El recuerdo de esa noche me persigue y me atormenta. Me sacude por completo y destruye, me deja siendo la persona que soy hoy: frío, enojado y triste.
Atrás quedó el chico alegre, el que le encontraba siempre el lado bueno a las cosas. Ya no está el chico soñador, con metas, esperanza y vida. Respiro, pero no estoy vivo. Estoy muerto en vida.
El maldito recuerdo me acecha hasta en mis sueños, ni siquiera cuando duermo tengo paz, o sueño con que soy el chico aquel que ya no está. Tengo pesadillas constantes y todas me recuerdan a que mi vida misma puede considerarse una pesadilla.
Esa noche fría de invierno me trajo a esto, esas malditas copas demás me dejaron en la oscuridad. En la total oscuridad.
¡Qué estúpido fui al conducir en ese estado!
Si tan solo hubiese seguido el consejo de «si bebió alcohol, no conduzca» no estaría ahora odiándome. Pero ya es tarde, ¿de qué me sirve considerarme ahora un estúpido? De nada, el error ya se cometió.
Recuerdo que creí que llegaría bien a casa, que nada pasaría, que podía contra el alcohol que recorría mi cuerpo. Creí…
Me desvié de mi carril, un auto se venía hacia mí. Quise esquivarlo, y lo hice. Pero al esquivarlo me estrellé contra un árbol. Sentí el impacto, sentí el dolor, escuché al conductor del otro auto llamar a emergencias con desesperación, angustia y miedo. Y luego… no sentí nada, absolutamente nada.
Voy a morir, estoy por morir.
Pero no fue así. Me desperté y la oscuridad que había a mi alrededor no me dejaba ver en donde me encontraba.
¡Prendan la luz, quiero ver dónde estoy! ¿Qué pasó conmigo? ¿Mamá… estás llorando? ¿Tú también, papá? ¡Riley, hermano, yo también quiero saber qué me pasó!
—¿Hunter? —preguntó una voz que desconocí, ahogando el llanto de mamá—. ¿Me escuchas?
—Sí… ¿dónde estoy? ¿Y por qué…? —llevé mis manos hacia mis ojos, quise quitarme la venda que había allí. Pero no había nada, el contacto que hicieron mis dedos con los párpados me aterró. Mamá lloraba aún más.
¿Qué está pasando?
—Tuviste un accidente —el recuerdo llegó a mí con fuerza, con el mismo nivel de fuerza que sentí al chocar—. Estuviste una semana en coma. Pero eso no es todo, hicimos varios chequeos médicos y...
—¿Por qué no veo? —el llanto de mis padres, y el de mi hermano, me entristeció. Pero la oscuridad de mis ojos me desesperaba. Escuchaba sus llantos, pero no veía sus rostros. No veía el rostro del tipo que me estaba hablando, no veía la habitación del hospital. No veía nada—. ¡¿Por qué no veo?!
No me respondieron de inmediato y me desesperé aún más. Quise levantarme de la camilla, pero cuando lo intenté me dolió el cuerpo. Peleé contra un forcejeo, no sabía quién me estaba agarrando.
—Hijo, tranquilízate… —se trataba de mi padre. Fue el que me dijo esas palabras con tristeza y dolor. Papá… quiero verte.
—Hunter…, lamento decirte esto. Pero has perdido la capacidad de ver.
Mamá ahogó un grito. Riley lloró como el niño de cinco años que es. Quería que lo sacaran de ese lugar.
De hecho, deseé que me sacaran de esa situación.
El doctor continuó hablando, pero no lo escuchaba. Mi mundo se había esfumado ante esas palabras que dañaron mi cuerpo y alma como si se trataran de dagas.
Las lágrimas picaron en mis ojos, en aquellos que ya no iban a ver nada. Solo oscuridad.
No iba a ver el sol al atardecer, ¡y tanto que me gustaba verlo! No iba a ver mi película favorita. No iba a ver a mi mejor amigo, Paul, haciendo sus locuras de siempre. No iba a ver la manera en que los ojos de Caroline se achinan cuando sonríe al mirarme. No iba a ver la sonrisa de mamá. No iba a ver a papá leyendo el periódico todas las mañanas. No iba a ver a Riley corriendo por toda la casa.
Sentí cómo cada lágrima acariciaba mi rostro que se empapaba por la tristeza, el dolor, el enojo y la oscuridad con la cual tendría que convivir.
¿Me desperté después de una semana en coma para esto? Hubiese preferido morir. Aunque bueno…, estoy muerto.
Jodido y maldito día. Jodida y maldita vida.