A través de la Segunda Estrella

— No soy a quien buscas.—

Narra Briatny

Una gota. Una diminuta gota de sangre decoraba el pulgar de Jack, como un rubí incrustado sobre mármol. Apenas visible, pero suficiente para espantarlo como si acabara de firmar un pacto con el mismísimo diablo. Su rostro, que ya de por sí era pálido, parecía ahora un lienzo olvidado por el sol.

Recordé entonces lo que Cristian nos había advertido: que un simple pinchazo podría tener consecuencias desconocidas si su cuerpo no albergaba magia natural. Y Jack… bueno, era más mundano que un desayuno sin café.

—Tranquilo. Respira conmigo.— Me acerqué, poniendo mis manos en sus hombros como si eso bastara para calmar un posible colapso interdimensional. Spoiler: no bastaba.

Jack respiró hondo. Su pecho subía y bajaba como si intentara inflar una colchoneta con los pulmones. Apretaba su pulgar con la mano libre, quizá esperando detener el curso del destino con un simple apretón. Se notaba más pálido… más cansado, lo cual era curioso, porque la dosis que accidentalmente se había puesto es una mezcla experimental con base de adrenalina. Supuestamente, eso debería hacerlo saltar por las paredes como un niño con azúcar.

Se dejó caer en el suelo, boca arriba, como si quisiera tener una conversación profunda con las nubes. Le hablé varias veces, pero no respondía. El pánico me subió por el cuello como una enredadera venenosa. Pensé en usar mi magia. Pero aunque mi enfermedad podía servir de excusa, la verdad era más simple y dolorosa: ni enferma ni sana, yo no sabía qué hacer.

Recordé entonces que aún no me aplicaba la dosis. Hurgué el maletín de Jack hasta encontrar la dósis. Me apliqué el Fullseryón, dejando que el traje guardián abriera una rendija en mi pierna para facilitar la inyección. El traje volvió a cerrarse con esa eficiencia elegante que ya me resultaba familiar. La sensación del líquido deslizándose bajo mi piel era… menos incómoda que antes. Quizá ya me estaba acostumbrando a la sensación.

—Pero qué hermosa eres.— dijo Jack, como si me hubiera visto por primera vez.

—¿Qué?— Lo miré, confundida, preguntándome si de verdad había dicho lo que creí escuchar.

—Lo que oyes, preciosa. Eres bellísima.— Lo dijo con la claridad afectada de alguien que acaba de tomarse tres copas de vino sin saber que era vino. Se tambaleó y se lanzó hacia mí, apoyando la cabeza en mi hombro con un abrazo torpe.

—Los efectos... Está alucinando.— concluí en voz baja.

Jack se alejó, frunciendo el ceño como si hubiera dicho una barbaridad.

—No, no, no... —negó agitando la cabeza—. Estoy bien. Admito que el mundo me da vueltas. Pero tú… tú me das más vueltas en mi cabeza.

Y entonces sonrió. Esa sonrisa. La que me derretía más que un helado en verano. Luego se desplomó de espaldas.

—¡¿Estás bien?!— me lancé hacia él.

Pup.— Dijo, tocando mi nariz con el dedo, como si fuera un botón, luego miró hacia arriba, asombrado.

—¿Sabías que las nubes son agua en forma de gas? Estaba pensando… ¿y si el sol solo brilla tanto porque envidia a las estrellas? ¿Y las vacas? ¡Son adorables! Sus colitas, sus caritas, y ese sonido que hacen… veEeEeEe...

—Esa es una oveja.— repliqué.

—¿Avispa? No, no, no...— movió la mano frente a mi cara, negando dramáticamente—. Las avispas hacen bzzzzz.

—¿Vas a decir todo lo que estás pensando?— pregunté con resignación.

Jack sonrió como un travieso condenado:

—Nop. Si dijera todo lo que pienso de ti, arruinaríamos nuestra bonita amistad, copito.

Copito. Hacía tanto que no me llamaba así.

Tenía que concentrarme. No podía distraerme. La esfera seguía desaparecida, y no podía dejarlo solo. El cielo comenzó a nublarse nuevamente, como si el universo también estuviera de mal humor.

*Qué clima tan impredecible*—pensé. Como si de repente el bosque se hubiera vuelto un reflejo de lo que sentía.

Me alejé de Jack. Me senté al pie de un árbol. No quería que me viera llorar. Ya bastante patética me sentía sin agregarle dramatismo visual.

¿No se supone que yo era la princesa mágica? ¿La que debía tener respuestas, coraje, soluciones? Pero no tenía nada. Solo esa molesta chispa interna que nunca me dejaba rendirme del todo. Me sequé las lágrimas, respiré hondo, y me volví hacia el bosque como si en sus raíces pudiera encontrar respuestas.

Me arrodillé. Cerré los ojos. Sentí la magia latiendo dentro de mí, apenas un susurro, pero creciendo.

Cristian… ¿cómo me comunico contigo? Recordé sus palabras:

“No toda la magia es corrompida. No puede afectar a la máxima autoridad de la magia. Bri podrá comunicarse conmigo de cualquier manera posible, ya sea a través de la mente, por una señal o cualquier otro método que se le ocurra.”

¿Cualquier método? ¿Qué significa eso…?

Y entonces pasó algo. Algo extraño. Mis ojos brillaron en blanco. Y vi a Cristian, como si fuese una especie de visión. Estaba empapado, refugiado bajo su gabardina. Llovía donde él estaba. Mucho. A cántaros. Y me escuchó.




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