A través del tiempo (2023)

CAPÍTULO 30

—Hola—saludó Paula tímidamente.

—Hola ¿Cómo estás? Te echaba de menos, me alegra que me hayas escrito.

—Debí hacerlo antes, Vero yo…—guardó un segundo de silencio—Te pido perdón por tratarte tan mal, no tuve un buen día, lo siento.

—Paula, no pasa nada, es normal que no te gustara lo que viste, y la que te pide perdón soy yo, no sabía nada, te lo juro.

—¿No sabías nada de qué?—en ese punto de la conversación, se había perdido.

—De lo vuestro. Te prometo que si lo hubiese sabido, jamás le hubiera tirado la caña a Saúl.

—Espera ¿Qué?

—Venga ya tía, si estabas súper celosa cuando nos viste en tu casa, y él ni se diga, estaba más tieso que el palo de una escoba cuando me dijo que llevabas con Adri todo el día—quería que su amiga le contara todo, pero sabía cómo era Paula de reservada, no la presionaría—Aunque me hubiera encantado que me lo hubieses contado.

—Vero, te estás equivocando—trató de disuadirla de esa idea tan estúpida.

—Sé muy bien cuando hay tensión en el ambiente, y en tu casa aquel día, había y mucha. ¿Me lo contarás?

—Sí, pero no por teléfono—era inútil querer ocultarle algo a Vero—Y por favor, no repitas nada de lo que has dicho porque las cosas no son como tú crees.

—Me sirve—sonrió la chica—Oye ¿Quedamos para comer?

—No puedo, estoy en el hospital, ayer operaron a María.

—¿Han operado a la enana y no me dices nada? ¿Por qué?

—Bueno, no quería que creyeras que sólo te llamo cuando las cosas se tuercen.

—¡Estás tonta! Hubiera ido enseguida—y era cierto, lo hubiera hecho—Voy para allá y después hablamos, ¿Vale? Un beso.

Paula era consciente del interrogatorio que se le avecinaba cuando el «Huracán Vero» apareciera en el hospital, así que decidió desayunar fuerte para estar preparada.

Vero no tardó ni una hora en aparecer en la habitación.

—¿Cómo está mi enana preciosa?—la abrazó con mucho cuidado para no hacerle daño—Te he traído una cosita—de la bolsa sacó una muñeca de trapo con rasgos similares a María—¿Te gusta? Las hace mi madre, iba a ser para otra ocasión pero creo que ahora la necesitas más.

—Sí, me gusta mucho—la abrazó con cariño—Muchas gracias Vero.

—Vero—Paula llamó su atención—Este es mi padre, Simón. Papá, esta es Vero, mi mejor amiga.

—Encantada de conocerlo, pensé que nunca lo iba hacer. Paula me ha hablado mucho de usted.

—Espero que bien ¿No?—todos se rieron—Tutéame por favor, no soy tan mayor.

—Me parece bien—la chica sonrió—Enana ¿Te importa si vuelvo en un rato? Tengo que hablar con tu madre de una cosa.

—Si vuelves, sí, que quiero que juguemos todas—dijo levantando su muñeca.

—Hecho—le guiñó un ojo—Vamos fuera—instó a Paula—Me muero por un cigarro.

Una vez salieron y se alejaron de las inmediaciones del hospital, Vero al fin pudo fumar tranquila.

—Ahora sí, cuéntamelo todo—le dio una calada a su cigarrillo y soltó el humo con ganas.

—A ver, no hay mucho que contar—se rascó la oreja, lo hacía siempre que estaba nerviosa.

—Vale, quería que saliera de ti, a tu ritmo, pero será mejor si voy al grano. ¿Estás colada por él, sí o no?—si por algo se caracterizaba la muchacha era por ser una persona directa y sin filtro.

—Vero, baja la voz—la regañó—Yo…no lo sé, bueno, si lo sé…

—¿Sí o no Paula?—ella no contestó, pero no hizo falta—Vamos, que sí, y te entiendo perfectamente, yo también lo estaría, está cañón.

—No es sólo por eso, de hecho es lo que menos me importa. Tú no lo conoces, es una buena persona, detallista cuando se lo propone, siempre está ahí cuando lo necesito, adora a mi hija. Pero también tiene un carácter hermético, frío y escurridizo, a veces es un misterio para mí.

—Uy, sí que es grave la cosa. Creo que estás mucho más que colada por él. Paula ¿Tú lo quieres? Pero me refiero a querer de verdad no a un simple capricho.

—Eso creo—era la primera vez que lo admitía ante una persona que no era ella misma.

—Joder…¿Y desde cuándo?

—Desde hace casi seis años—confesó mientras se sonrojaba.

—No me lo creo ¿Tanto?—la chica asintió despacio—¿Y él lo sabe?

—No, ni tampoco quiero que lo sepa. Vero por favor, no digas nada, me moriría de la vergüenza. Esto no puede salir de aquí.

—Pero ¿Por qué callarte? ¡Díselo! Igual te llevas una sorpresa, no entiendo porque no lo has hecho ya. ¿Eres masoquista o qué?

—No, soy sensata o al menos eso es lo que intento. Es mejor así, Vero, además, ya nada me ata aquí. En cuanto encuentre trabajo o mi profesora Leonor me admita en su consulta, dejaré de vivir con él y de verlo cada día y seguro que todo esto quedará en una anécdota.

—Eso amiga mía, no te lo crees ni tú. Da igual lo que hagas o lo lejos que te vayas porque este—puso la mano a la altura del esternón de Paula—Nunca olvida.




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