A través de ti

El comienzo

 

Cuando tenía tan solo 8 años. Mis padres me habían llevado de vacaciones a la hacienda de mis abuelos, hacía mucho que no iba porque siempre mis abuelos iban a visitarme a mí. Ese día, mis abuelos estaban felices por mi llegada, pero había algo en su rostro que delataba algo de tristeza.

Mis padres hablaban en pequeños susurros con mis abuelos, mi madre abrazó a mi abuela y ambas salieron hacia la cocina. No entendía lo que pasaba, así que me di la vuelta y empecé a inspeccionar la casa de los abuelos y eso me llevó a la parte trasera. Un hermoso jardín decorado de hermosas flores y plantas y empecé a caminar sintiendo el aroma inundar mis sentidos. 

Recuerdo el pequeño laberinto y me fui caminando hasta llegar al centro.  Sonreí, al encontrar una fuente en el medio, me acerqué admirado por la belleza del lugar. A los lados varias bancas rodeadas de rosas.

Seguí caminando, quería descubrir aquel jardín y sin darme cuenta seguí mi camino por un pasaje hasta llegar a otro camino que me llevó hacia una calle. Mire hacia arriba y podía observar la casa de mis abuelos a la distancia ¿Acaso he salido de la propiedad? Encogí mis hombros restando importancia y seguí el camino destapado pasando por varias casas. Miraba todo, sin saber a dónde me dirigía, llegué hasta una casa blanca. Un poco vieja y podía ver que había muchas personas entrando y saliendo de esa casa.

¿Alguna fiesta?

Seguí caminando y al lado de la casa un enorme árbol daba sombra. Cansado de caminar, decidí hacer un pequeño descanso antes de volver con mi familia y así evitar el regaño de mis padres por haber salido de la propiedad. Al acercarme me quedé en piedra al ver una niña columpiarse con su mirada perdida 

¿Le habrá pasado algo?

Me acerqué y pude observar mejor a aquella niña que arrastraba sus pies descalzos sobre la tierra seca. Llevaba un vestido negro, su cabello estaba suelto y algo desordenado y una pequeña cinta le atravesaba como una diadema.

―¿Estás bien?― Pregunté y pude ver su rostro bañado de lágrimas.

―Mis... Mis papás ya no podré volver a verlos― Dice entre hipos.

―¿Dónde fueron?― Pregunte.

―Ellos... ellos murieron― Sin saber por qué, me acerque y la abrace.

Mi padre había perdido a sus padres unos años atrás. No los recuerdo, ya que era solo un bebé cuando ellos murieron, pero siempre he visto la tristeza en los ojos al ver aquella fotografía de ellos en su escritorio.

―Lo siento― Digo y siento sus brazos envolver mi cuerpo.

Siento como su cuerpo se sacude por el llanto. Me siento triste por lo que está pasando hasta que doy un salto al escuchar mi nombre en un enorme grito.

―¡Tomas!― Grita mi padre haciendo que suelte a la niña y la oculte en mi espalda.

―Papá... Yo―

―¿Qué estás haciendo en este lugar?― Mi padre se acerca furioso. Cierro los ojos sin saber por qué ¿Será el miedo? Mis padres nunca me han golpeado, aunque si me han gritado y castigado por varios días.

―Yo... Yo...― No puedo ni siquiera responder hasta que la voz de mi abuela sale detrás de la furia de mi padre.

―¿Amelia?― Dice mi abuela y es cuando me doy cuenta de que es el nombre de la niña que tengo oculta en mis espaldas.

―Doña Carmela― Dice con una pequeña voz.

―Cuanto lo siento cariño― Mi abuela me pasa por el lado y abraza a la niña.

El rostro de mi padre cambia de furia a tristeza. Mi madre llega con lágrimas en sus ojos y abraza a Amelia y juntos nos llevamos a la niña a la casa de mis abuelos.

En el camino me doy cuenta de que mi madre y la madre de Amelia fueron mejores amigas del colegio. Ambas crecieron juntas hasta que llegó el día que cada una tomó su camino separado por la universidad. Luego se casaron y tuvieron cada una su familia y volvieron a verse. También me di cuenta de que mi abuela es muy amiga de su abuela y que ella ahora quedaba bajo el cargo de esta.

Desde ese día Amelia y yo nos hicimos amigos. Ella venía o yo iba a su casa todos los días hasta tarde de la noche y algunas veces ella se quedaba en la casa de mis abuelos. Hablábamos de todo, su tristeza poco a poco fue desapareciendo y ella decía que mi amistad la había ayudado con ese vacío, cosa que estaba agradecido.

Nos encantaba pasar jugando en la fuente. Ese hermoso jardín lleno de flores de todos los colores y era lo favorito de Amelia. Jugábamos, nos reíamos y nos gustaba poner una manta en la oscuridad y empezábamos a contar las estrellas. Nunca pudimos terminar de contarlas, pero la pasábamos increíble.

Admirar el cielo era nuestro mejor juego. A ella le gustaba adivinar las formas de las nubes o de las estrellas.

―¿Vez esas dos estrellas brillan?― Le digo a Amelia tomando su mano y señalando con la otra.

―Si― Susurra su pequeña voz.

―¿Te has dado cuenta de que cada vez brilla más?― Ella asiente sin decir nada –Míralas Amelia, esas dos estrellas son tus papás en el cielo que cuidan de ti siempre― Sus ojos se llenan de lágrimas y ladea su cabeza para mirarme.

―Gracias― Ambos sonreímos antes de volver a mirar hacia el cielo.

Una de las cosas más difíciles que hice fue tener que despedirme de Amelia cuando las vacaciones terminaron. Pero prometí volver y lo cumplí hasta los 17 años. 

Después no pude volver.

Recuerdo que había querido darle un hermoso regalo a Amelia. Mis abuelos y su abuela me habían apoyado junto con mis padres y estábamos haciendo una fiesta sorpresa para sus dulces 16. Todo estaba listo, faltaba unos días para su cumpleaños y yo iba a llegar de sorpresa montado en un carruaje. A ella siempre le ha gustado ese tipo de historias de príncipes y princesas y esa noche le iba a dar su mejor baile.

Faltaba un día para la sorpresa. Yo iba y venía en el auto que me había prestado mi abuelo de un lugar a otro dejando todo perfecto. Habíamos alquilado una zona de un hotel a unos kilómetros de la hacienda que tiene aspecto de castillo. Todo era perfecto, pero no conté que los nervios y la ansiedad me hicieran perder el control del vehículo.



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En el texto hay: historiacorta, romance, drama

Editado: 27.02.2023

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