Pasaron varios días, en los cuales no coincidían en casa. Saúl salía muy temprano, a veces, ni si quiera había amanecido y regresaba cuando Paula y María se iban a dormir, era lo mejor para todos.
Una mañana, María amaneció enferma, tenía dolor de tripa y vómitos. Paula no se alarmó en exceso, ya que era habitual en su hija que se contagiara en el colegio de los diferentes virus que rondaban allí. Sólo era una gastroenteritis, manteniéndola hidratada y estando tranquila, debería mejorar a lo largo del día, pero no fue así. Ya de madrugada, Paula se despertó debido a los temblores del pequeño cuerpo de la niña, tenía mucha fiebre y apenas estaba consciente, al incorporarla, le vomitó encima. Intentó mantener la calma, limpió a su hija y a sí misma y mientras llamaba a un taxi, la cambió y se cambió. No avisó a nadie, si siquiera a Saúl. Cogió a su hija en brazos y se fue al hospital muerta de miedo.
En torno a las seis y media de la mañana, Saúl se levantó como llevaba haciendo cada día desde «el incidente» como el mismo lo denominó. Al salir de su habitación, vio la puerta de la de Paula abierta y le pareció bastante extraño pues siempre estaba cerrada por las noches. Entró sin encender la luz y se dio cuenta que allí no había nadie, entonces encendió la luz y vio que estaba todo revuelto y olía bastante mal., así que recogió todo aquel estropicio y abrió la ventana para ventilar. Después se asomó al baño pensando que estarían ahí, pero estaba vacío, revisó la cocina y el salón, pero no había rastro de ellas.
«¿Y si se han ido de casa?» dudó por un momento. Pero descartó esa idea casi de inmediato, si eso fuera así, se podrían ir en cualquier momento o ya lo hubieran hecho. Debía haber pasado algo grave para desaparecer en medio de la madrugada.
Paula estaba sola en la sala de urgencias del hospital, no había ni un alma aquella noche. Sólo un fluorescente que amenazaba con fundirse pronto, rompía el silencio. Estaba muy nerviosa, tanto, que, ni las lágrimas eran capaces de salir de sus ojos. Tenía un nudo en la garganta y otro en el estómago que apenas la dejaban respirar. Caminaba de una punta a otra de la sala de espera como una fiera encerrada. Se culpaba porque su hija en aquel momento estuviera a punto de entrar a un frío quirófano y todo por no haberla llevado antes a que la viera un médico.
No era la primera vez que se veía en un hospital con María enferma de gravedad, de hecho era la segunda. En la anterior ocasión, era bastante más joven pero se sentía igual de asustada que ahora, ese día conoció a Sonia y desde entonces su vida había cambiado. La diferencia era que ese día no estaba ella para apoyarla, ahora estaba sola, y todo aquello estaba siendo muy duro.
Se asomó a la pequeña ventana y casi se podían vislumbrar los primeros claros del día, lo único que deseaba era que todo pasara rápido para poder estar con su hija cuanto antes y que aquella pesadilla acabara. Seguía mirando por la ventana, cuando su móvil vibró en el bolsillo de su pantalón, era Saúl. No sabía qué hacer. Desde el día que la besó, no había vuelto a verlo porque no sabía cómo actuar. Pero en ese momento, necesitaba apoyarse en alguien, aunque fuera él. La llamada se cortó, pero enseguida volvió a llamar, Paula miró unos segundos la pantalla y descolgó.
—Saúl—sonó casi como un sollozo.
—Paula ¿Qué pasa? ¿Dónde estáis?—si ya estaba preocupado antes, ahora estaba asustado por el tono de voz de ella.
—En el hospital—trató de tragarse el nudo que tenía en la garganta—Están a punto de operar a María…
—¿Qué? ¿Operar de qué?—mientras hablaba con ella, cogió las llaves de su coche y salió corriendo hasta el garaje.
—Cuando llegamos y la vieron, el médico me dijo que tenía principio de peritonitis, y que eso era muy peligroso y más en una niña tan pequeña y…¡Ha sido por mi culpa! ¡Debí traerla antes! No quiero que se…
—¡Ni lo digas! Eso no va a pasar—Saúl no era una persona creyente pero le pedía a Dios o a quién estuviese por allí, que María se recuperara cuanto antes. Él tampoco sabía que haría si algo le pasaba—¿Por qué no me dijiste nada?—le dolía que no hubiera contado con él, dado la gravedad de la situación.
—Yo…no sé…no…
—No importa, estoy de camino, trata de tranquilizarte ¿Vale? Piensa que cuando María despierte, tiene que verte bien.
—Gracias—susurró, apenas le salía la voz del cuerpo.
—Te prometo que no tardaré—y colgó para después pisar el acelerador todo lo que pudo para cumplir su promesa.
Diez minutos después, el cirujano llegó hasta ella para pedir su autorización para intervenir a la pequeña. Quiso verla, pero se lo negaron, estaba todo listo para comenzar la operación.
Paula volvió al lugar de la ventana, estaba a punto de amanecer, podía escuchar el canto de los pájaros, el tráfico en la calle y al personal de hospital empezar una nueva jornada. No supo con certeza cuánto tiempo pasó observando todo aquello casi sin pestañear, pero sí pudo sentir su presencia sin siquiera verlo. Cuando se dio la vuelta, allí estaba él, observándola en silencio, sin acercarse demasiado. Pero eso cambió cuando Saúl la miró a los ojos y vio su desesperación, no podía mantener la distancia con ella tal y como se había propuesto.
Fue Paula quien los pocos metros que los separaban, no esperaba ninguna muestra de cariño por su parte, sabía que esas cosas le incomodaban, la única excepción que hacía era con María porque a ella no podía negarle nada, pero se conformaba con su compañía y con sus palabras de aliento, era lo único que podría tener de él. Pero se equivocó, nada más llevar hasta él, Saúl la atrajo hasta él y la abrazó. Era la primera vez que lo hacía y pudo sentir que, al contacto de sus cuerpos, Paula soltó toda la tensión que acumulaba desde hace tiempo y junto a eso, por fin pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta a través de sus lágrimas.