A Través del Tiempo

Capítulo 7- Lo que no se ve

El silencio en el cuarto era espeso. Esther y Edwyn estaban sentados frente a frente. Una sola vela alumbraba el espacio, proyectando sombras irregulares en las paredes. El ambiente ya estaba cargado por lo que había sucedido hace un rato, pero ahora parecía que todo iba a estallar.

-Dime por favor, no me hagas rogarte, ¿Qué es lo que estás escondiendo? -preguntó Edwyn.

Esther se tensó. El sudor le brotó de inmediato en la frente, frío y pegajoso. Sus labios se separaron, pero no salió nada. Solo aire.

-Yo... -empezó, tartamudeando-. Quiero decirte... de verdad. Pero es que... tú no lo vas a entender.

Su voz temblaba, y no era solo nervios: era miedo. Miedo a perder la confianza y la hospitalidad de Edwyn.

-¿No voy a entender? -repitió Edwyn, cruzando los brazos-. ¿Y por qué no? ¿Acaso soy un idiota?

-No, no... no quise decir eso. Solo que... todavía no. Todavía no quiero contártelo. Por favor... Entiéndeme.

Él no levantó la voz, pero su cuerpo hablaba por él: hombros tensos, mandíbula apretada, mirada baja. Llevaba días guardándose su enojo, especialmente lo que le dolía por dentro desde que su padre le gritó y le abofeteó. Aún no se lo había contado Esther. Pero ese cúmulo de emociones ahora buscaba contención.

-¿Sabés qué es lo peor? -dijo él en voz baja, con los ojos clavados en el suelo-. Que sí confío en usted. A pesar de todo. Aunque me vuelvas loco, aunque cuando estoy contigo haces que todo parezca una montaña... sigo confiando.

Esther lo miró con los ojos muy abiertos. Él levantó la vista, y por un instante no era el chico serio de siempre: era un joven cansado, herido, que buscaba una verdad que no le querían dar.

-Si no me lo dices... -agregó-. Voy a asumir que sí eres una bruja. Y si no lo eres, entonces explicámelo de una vez.

Ella abrió la boca. Cerró los ojos.

-No sé ni cómo decírtelo, Edwyn... -susurró-. Pero pronto lo vas a saber. Te lo prometo. Solo... dame un poquito más de tiempo.

Justo entonces, se oyó un golpe fuerte en la puerta.

-¡Edwyn! -gritó su madre desde el otro lado-. ¡¿Por qué está cerrada esta puerta?! ¡Escuché voces!

Ambos se congelaron. Esther se llevó las manos a la cara. Edwyn se incorporó de un salto.

-¡Rápido! Sal por la ventana -dijo en voz baja y rápida-. Quédate ahí detrás, junto a la paja. ¡No hagas ruido!

Esther obedeció, temblando.

La puerta se abrió de golpe. Su madre entró con el ceño fruncido, mirando todo.

-¿Qué pasó aquí? -preguntó, oliendo el ambiente-. Escuché una voz. ¡Una voz de mujer!

Edwyn tenía una expresión tranquila, fingiendo despreocupación. Pero el sudor en su frente lo traicionaba.

-Estás oyendo cosas, mamá. No hay nadie más.

-¿Ah no? -empezó a inspeccionar el cuarto-. ¿Y estas cobijas revueltas? ¿Y ese montón de heno junto a la cama?, y espera, que es eso en la orilla de tu cama... ¿qué es este extraño zapato de mujer? ¡Edwyn, no soy tonta!

Él se tragó la saliva. Caminó con calma, recogió el zapato y lo pateó discretamente bajo la cama.

-Quizá Antonia lo dejó cuando vino el otro día. Estuvo ordenando cosas viejas, ¿te acuerdas?

Su madre lo miró fijamente.

-Antonia no usa este tipo de zapato. Lo sabés.

-Entonces no sé -dijo él, encogiéndose de hombros.

-Estás mintiéndome -afirmó ella, pero sin gritar-. No sé qué es, pero lo estás ocultando. Y como no te crié para andar con secretos, te voy a creer. Pero ojo, Edwyn... confío en tí porque eres mi hijo. No porque me convenzas.

Edwyn agachó la cabeza. Ella suspiró, le dio una última mirada larga al cuarto, y salió cerrando la puerta con suavidad.

Tan pronto se fue, él cayó de rodillas, respirando agitado.

-Desde que ella llegó... -susurró, con la voz entrecortada- solo me meto en problemas. ¿Qué está pasando conmigo?

Esther volvió a entrar con cuidado, sus ojos aún agrandados por el susto.

-Ay, qué dicha... -susurró-. Pensé que me iba a descubrir. Estaba... me estaba preparando mentalmente para ser descubierta.

Edwyn no respondió de inmediato. Se quedó de pie, con la espalda recta y los brazos cruzados, como si aún estuviera procesando todo. Después de unos segundos, caminó hacia la cama y se dejó caer lentamente.

-Desde que llegaste -dijo en voz baja, sin mirarla- no he parado de estar ansioso. Creo que no había sentido algo tan intenso desde que le hice una broma pesada a mi papá cuando era niño. Fue... como una descarga. Pero esto... esto es distinto. No sé si es enojo, miedo o qué carajos, pero lo siento todo al mismo tiempo.

Esther bajó la mirada, sintiéndose culpable. Pero cuando volvió a alzarla, notó que Edwyn se había inclinado para recoger algo del suelo -una hebra de heno, un papel, no sabía qué exactamente- y fue en ese momento que lo vio.

La comisura de su boca, apenas curvada. Una sonrisita pequeña, casi imperceptible.

No era de burla. No era siquiera consciente. Pero estaba ahí.

Esther frunció el ceño, confundida. ¿Por qué sonreía si acababa de confesar que la estaba pasando tan mal? ¿Por qué, si su voz había sonado tan seria, tan honesta, había algo en su gesto que traicionaba una emoción distinta?

Ella no dijo nada, solo lo observó en silencio, como si intentara resolver un acertijo sin pistas claras.

Edwyn se reincorporó, ajeno a lo que ella había notado.

-Bueno -dijo al fin, sin mirarla-. Ahora que mamá se fue... hay que prepararse para otra noche. A ver si por lo menos hoy no se aparece nada raro.

-Claro jeje-respondió Esther, aún pensativa.

Entonces, sin mirarla directamente, Edwyn murmuró:

-Hay un lugar... no muy lejos de aquí.

Esther levantó la cabeza, intrigada.

-¿Un lugar?

-Sí. Un árbol enorme... muy viejo. Lo vi hace tiempo, cuando fui con mi mamá a recoger hierbas. Por las noches se llena de luciérnagas. Hay un arroyo pequeño a un lado. -Hizo una pausa, luego añadió-. Tal vez... estar afuera un rato sirva para despejarnos.




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