Hay un dicho que dice: Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Eso me sucedió a mí hace unos años, cuando un accidente me arrebató la vista y dejé de ver lo maravilloso que es el mundo.
¿Cuántas veces hemos desperdiciado el día sin saber las bellezas que ven nuestros ojos?
¿Te has dado cuenta de que tan azul es el cielo o que tan negro es la oscuridad? No. Nadie se dedica un momento para admirar los colores que hay delante de nosotros, de cómo una mirada puede transmitir alegría, tristeza o deseo. Nadie se dedica a detallar los rostros que te rodean, ver aquellas sonrisas sinceras o aquellas falsas.
Pero también hay que ver que cuando pierdes una parte de ti, ganas otra. Dicen que tus sentidos despiertan y eso te hace sobrevivir de cierto modo, pero siempre va a haber ese espacio vacío que necesitas rellenar.
Yo no sabía lo que tenía hasta que perdí mis ojos, viví con ello y tampoco lo aprecie. Cuando mi vista volvió, siguió ese vacío sin saber que lo único que me faltaba eras tú.