A Través del Tiempo

Capítulo 2- Sustos, gritos, y brujas?

El eco de sus gritos aún flotaba sobre la laguna. Esther tenía el corazón en la garganta, apretando la pulsera como si fuera a salvarla de un momento a otro. Pero el aparato seguía chisporroteando sin abrir ningún portal.

Frente a ella, Edwyn no parecía menos asustado. Tenía un palo en la mano, que había recogido del suelo, como si fuera un arma improvisada.

-¡Aléjate! -dijo él, alzándolo torpemente.

-¡Ni loca! -replicó ella, retrocediendo un paso-. ¿Quién eres tú?

-Yo vivo aquí, en estas tierras. La pregunta es... ¿qué demonios eres tú?

Esther abrió mucho los ojos.
-¿¡Qué demonios voy a ser!? ¡Soy una persona!

Edwyn la miró de arriba abajo. Su licra, blusa moderna y su pelo con mechones de colores, no tenían nada en común con las telas rústicas de su época.
-Pareces un espíritu. O peor... una bruja.

-¿¡Bruja!? -Esther casi se atragantó de la indignación-. ¡Ni siquiera sé preparar un caldo sin quemarlo!

El campesino arqueó una ceja.
-Eso lo diría cualquier bruja.

Ella dio un paso al frente, apuntándole con el dedo.
-Pues no lo soy. Y baja ese palo antes de que te golpees solo.

Como para darle razón, Edwyn intentó bajarlo... y terminó enganchándolo en una rama baja. El palo se le resbaló de las manos y le pegó en la frente.

-¡Ay! -gruñó, llevándose la mano a la cara.

Esther se tapó la boca para no reír.
-Muy valiente tu arma, ¿eh?

Él la fulminó con la mirada, frotándose la frente enrojecida.
-Te aseguro que no tengo miedo.

Ella sonrió, nerviosa pero divertida.
-Pues lo disimulas fatal.

Por un instante se quedaron en silencio, ambos respirando agitados, sin saber qué hacer. Era absurdo: dos completos desconocidos, uno convencido de haber visto un espectro y la otra aterrada de haber sido descubierta. Y sin embargo, algo en la torpeza de aquel momento les arrancó un atisbo de risa contenida.

-Si no eres bruja... ¿qué haces aquí, sola, en medio de la noche?

Esther titubeó. No podía decir la verdad.
-Estaba... paseando.

-¿Paseando? -repitió él, incrédulo-. Aquí no pasea nadie. Aquí se trabaja, se duerme... o se pierden las cabras.

-Pues yo sí paseo. ¿Acaso está prohibido?

Él resopló, desconfiado.
-Prohibido no... raro sí. Nadie se viste como tú para caminar por el bosque.

Esther bajó la vista a su ropa futurista y se mordió el labio. Claro, era un error no haber cambiado antes de venir.

-¿Y qué? -dijo al fin, alzando la barbilla-. A mí me gusta así.

Edwyn iba a responder, pero se escuchó un crujido más fuerte entre los árboles. Los dos giraron al mismo tiempo. Esther dio un brinco y soltó un chillido; Edwyn, instintivamente, volvió a agarrar el palo que había caído.

Un conejo salió corriendo de entre los arbustos.

Esther exhaló con fuerza.
-¡Un conejo! Casi me da un infarto por un conejo.

Edwyn la miró como si no pudiera creerlo.
-Definitivamente no eres de por aquí.

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse un poco.

La tensión fue aflojando. Edwyn bajó el palo y, tras un silencio largo, preguntó con menos dureza:
-¿Cómo te llamas?

Esther dudó un instante. Dar su nombre no podía hacer tanto daño, ¿o sí?
-Esther.

-Edwyn -respondió él, aún desconfiado, pero curioso.

Ella sonrió débilmente.
-Bueno, Edwyn... si ya comprobaste que no soy un fantasma, ¿podrías dejar de mirarme como si fuera a comerte?

Él no respondió enseguida. Pero una pequeña curva apareció en la comisura de sus labios, casi una sonrisa escondida.




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