Al día siguiente, y como era de esperar, Saúl llegó a casa junto a Gael, Paula y la pequeña María con algo de comida que habían comprado un rato antes y también con una pequeña tarta metida en una nevera de playa, ya que en casa de Sonia, no había frigorífico.
—¿Yo a ti no te dije que nada de sorpresitas?—la pregunta iba dirigida a su sobrino mientras le quitaba las bolsas de las manos.
—¿Y tú no sabías que igualmente lo iba hacer?—su tía lo fulminó con la mirada pero finalmente sonrió—¡Feliz cumpleaños Sonia!
—Gracias cariño—lo besó y lo abrazó con ganas—Pero no hacía falta.
—No te hemos comprado nada y esto es lo único que se nos ocurrió ¿Verdad? —le dio un codazo cómplice a Gael.
—Emm, sí…—recibió una palmadita en la espalda por parte de su amigo y se acercó a Sonia—¡Feliz cumpleaños!—y la abrazó de una forma mucho menos efusiva que la noche anterior.
—¡Muchas felicidades Sonia!—Paula llegó hasta ella y la abrazó—Tengo algo para ti, no es gran cosa pero espero que te guste.
—Pero Paula, no hacía falta—abrió el paquetito ante la atenta mirada de todos. Era un colgante pequeño con los pendientes a juego de color azul celeste—Es precioso, muchísimas gracias.
—Es lo menos que podía hacer después de todo lo que me has ayudado—se sonrojó—Ya ves, no fuiste la única que compró algo a espaldas de la otra.
Paula se puso el vestido que Sonia le había regalado, y tal y como imaginó, estaba muy guapa. Se trenzó su pelo oscuro a un lado de su cabeza, se maquilló discretamente y llevaba unas cuñas bajitas de esparto.
Pasado un rato de conversaciones y risas, y después de que la niña se quedara dormida, pusieron como pudieron la comida en la pequeña mesa del salón.
—Chicos—Sonia llamó su atención—Alguien debería ir por hielo para la bebida.
—Yo voy—se ofreció Paula. Estaba algo agobiada porque Saúl no dejaba de ponerle mala cara cada vez que abría la boca.
—¿Estás segura?—preguntó preocupada. Sabía que cada vez que la muchacha salía por el pueblo, la gente la miraba mal y cuchicheaba.
—Sí, no te preocupes—esbozó una sonrisa—¿Hace falta algo más?
—Compra también platos y cucharas de plástico.
La chica asintió, le dio un beso a su bebé y salió de la casa. Un par de minutos después, Sonia hizo el amago de salir tras ella.
—¿Dónde vas ahora?—le preguntó su sobrino.
—Con Paula. No me quedo tranquila, si ya de normal hablan mal de ella y la critican, hoy que va realmente guapa, no sé qué barbaridades le van a decir—hizo una pausa para coger sus cosas—Es muy injusto que juzguen a una chica por vestirse de una manera u otra o por hacer lo que le venga en gana, no le hace daño a nadie. Es una cosa que me enferma de este maldito pueblo, yo sé lo que se siente y es horrible.
—Déjalo—intervino Saúl—Yo iré, tú quédate aquí anda—y con pocas ganas salió a buscarla.
Paula iba por la calle principal caminando, mientras intentaba tirar de la falda de su vestido ya que, como de costumbre, las miraditas y los cuchicheos de los habitantes de aquel pueblo no faltaban. Ahora recordaba el motivo por el cual había cambiado su forma de vestir. Estaba harta de sentirse juzgada por su ropa, por la familia de la que venía o por ser madre soltera a los diecisiete años.
Estaba sumida en sus propios pensamientos cuando de la nada apareció alguien a quién llevaba mucho tiempo sin ver y que había aparecido en el peor momento.
—¡Hombre Paulita!—se plantó delante de ella—¿Cuánto tiempo, no? Sigues tan guapa como siempre.
—¡Púdrete!—lo apartó y trató de seguir su camino.
—Pero espera ¿Por qué tanta prisa?—volvió a cortarle el paso.
—¿Qué quieres Rubén?—se enfrentó a él muerta de miedo—¿Por qué has vuelto?
—Parece que no te alegras mucho de verme ¿No?—sonrió con cinismo. A pesar del gran atractivo que poseía aquel chico aparentemente, por dentro era un ser horrible—¿Qué pasó con el paquete? ¿Se lo regalaste a alguien o te deshiciste de él?
—En primer lugar, ella no es un paquete—podía aguantar que se metiera con ella, pero no con su pequeña—En segundo lugar, para hablar de mi hija deberías lavarte esa sucia bocaza que tienes. Y por último, lo que pase con ella, ni te va ni te viene, tú lo decidiste así—Paula estaba aterrorizada y él lo sabía.
—Entonces, soy padre—el brillo de sus ojos verdes, tan parecidos a los de María, no le gustó nada a Paula—Y de una niña nada más y nada menos ¿Es guapa? ¿Se parece a mí?
—Tú no eres el padre de nadie, perdiste ese privilegio el día que me diste la patada—le escupió con rabia. La gente se estaba empezando acercar hasta ellos para enterarse bien del chisme.
—¿Y si te dijera que quiero volver?—le comentó entre risas.
—¡Ni de broma! Y ahora déjame en paz—una vez más lo dejó atrás, pero el chico no aceptaba un no como respuesta, la asió del brazo con violencia y la pegó a su cuerpo.
—Tú sabes que me encantas...—le susurró al oído de forma lasciva—Vamos…dame un besito, por los viejos tiempos…