A Través del Tiempo

Capítulo 16- Cargas ajenas

Edwyn despertó temprano, como solía hacerlo en la granja. Se vistió en silencio y salió al pequeño comedor, donde el olor a pan y queso fresco llenaban el aire. Saludó con un gesto breve a sus padres y a su hermana, sentándose en la mesa de madera.

El desayuno transcurrió unos minutos en silencio, cada cual ocupado con su plato. El sonido del crujir del pan era lo único que llenaba la sala. Entonces, Antonia lo miró con una mezcla de dulzura y preocupación.

—Hermanito… ¿te has sentido cómodo? Ayer te fuiste a dormir sin despedirte. ¿Ocurre algo?

Edwyn tomó un trozo de pan, pero lo dejó sobre el plato antes de darle un mordisco. Suspiró, bajando un poco la cabeza, y finalmente respondió:

—Lo que pasa es que… solo me sentía cansado, con dolor de cabeza. La charla lo aumentó todavía más —dijo, mirando directamente a Phillip mientras pronunciaba las últimas palabras.

Antonia se incomodó de inmediato. El gesto de su hermano no pasó inadvertido, y tras un breve silencio, se apresuró a contestar:

—Edwyn… si Phillip te dijo algo grosero, perdónalo en nombre de ambos.

Las palabras lo sorprendieron. ¿Qué tan acostumbrada estaría su hermana a disculparse por su esposo? Ese pensamiento le dejó un mal sabor.

—No, tranquila, hermana. Todo está bien —respondió suavemente, para no herirla más—. Fue cosa de un momento. Creo que iré a alimentar al caballo… no se preocupen, vine aquí a ayudar.

Tomó el pan con la mano y salió hacia afuera sin añadir nada más. El aire fresco de la mañana lo recibió con fuerza, mientras el silencio tenso se quedaba encerrado en la mesa.

Timothy lo siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró. Luego, carraspeó con desdén.

—¿Ustedes lo notan? Ese muchacho, a sus veintiún años, apenas empieza a comportarse rebelde. No sé qué mosca lo picó, pero si sigue faltando el respeto, se las va a ver conmigo.

Rose bajó la cabeza de inmediato, preocupada, sin atreverse a intervenir. Antonia, en cambio, se removió nerviosa en su silla.

—Padre, no ha faltado al respeto. Solo… creo que el cambio de ambiente lo tiene estresado. Todos pasamos por eso alguna vez. Ya sabe que él siempre ha sido un buen chico.

Timothy la miró fijo, pensativo, pero su voz aún cargaba ese filo de amenaza.

—Eso espero, hija. Porque si no… tendré que disciplinarlo más duro. Su labor en esta vida es devolvernos todo lo que le hemos dado y cuidarnos hasta viejos. Esa es su misión —golpeó la mesa con el puño cerrado.

Rose dio un pequeño brinco en su asiento, su rostro se tensó al instante. Con voz temblorosa, intervino:

—Timothy… él lo sabe. Todos sabemos qué clase de muchachito es. Ya verás, siempre será así. Cálmate y sigue comiendo, no te vayas a enfermar.

El hombre soltó un suspiro profundo y retomó su pan, sin decir más.

Phillip, ajeno a la tensión, se limitó a reír suavemente antes de añadir:

—Sí, sí… realmente es una buena vida la de Edwyn. No creo que haga nada tonto para perderlos a ustedes.

El resto de la mesa guardó silencio. Solo el crujido del pan volvió a llenar la sala, como si las palabras dichas hubieran quedado flotando en el aire, pesadas e incómodas.

Al salir, Edwyn se estiró con placer. El sol caía fuerte aquella mañana, iluminando cada rincón del pequeño patio. Cerró los ojos un instante y recordó que el día anterior, a esa misma hora, había estado con Esther… aunque el clima era terrible entonces. Sin embargo, incluso en medio de la tormenta, no se había sentido abrumado ni decepcionado de la vida. Ahora, bajo un cielo despejado, un vacío extraño le apretaba el pecho.

“¿Estoy aburrido?… pero ¿por qué? Nunca antes lo estuve, o nunca sentí que lo estaba. Odio admitirlo, pero esa Esther hizo que lo normal se volviera aburrido. Una total desconocida, llegada de la nada, ya me hace sentir raro…”

Suspiró y avanzó hacia el heno para alimentar al caballo. El animal, amistoso, inclinó la cabeza como saludando.

“A Esther le hubiera gustado mucho este caballo” —pensó con una leve sonrisa, antes de dejar que la seriedad volviera a su rostro—. “Rayos… qué pereza solo estar pensando en ella por pura aburrición. Mejor me concentro.”

Las horas pasaron entre labores de la casa. Poco antes del almuerzo, Timothy y Rose se prepararon para ir con Antonia a vender algunos vegetales al mercado. Edwyn solo asintió mientras barría la suciedad de la entrada, prefiriendo no hablar demasiado.

En ese momento apareció Phillip, caminando torpemente con ayuda de una rama fuerte a modo de bastón.

—Hey, chico —dijo con media sonrisa—, ¿te aburres, verdad? Yo también lo estoy. Ahora que se fueron nuestros principales opresores podemos ser más abiertos. —Se echó una risilla, como si hubiera hecho un chiste privado—. Estar casado es duro, y todavía no hemos podido tener un bebé. ¿Sabías que tu hermana perdió uno la semana pasada? Eso la tiene muy afectada… más mi caída. Por eso pidió ayuda, porque normalmente hace todo sola sin molestar a nadie. Es buena, muy sacrificada.

Edwyn lo miraba con seriedad, sintiendo una mezcla de emociones. Phillip había dicho algo bueno de Antonia, pero enseguida lo había arruinado con ese tono frívolo de siempre.

—En fin —continuó Phillip—, ahora puedo respirar un poco sin tanta presión en la casa. Saldré un rato.

Antes de que se alejara, Edwyn lo sujetó del brazo.

—Espera, ¿a dónde irás?

Phillip apartó su mano con calma, pero con frialdad.

—Niño, no tienes que saber todo, si quieres tú también sal y diviértete. —Y sin más, se fue cojeando hacia el pueblo.

Edwyn lo observó con enojo y, al mismo tiempo, con un sentimiento de desesperanza. ¿Cómo podía irse así, medio muerto, sin avisar a nadie, abandonando sus responsabilidades? Frustrado, empezó a barrer con más fuerza, hasta que el sudor le corría por la frente. Finalmente soltó el escobón y murmuró:

—No… ¿será que hice bien en dejar ir a un herido a la calle?




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