Durante los días siguientes, le quitaron los puntos a María y ya podía hacer vida normal, con precaución por supuesto. También Vero había conseguido ponerse en contacto con su amigo Adri. El chico se sentía mal y se marchó a Alicante con su familia paterna, no estaba preparado para volver a hablar con Paula. A las chicas les apenó saber eso, pero era su decisión y tenían que respetarla.
Ya que María podía viajar, las dos amigas empezaron a recoger sus cosas de la que había sido su hogar durante años. En el viaje en tren, se llevarían lo indispensable y el resto de las cosas Vero las guardaría y se las llevaría al pueblo en su coche cuando fuera a visitarlas. No tardaron más de dos días en tenerlo todo preparado.
—¿Estás segura que te quieres ir? Yo no te veo nada convencida Paula.
—Sí lo estoy—cerró la maleta y la puso de pie en el suelo—La vida son etapas, y hoy cierro una para abrir otra.
—¿Y qué pasa con Saúl? ¿Ni siquiera lo vas a intentar?
—No lo sé. Necesitamos tiempo y sobre todo espacio. No quiero volver a equivocarme porque ya no estoy yo sola—señaló a María que estaba viendo la televisión ajena a todo—No quiero que nadie salga herido de más.
—Salvo tú.
—Salvo yo—repitió.
—¿Le has dicho que os vais hoy?
—No. Apenas pasa por aquí, sale muy temprano y llega muy tarde.
—Deberías decírselo—insistió Vero.
—No Vero, si lo hago jamás podría irme.
—Pronto iré a verte—abrazó a su amiga para despedirse de ella—Y te llevaré el resto de tus cosas.
—Te estaremos esperando con los brazos abiertos—la besó en la mejilla.
—¡Enana!—salió corriendo hacia la niña—Te voy a echar un montón de menos.
—Y yo a ti, espero que vengas a vernos muy pronto—María le dio un afectuoso abrazo.
—Te quiero mucho enana—se puso de pie y caminó hasta la puerta—Y a ti también. No seas tonta y piénsalo, aún estás a tiempo—le dijo bajito.
—Nos vemos Vero, gracias por todo—se abrazaron por última vez y la chica se fue.
Una hora más tarde, Paula y María estaban con las maletas en la puerta del piso dispuestas a salir de aquella casa por última vez.
—Espera mami, se me ha olvidado una cosa—la pequeña sacó de su mochila una hoja donde había dibujado algo—Ya que no nos podemos despedir del tío Saúl, le voy a regalar un dibujo ¿Crees que le guste?
—Seguro que sí, es precioso—María los había dibujado a los tres junto a un gran corazón con su nombre—Le va a encantar.
—Jo, a veces no me gusta que trabaje tanto, quería despedirme de él, lo voy a echar mucho de menos.
—Seguro que os veréis pronto. Y ahora vamos, que nos está esperando el taxi, ve llamando al ascensor pero no te subas.
La niña le hizo caso y salió al rellano, mientras ella sacó sus llaves del bolso dejándolas junto al dibujo de María. Levantó la vista y observó todo por última vez con un nudo en la garganta. Había sido muy feliz ahí durante años y había vivido muchas primeras veces también. Se limpió el par de lágrimas que habían aparecido en sus ojos, cogió la maleta y tiró de la puerta para dejarlo todo cerrado. Una vez en la calle, se acercó al taxi para subir las maletas y mientras cerraba el maletero, echó un último vistazo a la fachada del edificio.
Saúl pudo verlas casi de milagro, María ya estaba dentro del taxi y Paula observaba el portal mientras la suave brisa acariciaba su morena melena. Finalmente ella también subió al taxi y éste desapareció al final de la calle. Gracias al chivatazo de Vero, pudo verlas irse. No se arrepentía de haber seguido ese impulso, pero estaba siendo duro para él.
Cuando subió y cerró la puerta de la casa, todo estaba en silencio y se sentía demasiado incómodo, parecía como si a ese lugar le faltara el alma. Se acercó hasta la mesa del comedor y vio el dibujo que le había dejado María y sonrió al imaginarla haciéndolo, junto a eso, encontró las llaves de Paula. Eso significaba que iba en serio, volvería a Valencia, pero no a su casa, no con él.
Otro error que cometió fue ir hasta su habitación. Habían desparecido todas las fotos, los libros, las manualidades de la niña, todo lo que hacía esa estancia de la casa de ellas. Ahora era un espacio impersonal. Acarició la cama que estaba hecha y aún conservaba su olor, se sentó sobre ella y observó el vacío que lo rodeaba. Estaba solo otra vez, pero en esta ocasión era aún más cruel porque ellas sí vivían y no podía tenerlas junto a él. Golpeó con rabia el colchón y algo cayó al suelo, Saúl se agachó para ver de qué se trataba. Parecía una foto, debía habérsele caído a Paula mientras recogía las demás. En la foto salían ellas dos en el último cumpleaños de María, se las veía muy felices y sonrientes. Decidió guardarse la foto para él, era a lo único que podía aspirar por el momento.
Un mes después, Saúl estaba tirado en el sofá viendo la televisión a la que no estaba prestando ningún tipo de atención. Desde que ellas se fueron, Saúl era un autómata, se levantaba por la mañana, iba al trabajo con un humor de perros y cuando volvía a casa, ponía la televisión para intentar paliar la inmensa soledad que le acompañaba, a veces se acordaba de comer y dormir y otras no. Una noche, pasaban de las ocho y media de la tarde cuando la puerta se abrió sobresaltando a Saúl que se incorporó de inmediato, al ver de quién se trataba, volvió a tumbarse.