Ni siquiera había desvestido a María para no despertarla, la había acostado tal cual, mientras que ella sí que se había aseado y cambiado de ropa para irse a la cama. Cuando estaba a punto de dormirse, tocaron a la puerta de casa. Miró el reloj y no habían pasado ni cuarenta minutos desde que Sonia y Gael se habían marchado ¿Habrían olvidado las llaves?
—Qué pronto habéis…vuelto—guardó silencio procesando lo que acababa de ver—¿Tú?
—Sí…yo—y sin preguntar, pasó dentro cerrando la puerta—¿Te he despertado?
—No, aún no me había dormido. ¿A qué has venido? Si vienes de visita podías haber esperado para venir en un horario más apropiado—le reprochó.
—Creo que ya he perdido demasiado el tiempo últimamente, no podía esperar más—se apoyó en la puerta mientras Paula lo miraba con los brazos cruzados—Te agradezco mucho que me lo hayas dado, pero reconozco que me equivoqué, otra vez.
—Soy una persona comprensiva—respondió con ironía.
—A lo mejor es demasiado tarde, pero te prometo que…
—Tus promesas no son garantía de nada. Ya me habías prometido cosas antes y mira como estamos, perdona que me cueste creer en ellas.
—Lo sé, no tienes por qué creerme, pero si no te importa, me gustaría decirte algo.
—Adelante—le ofreció sentarse en el sofá y ella se sentó en el sillón, quería guardar las distancias—Di lo que tengas que decir, al contrario que tú, yo sí sé escuchar a los demás.
—Eres mejor que yo, eso todo el mundo lo sabe.
—No Saúl, cada uno es como es, ni mejor ni peor—le aclaró.
—Bien—se aclaró la garganta—Lo único que te pido es que me escuches hasta el final, no se me da bien hablar de mí ni de cómo me siento, no tengo ese don.
—Está bien, escucharé hasta el final—Paula notaba lo nervioso que estaba y quería escucharlo todo, así que trató de no echarle más leña al fuego.
—Lo primero que necesito hacer es pedirte perdón, por todo lo que has tenido que sufrir por mi culpa. He sido muy egoísta contigo por culpa de mis miedos y de mis inseguridades, para mí lo más simple era huir cuando no era capaz de arreglar mis problemas, porque soy un maldito cobarde—se frotaba las manos para tratar de serenarse y lo único que estaba dando era pena, y no quería que Paula lo perdonara por pena—Soy consciente que el problema lo tengo yo y debo tratar de solucionarlo. No quiero seguir haciéndole daño a la gente que me importa—quería escoger las palabras adecuadas para poder sacar todo lo que tenía dentro—Aunque no lo creas, he aprendido muchas cosas de ti, tú me has hecho crecer Paula, en todos los sentidos. Me has enseñado cosas que ni yo mismo sabía que existían dentro de mí—sonrió con tristeza mientras seguía con la mirada fija en el centro de mesa—Está claro que no te he valorado como debía y ahora que estoy a punto de perderte, me arrepiento de no haberlo hecho.
Paula estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no derrumbarse e ir con él, pero debía dejarlo terminar. Sabía lo que le estaba costando hablar de sus sentimientos y ella quería escucharlo todo.
—Ninguno de los dos ha tenido una vida fácil y mientras yo me aferraba a eso para culpar a cualquiera de mis desgracias, tú siempre has sabido levantarte y seguir hacia adelante sin buscar culpables, esa es una de las muchas cosas que amo de ti. Soy incapaz de disfrutar de las cosas cuando van bien y busco cualquier excusa para huir cuando algo se tuerce—entonces levantó la cabeza para mirar a Paula—No soy el hombre que te conviene, ni mucho menos el que te mereces, aunque haría cualquier cosa por serlo. Pero lo que sí soy es el hombre que te va a amar de por vida porque, este que está aquí—se señaló el pecho con la palma de su mano—Se había olvidado de latir hasta que María y tú lo pusisteis de nuevo en marcha. Sois lo mejor que me ha dado la vida y si tú quieres, o mejor dicho, si vosotras queréis darme la oportunidad, sería la persona más afortunada del mundo. No os haré promesas ya que últimamente parece que las rompo con facilidad y tampoco elegiré por ti de nuevo. Paula he aprendido la lección, créeme—Saúl estaba visiblemente afectado, como nunca antes lo había estado. Al fin le había abierto el corazón a su legítima dueña y se sentía más ligero que nunca—Respetaré la decisión que tomes, eres libre de hacer con tu vida lo que creas conveniente.
—¿Has acabado?—Saúl se sorprendió por la frialdad de su pregunta, pero la entendía, ya había aguantado demasiadas cosas por su causa. Pero no se arrepentía de haberle confesado todo lo que llevaba tanto tiempo guardando para sí mismo.
—Sí, es todo—se puso de pie dispuesto a irse por donde había venido, acababa de gastar la última bala del cartucho.
—¿A dónde vas? Yo no te he dicho que te vayas—se levantó y fue tras él—Te agradezco que hayas sido sincero conmigo, quiero decir, sincero del todo. Yo sé que nunca me has mentido, eres más transparente de lo que crees Saúl—se acercó tanto a él al punto que tenía que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos—Lo que has hecho hoy por ella—dijo refiriéndose a su hija—Me ha parecido el mayor acto de amor que nadie ha hecho por María jamás, de corazón te doy las gracias por amarla tanto como yo.
—Ella se merece todo y me da miedo que algún día María deje de quererme y me eche de su vida por la razón que sea.
—Conozco a mi hija, no lo hará. Al igual que yo tampoco lo haré. Nunca, escúchame bien—tocó su mejilla para que le prestara atención—Jamás te dejaremos de querer, métetelo de una maldita vez en esa cabeza dura que tienes.