Después de comer, Adri, Paula y María, fueron a un parque cercano para que la niña jugara un rato en los columpios antes de volver a casa.
—Adri ¿Cuándo termines de estudiar ya no te veremos más?—preguntó María por curiosidad.
—Espero que sí, si me llamáis, claro—le acarició el pelo a la pequeña mientras miraba a su madre.
—Por supuesto que nos veremos, y a Vero también. Somos amigos y los amigos aunque no se vean a diario, siguen siéndolo—le aclaró Paula.
—Ah vale. Mami, me voy a jugar.
—No te vayas lejos y ve con cuidado—le gritó porque María salió disparada a su columpio favorito—Esta niña, es un caso, le gusta saberlo todo.
—Eso es bueno, es normal que tenga curiosidad a su edad, no creo que te aburras con ella.
—Pues no, la verdad. Demasiado bien me ha salido para el poco tiempo que paso con ella, casi toda su vida me ha tenido a medias.
—Eso no es cierto, todos sabemos lo que te esfuerzas por ser una buena madre. Trabajas para sacarla adelante y encima terminando una carrera que no es fácil. No todo el mundo puede presumir de ello, pero tú sí. Cuando tu hija crezca, lo valorará mucho, estoy seguro—le pasó un brazo por encima de sus hombros en un gesto cariñoso.
—Gracias por ser mi mejor amigo—apoyó la cabeza en su hombro sin perder de vista a su pequeña.
—Paula—Adri titubeó un poco—Tengo que decirte algo importante.
—Dime—levantó la cabeza de su hombro—¿Qué pasa? Te has puesto serio de repente.
—Paula—se aclaró la garganta, estaba muy nervioso—Yo…
—¡Vero!—gritó María al ver a la amiga de su madre.
—Hola enana—la cogió en brazos y empezó a dar vueltas con ella—¿Y tu madre?
—Allí, con Adri—le señaló con el dedo.
Cuando Vero los vio, tenía pinta de que por fin su amigo le diría a Paula lo que siente por ella. Pero cuando la niña gritó su nombre, los dos miraron en su dirección, esperaba no haberla pifiado.
—Buenas tardes queridos amigos, yo también me alegro de veros—saludó alegremente.
—Hola guapa—Paula le levantó y la saludó.
—Hola Vero—dijo Adri un poco más serio.
—Mami ¿Me llevas al baño? Me hago pis—esto último lo dijo de forma que sólo la escuchó su madre.
—Ahora venimos—madre e hija fueron en busca del baño más cercano.
—¿Y a ti qué te pasa?
—Nada…¿Sabes que eres muy oportuna?—no estaba enfadado con ella.
—¿Por?—en ese momento cayó en la cuenta de que quizás lo que había imaginado pudiera ser verdad—¿No me digas que ibas a decírselo ahora?
—Sí, estaba a punto de hacerlo—confesó—Pero has llegado tú y…
—¡Joder Adri! Lo siento muchísimo, yo no lo sabía—se disculpó—Pero si quieres, me llevo a la enana un rato y habláis sin interrupciones.
—No, da igual, ni siquiera sé si hubiese sido capaz—se levantó del banco de un salto—Me voy. Invéntate la excusa que quieras, nos vemos Vero—poco tiempo después, Paula y María volvieron allí.
—¿Y Adri?
—Ha tenido que irse, tenía cosas que hacer o eso me dijo.
—Qué raro. Antes de que llegaras me quería decir algo importante ¿Tú sabes de qué se trata?
—No tengo ni idea—mintió—Por cierto, tenemos que ir a tu casa, creo que tienes algo que me pertenece y lo necesito para mañana.
—Es cierto, se me había olvidado, vamos ya si quieres.
Quince minutos más tarde, Vero, Paula y María, entraron por la puerta de casa, y como era costumbre, la niña fue a saludar a su tía Sonia que estaba mirando unas cosas del trabajo en el sofá.
—Espera aquí con ellas, voy a por tus cosas—le indicó Paula.
Instantes después Saúl llegó también a casa y se encontró con una chica también desconocida, bajita, rubia y con los ojos como platos mientras lo estudiaba con todo el descaro del mundo.
—Hola ¿Tú quién eres?—preguntó ya por curiosidad más que nada.
—Soy Vero, la mejor amiga de Paula—y ni corta ni perezosa, le plantó dos besos.
—Aquí tienes Vero…—Paula se quedó pasmada cuando vio a su amiga dándole dos besos a Saúl.—Toma tus cosas Vero, muchas gracias—le dijo de mala gana.
—Encantada ¿Eh?—la muchacha no le quitaba el ojo de encima, mientras él se fue dentro—Tía ¿Quién es él? ¿De qué lo conoces? ¿Y por qué no me lo has presentado antes?
—A ver Verónica, para el carro que nos conocemos—sabía lo que aquello significaba, ya lo había vivido antes con ella. Cada vez que le gustaba alguien, no paraba hasta conseguirlo y se notaba a leguas que Saúl le había encantado—Es el sobrino de Sonia y se acaba de mudar aquí, es todo.
—¿Pero tú lo has visto? ¡Está cañón! Creo que me he enamorado—cuchicheó emocionada.
—Vero, ni se te ocurra—Paula se puso tensa—Ese hombre no es para ti. Créeme, lo conozco, así que ni lo pienses.