20 de Diciembre de 1.996
Pasaban ya de las nueve de la noche, cuando Casilda escuchó el teléfono que llevaba sonando algunos segundos, acto seguido lo descolgó teniendo un mal presentimiento.
—¿Diga?—murmuró la mujer.
—¿Es ahí la familia de Elena Ferrer?—la voz del interlocutor sonaba quebrada.
—Sí, es aquí, Elena es mi hija—tras un incómodo silencio, se atrevió a preguntar—¿Ocurre algo con ella?
—Señora, sé que no es la mejor manera de dar este tipo de noticias pero…
—¿Pero qué? ¡Por favor hable ya!—Casilda levantó tanto la voz que su marido Marcial apagó enseguida el televisor y acudió a su lado.
—Señora…su hija y su yerno Héctor han tenido un accidente de coche esta tarde y…—la persona al otro lado de la línea tomó aire—Lo siento muchísimo, ambos han fallecido.
A Casilda se le resbaló el auricular de la mano y miraba a su marido con cara de pánico, al verla así, Marcial lo recogió y el hombre le repitió las mismas palabras que a su esposa. La persona que los había localizado era un amigo de Héctor que vivía en Madrid, justo el mismo lugar al que habían viajado Elena y Héctor por una reunión de trabajo que tenía él. Esa reunión era el ansiado ascenso que tanto habían esperado y el cambio de vida para ellos y su pequeño hijo Saúl de siete años de edad. Pero nada de eso sería posible ya, un conductor ebrio se interpuso en el camino de la desdichada pareja arrebatándole la vida.
En el piso de arriba jugaban ajenos a la tragedia Sonia y Saúl. La muchacha intentaba sin ningún tipo de éxito que su sobrino recogiera los juguetes que él mismo había ido desperdigando.
—Vamos Saúl, sabes que cuando terminamos de jugar, toca recoger—el niño la miraba con sus ojos azules, tan similares a los de ella y torció el gesto.
—Pero yo soy muy pequeño y necesito que me ayuden, me canso…—Saúl la miraba de arriba abajo fijamente—Hazlo tú que eres más vieja y alta.
—¿Vieja yo?—Sonia se indignó, sólo tenía dieciséis años—¡Y tú eres un niño desobediente y grosero!—se lanzó a por él para cogerlo y hacerle cosquillas, conocía a la perfección el punto débil de su sobrino—¿Me vas a volver a decir vieja?—el niño lo negó mientras reía a carcajadas—¿Vas a recoger tus juguetes?
—No—respondió con lágrimas en los ojos de tanto reír.
—Muy bien, no recojas—soltó al niño y lo dejó en el suelo—Pero que sepas que mañana no irás a jugar al parque con Gael, te quedarás aquí.
—¡Nooo! Yo quiero ir al parque mañana por fi Sonia, te prometo que lo recojo—el pequeño se estiró todo lo que pudo y se agarró a la sudadera de su tía.
—Vale, si lo recoges todo, te lavas los dientes y te duermes pronto, mañana iremos donde tú quieras.
—Sí...pero ¿No puedo esperar a papá y a mamá despierto? Ellos me dijeron que tendrían una sorpresa para mí cuando volvieran—Sonia le iba a responder cuando Marcial entró en la habitación.
—Hija… ¿Puedes venir un momento abajo?—ella supo que se trataba de algo serio por la cara de su padre.
—Sí, ahora bajo—se dio la vuelta hacia donde estaba Saúl—Tú recoge y después vemos que hacemos.
—Sí, ya verás que lo recojo todo muy bien—el niño le dedicó una bonita sonrisa que a ella le hacía derretirse siempre.
Salió de la habitación y tras bajar un tramo de escaleras pudo ver a su madre llorando desconsoladamente mientras su padre la abrazaba.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estáis así? ¡Me estáis asustando!—Sonia se acuclilló frente a sus padres.
—Hija ha ocurrido una desgracia—Marcial fue el que habló—Han llamado por teléfono hace un rato y…—el hombre suspiró profundamente—Elena y Héctor han tenido un accidente de coche y han muerto esta tarde—Sonia se tambaleó y se cayó al suelo sin soltar las manos de sus padres.
—¡Eso no puede ser cierto! ¡Mi hermana no ha muerto!—se levantó nerviosa—¡Tiene que ser un error! Ella no…no puede estar muerta.
—Cariño, ven—Casilda se puso de pie y abrazó a su hija menor—Ojalá no fuera cierto, pero lo es—ambas lloraron abrazadas—Ahora tenemos que pensar en Saúl, tenemos que luchar y vivir por y para él, tenemos que ser fuertes por el niño.
—¡Dios, Saúl!—Sonia se echó las manos a la cabeza—¿Qué le voy a decir cuando pregunte por ellos? Él está arriba y no quiere dormirse hasta que lleguen sus padres. ¡Mi pobre niño!
—Si quieres yo puedo hablar con él—se ofreció Marcial.
—No papá—Sonia se limpió las lágrimas de los ojos con la mano—Yo lo haré, él me tiene mucho apego, debo ser yo.
Tras alguna llamada más del amigo de Héctor para ampliar algo de información y saber qué hacer para traer el cuerpo de Elena hasta Alcalá del Júcar y darle sepultura, Sonia subió a la habitación donde su sobrino llevaba un rato llamándola a gritos.
—¿Por qué has tardado tanto?—el pequeño dio un puntapié al aire—Mira—abrió su boca y le mostró los dientecitos limpios a su tía—¡Mira como brillan!
—Ya veo—intentó mantenerse serena frente a él, pero Saúl era muy observador.