No puedo más. Las pelucas en el armario, las falsificaciones en el cajón y los periódicos llenos de mentiras… Yo no lo hice, no me merezco tener que huir por una mentira, pero no puedo volver así como así.
Hoy hace un año desde que la policía empezó a perseguirme y esto se ha vuelto insostenible. Pero si quiero recuperar mi vida necesito demostrar mi inocencia, demostrar que soy una víctima más, demostrar que lo que ocurrió en esa habitación no fue más que un suicidio. Y para demostrarlo necesito volver y encontrar las pruebas que la policía desconoce.
No necesito gran cosa para este viaje, más que la documentación falsa que me permitirá llegar con seguridad, así que me siento frente al tocador de la habitación y prosigo a enmascarar mi rostro. ―En estos últimos meses he descubierto que la manera más efectiva de ocultarme es la combinación de un extravagante maquillaje y un atractivo atuendo que desvíe las miradas de mi rostro. Es una ofensa hacia mí misma, pero cuanto menos me miren a la cara, menos probabilidades hay de que me reconozcan―.
Mis ahorros para la universidad, junto a la herencia de mis abuelos, me han permitido poder ir de hotel en hotel durante mi fuga ―Es la mejor opción si tengo que desaparecer inesperadamente―, y esta vez no iba a ser una excepción, así que bajo por las escaleras hasta llegar a la recepción donde dejo las llaves antes de irme sin dar media palabra. Cojo mi coche de alquiler y me dirijo hasta la carretera que me llevará de vuelta a casa.
Tantas horas en coche han hecho que pierda la noción del tiempo, pero finalmente me adentro en la ciudad que me acoge una vez más, al igual que las probabilidades de que me encuentren. Yo no tenía mucho amigos aquí, pero el hermano y la pareja de Daniela vivían a pocas manzanas de nuestro piso. Sea como sea perder el tiempo no es un lujo que pueda permitirme en este momento, así que sigo el camino guardado en mi memoria hasta mi piso.
Ya he aparcado y me encuentro frente al piso cuando una duda cruza mi mente: ¿aún servirán mis llaves? No lo había pensado antes. ¿Y si después de lo sucedido habían cambiado el bombín? No lo sabía, pero no podía estar allí toda la vida sin probarlo, así que cogí el escurridizo llavero de mi bolso y probé, pudiendo comprobar que para mi suerte se abría la puerta ante mí. Pero aún no han terminado los peligros. Somos muchos vecinos, pero conozco a una gran parte. ¿Y si me reconocen? El pánico se filtraba entre mis venas provocando que el vello de mi nuca se erizara. Tengo que ir rápido, antes de que me pueda encontrar con alguien.
La espera en el ascensor se me hace eterna. El vaivén de números en la pequeña pantalla me resulta mareante, hasta que finalmente se detiene. Ya he llegado. Planta 48, puerta 24, no pensaba tener que volver aquí de nuevo, pero aquí estoy. Frente a mí se encuentra el motivo de mis pesadillas. El recuerdo de Daniela tirándose al abismo desde la ventana del salón. Pero quedarme allí plantada no solucionaría nada. Cojo las llaves con mano temblorosa y las introduzco dificultosamente en la cerradura que cede ante ellas abriéndome camino. Mis sospechas eran ciertas. El polvoriento piso carente de vida no había vuelto a ser comprado. Supongo que a nadie le gusta la idea de vivir donde un supuesto asesinato ha tenido lugar.
Me dirijo hacia el salón, donde la imagen de Daniela se forma frente a mí, observándome a contraluz desde la ventana. La miro durante unos segundos, pero tratando de dejar el pasado en su sitio la ignoro dirigiéndome a mi antigua habitación. Todo está patas arriba. Es evidente que buscaron pruebas de mi culpabilidad inútilmente, así que procedo a despejar mi cama hasta poder acomodarme en ella. El largo trayecto en coche me ha dejado agotada y aunque el motivo de mi vuelta intenta desvelarme, yo caigo rendida en un profundo sueño.
La imagen de Daniela pasa ante mi al abrir los ojos provocando que mi cuerpo se estremezca entre las viejas sábanas. Pero cuando quiero darme cuenta ya no está. Habrá sido una de esas tormentosas pesadillas que me persiguen desde aquel día de primavera. No sé qué hora es. El pánico me ha nublado la mente al despertarme y es ahora cuando soy consciente de que es de noche. Mierda. No puedo perder tiempo, pero efectivamente he perdido todo un día de trabajo. Es demasiado tarde como para ponerme a trabajar, no quiero arriesgarme a despertar a los vecinos y que me descubran, pero la falta de sueño y el rugir de mis tripas me impiden volver a dormirme. Voy hasta la cocina donde rebusco entre los armarios en busca de alguna lata de conservas que pueda ingerir y finalmente, cuando pensaba que no habría nada, una lata de sardinas se escondía tras unas botellas sucias. No es lo que más me apetezca en este momento, pero el hambre puede conmigo, así que cojo un tenedor y voy nuevamente a la habitación.
Los recuerdos invaden mi mente. Ya hacía varios años desde que nos mudamos cuando ocurrió todo. Había demasiados recuerdos presenciados por aquellas paredes mal pintadas y entonces lo vi. Un álbum de fotos que juntas creamos me tentaba desde una de las estanterías. En cuanto lo veo me levanto dejando la lata en la mesita de noche, esperando para más tarde, y recojo el polvoriento álbum. En cuanto lo abro, la nostalgia me invade abriendo las compuertas de mis lagrimales y una temblorosa sonrisa se forma en mis labios.
―¿Por qué…? ―Sollozo hundiendo el álbum entre mis brazos―. ¿Por qué lo hiciste?
El llorar de mis ojos volvió a sumirme en un largo sueño hasta que el sol de la mañana se filtró por las ventanas hasta llegar a la altura de mis ojos. Aún sostengo el álbum entre mis brazos como una niña a su peluche y procedo a dejarlo en la mesita comprobando que mi cena sigue allí. Supongo que ya tengo desayuno, puesto que dudo que algún otro manjar se esconda en los armarios. Así que sin importarme repetir comida, cojo el tenedor y lo retomo donde horas antes lo deje.