A Través del Tiempo

Capítulo 5- Trabajar? entre gallinas?

Un sonido extraño la despertó a mitad de la madrugada. Era un zumbido suave, metálico, como un chisporroteo bajo el agua. Esther abrió los ojos pesadamente y lo vio: frente a ella, a unos centímetros de su brazo, flotaba un pequeño portal irregular, como un círculo de agua brillante en el aire.

La pulsera chisporroteaba, iluminando la habitación con destellos azules y morados.

-No, no, no... -murmuró en pánico, sentándose de golpe.

Tocó la pulsera una y otra vez, como si al hacerlo pudiera reiniciarla. El portal titiló. Por impulso, estiró la mano y la atravesó. Sintió un aire diferente, más frío, como si estuviera metiendo los dedos en una época distinta.

Pero entonces el portal empezó a cerrarse. Un silbido agudo la alertó, y tuvo que retirar la mano de golpe antes de quedar atrapada. El círculo desapareció con un chasquido, y la habitación quedó de nuevo en penumbras.

Su respiración era agitada. La pulsera seguía brillando débilmente, como si se burlara de ella.
-Está dañada... -susurró, llevándose las manos a la cara-. Y quién sabe cuánto tiempo me quedaré aquí.

Los pensamientos se agolparon en su mente: ¿cómo iba a sobrevivir escondida en un mundo que no era el suyo?, ¿cómo depender de un muchacho que apenas la toleraba y que la había ayudado solo por lástima?, ¿qué haría si la descubrían sus padres?

Con el corazón encogido, terminó durmiéndose entre esas reflexiones, y apenas un parpadeo después, un coro de gallos y gallinas la arrancó del sueño.

Esther gruñó con los ojos rojos, despeinada y con la cobija medio enrollada.
Edwyn ya estaba de pie, acomodando herramientas y una cesta de mimbre.

-Vaya sueño más pesado tienes -dijo, sin mirarla, con un tono medio burlón-. Cualquiera diría que llevas semanas sin dormir.

-¡¿Pesado?! -protestó Esther, todavía medio dormida-. ¡Si apenas pegué los ojos con tanto escándalo de gallinas!

Edwyn rió por lo bajo.
-Bienvenida a mi mundo. Aquí el día empieza cuando ellos cantan, no cuando uno quiere.

Ella lo miró con incredulidad.
-¿Y cómo puedes estar tan despierto? ¡Ni dormiste nada anoche!

-Estoy acostumbrado. Toda mi vida me he levantado temprano para trabajar. Aunque, por lo general, duermo mis horas justas. Pero un día sin descanso no me matará.

Esther se dejó caer de nuevo en la cama, suspirando.
-Definitivamente no nací para esto...

Edwyn arqueó una ceja.
-Por cierto... -se inclinó hacia ella con seriedad-. Anoche escuché cosas. Una luz extraña... un resplandor. No me digas que estuviste haciendo brujerías en mi cuarto, después de todo lo que hice por ti.

-¡¿Brujería?! -Esther se incorporó indignada-. ¡Otra vez con eso! Le dije que las brujas no existen. ¡Seguro lo soñó!

Él la observó en silencio, con ese gesto de no creérsela.
-Soñando o no, lo que fuera que vi, lo vas a tener que explicar en algún momento.

Ella desvió la mirada.
-No había nada.

Edwyn suspiró.
-Está bien. Pero escucha: si quieres quedarte bajo mi techo, aunque sea unas noches, vas a tener que trabajar. No pienso mantener a una desconocida que no haga nada.

-¿Trabajar? -Esther abrió los ojos como platos-. ¡Yo no sé hacer esas cosas!

-Pues aprenderás. -Edwyn tomó un saco de grano y lo cargó al hombro con naturalidad-. Hoy empiezas con lo más sencillo: recoger heno y alimentar a las vacas.

Ella puso cara de espanto.
-¿No tiene algo... más elegante? Yo soy muy buena con las cuentas, por ejemplo.

Él se rio.
-Las cuentas las hacen mis padres cuando venden en el pueblo. Si aparecieran cuentas misteriosamente perfectas, preguntarían de dónde salieron. Y no pienso darles más razones para sospechar de ti.

Esther hundió el rostro en las manos.
-Entonces oficialmente soy una inútil en esta época.

-Exacto. Pero no te preocupes, yo te enseño. -Le lanzó un cubo vacío-. Vamos.

El sol ya asomaba cuando llegaron al establo. Edwyn iba delante, serio, y Esther lo seguía con paso inseguro, bostezando.

-Lo primero: recoger heno -ordenó él, señalando un montón en un rincón.

Esther se inclinó para tomar un fardo, pero al jalarlo, el resto del montón se desarmó encima de ella. Tosió y manoteó hasta sacar la cabeza.
-¡Agh! ¡Me atacó! -refunfuñó, sacudiéndose pajillas de los hombros.

Edwyn se quedó en silencio, mirándola con el ceño fruncido.
-No está vivo. Es heno. -Alzó un fardo con un solo movimiento firme y lo dejó sobre el suelo-. Así se hace.

Ella frunció la boca, ofendida.
-Bueno, el heno debería aprender modales.

Él giró los ojos, conteniéndose para no soltar una carcajada. En vez de eso, bufó y le hizo señas para que lo siguiera.

El segundo intento fue con las vacas. Esther llevaba un balde lleno de grano, caminando con cuidado.
-Vacas lindas, no me hagan daño, ¿sí? -susurraba.

Apenas se acercó, una vaca lanzó la cabeza contra el balde y lo volcó todo al suelo. Esther dio un brinco hacia atrás.
-¡Eso fue un asalto!

Edwyn masajeó su frente con dos dedos.
-Se llama comer. Y lo hacen todos los días.

-¿Así saludan en esta granja? Porque yo hubiera preferido un "buenos días" -replicó ella, cruzándose de brazos.

Él la miró manteniendo seriedad, apretó la mandíbula, y un brillo de risa le tembló en los labios antes de sofocarlo.
-Increíble -murmuró-. Alimentar vacas, un nivel imposible.

La tercera prueba fue el gallinero. Apenas abrió la puerta con el grano en la mano, las gallinas se lanzaron sobre sus zapatos. Esther chilló y empezó a dar saltitos para esquivarlas.
-¡Paren, que no soy desayuno!

Las gallinas aleteaban y cacareaban alrededor de ella como un torbellino. Esther terminó fuera del gallinero, despeinada, con plumas pegadas en el cabello.
-Estas... son aves asesinas -dijo jadeando.

Edwyn, con los brazos cruzados, la observaba incrédulo.
-Son gallinas. Galli-nas. -Pronunció la palabra como si hablara con una niña.




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