—Has venido—se sorprendió Paula—Pasa, avisaré a mi padre.
—¡Espera!—se tomó un segundo para aclararse la garganta—No estoy muy segura de esto.
—Esperaremos todo lo que necesites. Ven, siéntate—Sonia vio que esa casa no había cambiado casi nada—¿Quieres beber algo?
—Un poco de agua—Paula desapareció de allí y ella sólo conseguía escuchar sus latidos acelerados hasta que una voz que se le hacía familiar, rompió el silencio.
—Hola Sonia—ella se levantó de inmediato de donde estaba sentada y lo miró a los ojos—Me alegra mucho volver a verte.
—Siento no poder decir lo mismo que tú—lo analizó detenidamente, estaba muy demacrado, sólo tenía seis años más que ella y ya parecía casi un anciano consumido por la vida.
—Pensaba que no vendrías, la última vez que nos vimos yo…—Sonia lo interrumpió.
—No es necesario que me lo recuerdes, lo sé perfectamente. He venido porque Paula me lo ha pedido, no por ti—le espetó.
—Al final la niñata ha servido para algo, te ha traído hasta aquí—la estaba mirando de una manera tan exhaustiva que terminó sintiéndose incómoda.
—¡No te voy a consentir que la llames de esa forma! No te mereces a tu hija. Apenas la conozco y ya sé que es infinitamente mejor que tú en todo. No puedo entender cómo puedes tener el corazón tan negro como para no adorar a Paula y a tu nieta—la chica llegó con su agua y se marchó rápidamente.
—Ni siquiera sé si es mi hija, con lo zorra que era su madre. ¡A saber!
—Típico de ti—sonrió cínicamente—Siempre despreciando a las mujeres. Pues déjame decirte que esa chica es tu hija, para su desgracia, no se merece el padre que le ha tocado—Simón se acercó hasta ella, pero Sonia retrocedió—Tiene tus malditos ojos y tu maldita sonrisa, te lo digo yo que las conocía muy bien—hubo un silencio tenso entre los dos, ninguno sabía que decir hasta que Sonia, harta de perder el tiempo, preguntó—¿Por qué le dijiste a Paula que querías verme?
—Quería aliviar mi conciencia. Sé que te hice daño y si pudiera volver atrás en el tiempo… No elegiría lo que elegí—con dedos temblorosos se encendió un cigarrillo—Me equivoqué al quedarme con Anaís, perdí la cabeza por ella y cuando me abandonó, lo supe. Te quería a ti y te perdí por imbécil, no supe valorarte ni apoyarte en los momentos más duros. Eras…eres demasiado para mí.
—A toro pasado, todo parece más sencillo, así lo quisiste Simón, fue tu decisión—suspiró—Ya no hay nada que hacer.
—Necesito que me perdones aunque no lo merezca. Sé que eres una buena persona, mucho mejor que yo, es lo único que me atreveré a pedirte.
—Simón, yo ya te perdoné hace tiempo, no merece la pena guardar rencor toda la vida y menos por algo que no tiene solución—se dirigió hasta la puerta de la casa dispuesta a marcharse cuando le dijo—Intenta tener una relación normal con Paula y María, tienes un tesoro precioso a tu lado, no lo termines de echar a perder—y sin más, Sonia desapareció calle abajo.
Cuando salió de esa casa, se tranquilizó un poco. Sacó el teléfono y se dio cuenta de que, en media hora más o menos, atardecería. Mirando a su alrededor, tomó la decisión de ir a casa a por la cámara de fotos, hacía demasiado tiempo que no hacía fotos por gusto, y en ese momento le apetecía desconectar de todo.
Tardó poco más de quince minutos entre ir a casa y buscar un bonito lugar para inmortalizar el bonito atardecer. Una de las fotos, era hermosísima, se veía el puente romano en primer plano, el río Júcar a su paso por el pueblo, enmarcado por árboles verdes y llenos de vida, a la izquierda de la imagen, las casas blancas encaladas y al fondo de las mismas, el castillo que coronaba aquel pequeño pueblo manchego. La arquitectura islámica estaba muy presente en Alcalá del Júcar, ya que fue una fortaleza almohade para proteger Al-Andalus entre los siglos XII y XIII. Estuvo haciendo fotos hasta que se quedó sin luz y decidió volver a casa.
Al mismo tiempo, Saúl y Gael habían llegado juntos a casa. Desde la discusión, Saúl estaba más insoportable que de costumbre.
—¿Por qué no hablas con ella?—sugirió Gael—Está preocupada por ti.
—Esta vez, me ha jodido, no me esperaba que me dijera algo así—ambos se sentaron en el sofá—Sé que ella jamás querría hacerme daño, pero si lo dijo es porque lo piensa.
—En que eres un poco agobiante, tiene razón—si las miradas mataran, probablemente Gael ya estaría muerto—No me mires así, siempre te he dicho lo que pienso. Lo que tenéis que hacer es hablar como adultos, no como un niño pequeño y su tía.
—Te estás pasando—murmuró entre dientes.
—Me da igual, esta es la realidad. Eres un hombre hecho y derecho, con casa propia, con un trabajo que te gusta, tu familia te quiere, tus amigos…según el día también—Saúl le dio un codazo—¿Qué más quieres? Deja de vivir amargado, deja de mirar a la gente como si tuvieras que perdonarles la vida. Suelta un poco la cuerda Saúl, respira, relájate y disfruta del viaje.
—Eres un cabronazo con un pico de oro ¿Lo sabías?—lo levantó del sofá y lo abrazó con cariño—Gracias tío, te quiero mucho, aunque lo demuestre poco.
—Yo también te quiero mucho Saúl—Gael le correspondió de la misma manera. Miró hacia la puerta y allí estaba Sonia con la boca abierta.