A Través del Tiempo

Capitulo 3- Sonidos en la oscuridad

La sonrisa escondida en los labios de Edwyn se borró tan pronto como apareció. Volvió a erguirse, cruzándose de brazos con recelo.

—Bueno… ya sé tu nombre, pero no lo que haces aquí —dijo, con tono firme.

Esther tragó saliva.
—Te lo dije, estaba paseando.

Él arqueó una ceja de nuevo.
—Aquí en medio del bosque. ¿Con esa ropa? No me tomes por tonto.

—Pues si no me crees… allá tú. —Ella levantó el mentón, ofendida—. No necesito que me interrogues.

Edwyn suspiró, frustrado, y dio un paso atrás.
—Entonces quédate. Yo me voy.

Se giró, dispuesto a marcharse. Esther se quedó quieta, con el corazón latiéndole fuerte. La luna llena iluminaba el agua plateada de la laguna, y la única otra luz provenía de su pulsera, que chisporroteaba débil, como una chispa a punto de apagarse. No funcionaba. Sin ella, estaba atrapada.

“Bien, Esther”, pensó, mordiéndose el labio. “Si eres tan madura como dices, busca cómo arreglártelas sola. No vas a suplicarle a un extraño. Puedes hacerlo. Puedes…”

El eco de la voz de su madre volvió a su memoria: “Una verdadera prestamista nunca pide lo que no necesita. Si aceptas ayuda, demuestras debilidad.”

Ella resopló, sacudiendo la cabeza.
—Pues no, demostraré debilidad. —Su voz salió más fuerte de lo que esperaba—. No te necesito. Vete, no me importa.

Edwyn la miró por encima del hombro, intentando descifrar si de verdad hablaba en serio.
—Como quieras. —Y se marchó con paso decidido.

Esther empezó a caminar hacia la arboleda, los pasos crujían entre las hojas secas. El silencio la envolvía, y de pronto, todo ese bosque que antes parecía mágico, ahora parecía un monstruo gigantesco. Cada rama que se movía le hacía dar un respingo.

Edwyn, mientras tanto, apenas había avanzado unos metros. Su conciencia pesaba como un costal de harina.

Volteó hacia atrás de nuevo y la vió

—Por todos los santos… camina directo hacia la zona de lobos —murmuró.
Se pasó una mano por el rostro, como intentando convencerse de seguir adelante. “Déjala, no es tu problema. Si resulta ser una bruja, mejor que se la coman los lobos. Sí… pero… ¿y si no lo es?”
Soltó un suspiro resignado.
—¡Demonios! —masculló—. ¿Por qué tengo que ser tan buena gente?

Y corrió tras ella.

Esther, mientras tanto, se había detenido. Un pequeño animalito había salido de entre los arbustos.
—¡Ohhh, qué lindo! —exclamó, agachándose—. Un perrito.

Edwyn llegó justo para verla extender la mano.
—¡No lo toques! —gritó.

Demasiado tarde. El animal, un cachorro de lobo, le mordió la muñeca y luego salió huyendo con un chillido agudo.

—Me ha mordido —Esther se llevó la mano al pecho, asustada—.

Un aullido grave resonó en el bosque. Luego otro. Y otro más, acercándose.

El rostro de Edwyn se endureció.
—Son lobos. Vienen por el cachorro.

El aire nocturno se llenó de gruñidos lejanos. Esther retrocedió, con el pulso acelerado.
—¿Qué hacemos?

Edwyn agarró una rama seca y empezó a golpearla contra una roca, produciendo chasquidos fuertes que rompían la calma del bosque. Gritó con voz grave y potente, mezclando silbidos ásperos que retumbaban en la oscuridad.
—¡Atrás! ¡Fuera de aquí!

Esther lo miraba con los ojos muy abiertos.
—¿Eso funciona?

—Si hacemos suficiente ruido, sí. Los lobos no se acercan a los hombres cuando creen que somos muchos.

Los gruñidos se hicieron más lejanos, aunque el peligro seguía latente. Edwyn le agarró la muñeca —con brusquedad, pero sin lastimarla—.
—Corre.

No esperó respuesta. Tiró de ella y juntos echaron a correr entre los árboles, con la luz de la luna filtrándose a ráfagas, los pasos resonando contra la tierra húmeda y los aullidos cada vez más distantes.

Esther apenas podía respirar, pero en medio del miedo se sorprendió pensando que aquella mano fuerte que la guiaba… no la soltaba.

Y aunque quería convencerse de que no necesitaba a nadie, lo cierto es que esa noche, en medio del bosque, con el eco de los lobos detrás… no recordaba haberse sentido tan a salvo como en ese instante.




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