—Paula…hija—hizo el amago de acariciar su cara, pero la chica no se lo permitió—Entiendo tu rechazo.
—¿Qué quieres?—escupió las palabras con desprecio—No se te ha perdido nada aquí.
—He venido a verte, saber cómo estás…—a Anaís le dio un golpe de tos y no pudo seguir hablando.
—No se puede ser más hipócrita que tú. Ahora soy yo la que no quiere saber nada de ti—miró a Saúl que estaba con la niña en brazos—Vámonos de aquí.
—Espera—susurró la mujer que aún se estaba recuperando el aire—Quiero hablar contigo a solas.
—Lo que tengas que decir, hazlo ahora. De aquí no se va nadie—sentenció Paula—No vas a tener más oportunidades.
—Siento haberte abandonado hija—Anaís empezó a llorar—Cometí el peor error de mi vida, ahora lo sé—miraba a su hija, la cual la observaba con desprecio—Estaba asfixiada en este pueblo, discutía con tu padre día y noche—volvió a toser—No quería esa vida para mí. ¿Sabes que siempre viví a la sombra de otra mujer? ¿Sabes lo humillante que era que me comparara con ella? Un día no aguanté más y abandoné a Simón…y a ti.
—Puedo llegar a entender tu infelicidad y que ya no quisieras estar con mi padre. Lo que jamás entenderé es por qué me dejaste a mí—se le quebró la voz—Qué fue eso tan malo que pude hacerte para que me abandonaras—dio un paso al frente y levantó la voz—¡Tenía seis años y mi mundo se vino abajo desde entonces!—Anaís agachó la cabeza rota de dolor—¡No sólo me abandonó mi madre! ¡Mi padre también lo hizo!—le gritó—Así que no me vengas ahora a decirme «Lo siento, me equivoqué» Porque a mí no me vale—Saúl tiró de ella suavemente para alejarla de su madre—No tienes ni idea de la mierda de vida que he tenido, papá no me podía ni ver porque le recordaba a ti. He crecido completamente sola mientas intentaba superar el abandono de mi madre y que mi padre día sí y día también volviera a casa como una cuba.
—Paula no sigas, déjalo ya. Mira como está…—Saúl intentó que se tranquilizara, pero ella quería sacar todo su dolor sin importarle nada.
—No, aún no he acabado—se volvió acercar a su madre para que la mirara a los ojos—¿Ves esa niña?—la mujer asintió en silencio—Esa niña es mi hija y créeme que no lo tuve fácil cuando me enteré de su existencia. El desgraciado que la engendró se desentendió completamente de nosotras. Todo el mundo me dio la espalda, pero ¿Sabes qué? Nunca se me ha pasado por la cabeza abandonarla, sólo estando muerta me separaría de ella.
—Paula, sé que no merezco nada, sólo quería verte por última vez. Intenté ponerme en contacto contigo hace unos días, pero no sabía cómo reaccionarías y hasta hoy no me he decidido. Me gustaría que me perdonaras, aunque no tengo perdón de Dios, yo sé que tienes buen corazón.
—Aunque quisiera, no puedo—se secó las lágrimas con rabia—Hasta hace poco más de dos meses, yo no sabía lo que era algo remotamente parecido a tener una madre. ¿Y sabes quién me hizo sentir así? La mujer a la que mi padre y tú le rompisteis el corazón, esa que tanto criticas. Ella me dio en apenas unos días, lo que nadie me dio nunca. Algo he tenido que hacer bien en mi vida para merecerla. Sonia te da un millón de vueltas en todos los sentidos, Anaís—se giró hacia Saúl para hablarle—Hazme un último favor, lleva a María con mi padre, si te pregunta dile que vuelvo en un rato—volvió a observar a su madre. Estaba diferente a lo que ella apenas recordaba, no le daba ninguna pena—Si es cierto que me quieres, no vuelvas acercarte a mí nunca más—no esperó respuesta, se alejó de aquel parque, necesitaba respirar de nuevo y en ese lugar cada vez se sentía más ahogada.
Anaís se quedó observando de lejos a María. Era abuela de una niña preciosa tan bonita como lo era Paula a su edad.
—Creo que es mejor que se vaya—le sugirió Saúl.
—Muchacho ¿Puedo pedirte una última cosa?—él asintió y escuchó atentamente.
Simón ya tenía la comida lista cuando llamaron a la puerta de casa, era raro porque su hija tenía llaves y nadie los visitaba nunca.
—Hola—Saúl no sabía que decirle a ese hombre así que, le ofreció a su nieta—Paula volverá en un rato.
—¿Pero dónde está? ¿Le ha pasado algo?—el hombre se estaba empezando a poner nervioso.
—Ella está bien—lo tranquilizó— Sé que no me corresponde a mí decírtelo pero…La madre de Paula ha vuelto y digamos que no se lo ha tomado muy bien.
—¡Esa maldita mujer nunca dejará de hacernos daño!—gritó a los cuatro vientos—Tengo que estar con ella—la llamó por teléfono, pero lo tenía apagado.
—Creo que es bueno dejarla sola un rato, tiene mucho en qué pensar.
—¡En qué puto momento puse mis ojos en esa mujer!—blasfemó.
—Mejor no te digo lo que pienso—se tensó—Ya he cumplido con mi encargo, así que me voy.
—Gracias muchacho—le puso una mano encima del hombro y Saúl se fue por donde había venido.
Pasadas las ocho de la tarde, Paula aún no había encendido el móvil y eso ya era preocupante. No quedaba mucho para que anocheciera y, aunque no era asunto suyo, decidió salir a buscarla para quedarse tranquilo.
Se recorrió el pueblo de punta a punta, pero no había rastro de ella, así que bajó por un sendero que llevaba hasta el río Júcar y un poco más adelante, la vio sentada frente al río tirando piedrecitas. Se acercó despacio para no asustarla.