A Través del Tiempo

Capítulo 22- Entre burlas y dignidad

Mientras tanto, Edwyn caminaba por las calles del pueblo con el rostro encendido, la bolsa con el vestido colgando de su mano como si fuera un estigma. Cada paso le parecía una confesión pública. Sabía que era una tontería, que nadie podía adivinar qué llevaba dentro, pero la vergüenza no lo dejaba en paz.

El murmullo de unas muchachas lo sacó de sus pensamientos. Al voltear, las vio mirarlo con descaro y cubrirse la boca entre risitas. El rubor le subió más, y de inmediato apretó la bolsa contra el pecho, como si pudiera esconderla de sus miradas curiosas.

“Pareciera que todo el pueblo lo sabe…”, pensó con desesperación.

Tan distraído iba en su espiral de incomodidad que no vio un pie atravesado en su camino. Tropezó de golpe, tambaleándose hacia adelante. Apenas logró mantener el equilibrio, jadeando, inclinado hacia el suelo. Su corazón latía con furia en los oídos.

—¿Qué pasa, Edwyn? —se recriminó en silencio—. ¿Cómo puedes ser tan torpe? ¿Y todo solo por un vestido… un simple vestido que ni siquiera es para ti, sino para una mujer desconocida que vino del futuro?

La ironía lo golpeó tan fuerte que una risa nerviosa se le escapó de los labios, breve, descolocada.

Entonces, la voz de una muchacha lo arrancó de sus pensamientos:
—¿Y este mendigo qué? —dijo con desdén, bajando la mirada hacia él—. ¿Cómo se atreve a tocarme?

Edwyn se irguió de inmediato, sujetando con fuerza la bolsa en su mano. Con la voz contenida, murmuró:
—Lo siento… ya me voy.

Intentó retirarse con dignidad, pero la joven dio un paso al frente, su vestido rico y sus adornos brillando bajo el sol. Tenía la mirada altiva, de esas que buscan aplastar antes que entender.

—¿A dónde crees que vas? —exclamó, señalando con un dedo su zapato—. Me lo manchaste con tu mugroso calzado. Si no tienes dinero para pagar la limpieza, al menos deberías arrodillarte y limpiarlo tú.

Edwyn respiró hondo, pensó, mientras cerraba los ojos un instante.
“Cuando uno cree que nada peor puede pasar, la vida se encarga de demostrar que sí… Y justo cuando pensaba en Esther, pienso en ella y pasan cosas raras, aquí viene el drama innecesario.”

Se giró hacia la muchacha, intentando mantener la compostura.
—Mire… fue un accidente. No lo hice a propósito. Si quiere, le paso con un trapo y ya. No puedo hacer más por usted.

Las amigas de la joven, bien vestidas y con abanicos delicados en las manos, empezaron a cuchichear entre risitas. Ella, con el mentón en alto y los ojos chispeando arrogancia, alzó la voz para que todos escucharan:
—¿Ven todos? Así es esta muchedumbre. No respetan las clases sociales y se atreven a hablarle a uno como si fuéramos iguales. ¡Escucha bien, muchachito! No te pedí un favor, te ordeno hacerlo.

El murmullo de los transeúntes creció. Un corro de miradas curiosas empezaba a rodearlos, como si el pueblo entero se hubiera detenido para presenciar la escena. Edwyn sintió la sangre hervirle, las manos tensas alrededor de la bolsa.

Ella se acercó más, invadiendo su espacio, evaluándolo de arriba abajo con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó? ¿Ya no respondes? ¿Te quedaste callado porque sabes que una sola palabra de un mendigo hacia mí es, en sí misma, una falta de respeto? —remató, soltando una carcajada aguda.

Edwyn respiraba hondo, cada inhalación tratando de contener el enojo que lo consumía. Sus ojos serios contrastaban con la burla que se dibujaba en el rostro de la joven. Sabía que todos lo observaban, esperando su reacción.

Finalmente, levantó la mirada. El rubor aún le ardía en las mejillas, pero su voz salió firme, tranquila, con un filo escondido en la cortesía:

—No se preocupe, señorita. Un zapato puede limpiarse… pero la soberbia que ensucia el alma no se quita tan fácil, ni con todo el dinero del mundo.

El silencio fue inmediato. El bullicio del mercado pareció apagarse por un instante. Las amigas de la muchacha abrieron los ojos, sorprendidas, y algunas hasta dejaron escapar un “¡oh!”.

La joven, que no estaba acostumbrada a recibir respuesta alguna, mucho menos una tan cortante en forma de respeto, se quedó petrificada, con la boca entreabierta.

Edwyn, en cambio, se limitó a ajustar la bolsa contra su brazo y a dar un paso atrás, respirando profundo. Por dentro, el corazón le golpeaba el pecho como un tambor, pero en su mirada había una dignidad tranquila, de esas que no necesitan gritar para imponerse.

El murmullo del gentío se había vuelto un cuchicheo intenso. Todos observaban a la muchacha rica, esperando su reacción tras la frase cortante de Edwyn. El rubor le subía como fuego por el cuello, y cuanto más veía las miradas fijas sobre ella, más ardía su enojo.

Se enderezó con un ademán orgulloso, y señalando a Edwyn, tratando de recobrar autoridad.
—¡Tú… insolente y asqueroso mendigo! —escupió las palabras con rabia—. ¿Cómo te atreves a faltarme al respeto? Por esto puedes ir preso, ¿me oyes? ¡Preso!

No alcanzó a terminar la amenaza, porque Edwyn, con el ceño fruncido y una calma tensa, la interrumpió de inmediato:
—¿Así que ahora sacas la carta del “ir preso”? —dijo, con la voz baja pero firme, proyectando su indignación—. Eso solo demuestra que te quedaste sin argumentos.

Le sostuvo la mirada, dejando escapar una risilla breve, cargada de ironía.
—Ya entendí. Si la gente como tú no sabe de modales, tampoco debe saber cómo quitar un poco de tierra de un zapato.

El público reaccionó con un murmullo de asombro. Algunos incluso dejaron escapar carcajadas discretas. La joven se sonrojó aún más, esta vez de pura vergüenza, sintiendo que las miradas la atravesaban como agujas.

Su voz salió temblorosa de furia contenida.
—La gente como yo no debe limpiar nada… porque la gente como tú existe para hacerlo. Tú me debes servir a mí. ¡De verdad eres un…!

No alcanzó a terminar. Una nueva voz, clara y firme, cortó el aire como una espada.




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