A través de mis ojos

Capitulo 1 (continuación): No te extraño, Papá

Mi mamá trabajaba de sol a luna. No por ambición, sino por necesidad. No tenía tiempo para hacerse amiga de nadie, pero conmigo tenía toda la ternura que podía rescatar del mundo.

A pesar de todo, la pobreza, el maltrato, el machismo heredado ella sí me quería. Genuinamente. Y aunque su historia con los hombres fue un desastre, yo no fui un error.

Me soñó antes de que llegara.

Me cuenta que toda la iglesia oró por ella. Y que, después de tanto rezar, tuvo un sueño: una niña Y mi mamá siempre quiso una. Así que cuando nací, fue como si por fin... algo le saliera bien. Me llevó a los mejores pediatras, me compraba la mejor ropa. Incluso mandaba a confeccionar vestidos a mi medida solo para que pudiera ir a la iglesia —lo más parecido a una gala para los haitianos. Cada familia se ponía sus mejores galas, mejores trajes, zapatos y las ancianas con sus enormes sombreros, tenemos muy presentes nuestras raíces africanas a l ahora de vestirnos y orar a nuestro Dios.

Me inscribió en una escuela privada, como si quisiera protegerme de todo lo que le faltó a ella.

Pero eso... no duró mucho.

Cuando emigró a Chile con su nueva pareja, me dejó con mi abuela. Y aunque me dolió, lo entendí. Porque en Haití, a veces, la única forma de proteger a los tuyos es irte. Irte donde están los blancos, Donde hay estabilidad, Donde hay trabajo, Trabajo esclavo, no importa el color que tengas.

Me da tristeza pensar que mi mamá pasó de los árboles al humo, de mangos creciendo en el patio a comprarlos en el supermercado y obviamente, nunca más volvió a su hogar. Ni a ver a su mamá.

Lo que nadie sabía era que mi papá ese mismo hombre que me hizo presenciar su odio una y otra vez, se enteró de que yo no me fui. "Solo la voy a cuidar un tiempo. Luego la traigo de vuelta", dijo.

Mentiras.

Nunca volví. Nunca volví a ver a mi abuela. Nunca volví a esa escuela.
Solo aprendí a sobrevivir de nuevo. En una casa donde mi cuerpo no era mío.
Mi papá me dejaba sola todo el día. Sin comida. Sin cuidado. Y en un país como Haití, obviamente sin electricidad.

Y cuando él estaba... lo prefería lejos.

Una vez fui a visitar a mis vecinos. Tenían dos hijos de mi edad. Era lo único que tenía para hacer en todo el día. Me daban comida, alimentaba a los cerdos, corría, vivía... existía.

Cuando regresé, la puerta estaba cerrada con llave. Lo llamé. Nunca respondió.
Fui al baño en casa de los vecinos y volví. Y ahí estaba él. Esperándome con una correa en la mano. Los ojos... no era odio lo que había en ellos. Era algo peor.
En ese momento lo supe. Otra paliza venía. Y no podía correr.

Después de eso no recuerdo mucho. Dicen que mi tía llegó justo ese día. Lo encontró golpeándome. Mi mamá seguía enviando dinero, creyendo que él lo usaba en mí. Pero él... lo usaba en todo menos en su hija.

Me usó como excusa. Como escudo. Como puente para acercarse a una mujer que lo había abandonado.

La última imagen que tengo de esa parte de mi vida fue una maleta vieja y rota. Zapatos apretados porque no tenía nada de mi talla —él nunca me compró algo decente. Una moto con un extraño. Mis primos saliendo de la escuela, viendo cómo su prima pequeña se iba. Sin saber a dónde. Sin saber cuándo volvería. Un hombre desconocido me llevó de la mano al aeropuerto.
No miré atrás. No tenía por qué.

Viajé sola a Chile, con casi seis años. Para reencontrarme con una madre. Y para empezar otra vida. Una donde el dolor no tuviera tantas llaves de casa.

No te extraño, papá.



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En el texto hay: infancia, memoras, relatos autobiografico

Editado: 24.12.2025

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