque.
Jack, apoyado en su bastón, bajó la mirada con frustración.
— No puedo… la Madre Luna me ha privado de mi gema.
Cristian se detuvo en seco.
— Cierto, aún no hemos resuelto eso. —Suspiró, pensativo.— En ese caso, usarás los trajes de emergencia.
Una hora después, Cristian y Jack regresaron de la biblioteca. Jack traía puesto un viejo traje guardián. Se parecía a los nuestros, pero tenía un diseño más antiguo, menos refinado.
— Estos fueron los primeros trajes guardianes que existieron —explicó Cristian—, de una época en la que las gemas aún no habían evolucionado. Antes, los Guardianes llevaban su encantalete Guardián siempre expuesto en el brazo. Ahora, nuestras gemas son ocultas mágicamente hasta el momento de la transformación, lo que los hace más prácticos y fáciles de cuidar.
Nos mostró el traje con una mezcla de respeto y nostalgia.
— Aunque eran igual de resistentes que los actuales, estos trajes eran un dolor de cabeza de poner. Imaginen estar en medio de una emergencia, con el deber de proteger el equilibrio del mundo, y perder tiempo vistiéndose como si fueran caballeros medievales. —Cristian se cruzó de brazos, con una sonrisa burlona.— Pero los Guardianes de antaño eran determinados, y de algún modo, siempre lograban estar listos a tiempo.
No podía evitar pensar en aquellos primeros Guardianes, luchando por el mismo propósito que nosotros, pero con menos herramientas y más dificultades. Si ellos pudieron hacerlo… ¿por qué no nosotros?
—¿Listos? —preguntó Edward.
En sus ojos vi un brillo inquieto, un dilema silencioso que hablaba más que sus palabras. No quería dejarme ir. Me miraba como un padre que se resiste a exponer a su hija al peligro de lo desconocido.
—Lo estamos —respondí con firmeza. Pero Edward no parecía convencido.
Dio un paso adelante, tomando mi mano con delicadeza y llevándola a su mejilla. Su piel, helada como la brisa de un amanecer invernal, me hizo estremecer.
—Confío en mi hermano Cristian, pero… ¿qué me asegura que estarás bien? ¿Que al menos resistirás? —Su voz era un susurro cargado de incertidumbre.
Cristian se adelantó con determinación.
—El traje guardián no permitirá que su cuerpo se desgaste. Es una Guardiana. Somos pilares inquebrantables.
—Sí, pero también es humana. —Edward le sostuvo la mirada, desafiante.
Cristian sonrió con calma, como quien conoce un secreto que aún no debe revelar.
—Es hora de que creas en ella. No siempre estaremos aquí para protegerla. Pronto será ella quien guíe su propio destino.
Las palabras de Cristian eran una sentencia de verdad. Edward respiró hondo y, tras un instante de silencio, me envolvió en un abrazo cálido y protector.
—Lo lograrás.
Y, como si esa simple frase hubiera encendido una chispa, los demás hermanos de Edward se unieron, formando un círculo de despedida a nuestro alrededor. Fue un instante eterno, cargado de promesas silenciosas y despedidas implícitas.
Salimos de la casa y, con ayuda de las esferas dimensionales, nos dirigimos al Bosque Corrupto. Edward, Alex, Eduardo y Emmet nos acompañaron hasta la entrada, listos para intervenir si algo salía mal.
Antes de que los demás se marcharan, Alex y Eduardo se acercaron a Cristian con expresión seria.
—Antes de que te vayas, firma aquí. —Alex extendió un pergamino improvisado.
Cristian arqueó una ceja.
—¿Qué es esto?
—Un contrato. —respondió Eduardo con absoluta solemnidad—. En caso de que algo te pase, nos dejas tu auto.
—¿En serio? —Cristian suspiró, pero tomó la pluma y firmó con resignación—. ¿Satisfechos?
—Mucho. —respondieron al unísono, guardando el documento con la reverencia de quien protege un tesoro.
Edward rodó los ojos, pero no pudo evitar una sonrisa, hasta que por fín se fueron.
—Aquí nos separamos —dijo Cristian, ajustando su maletín.— Recuerden seguir las instrucciones. Ante cualquier problema, analicen la mejor forma de salir de la situación.