A Través del Tiempo

Capítulo 25- Una revelación decepcionante

Edwyn, ajeno a lo que su madre descubría en la habitación, se encontraba en el patio trasero barriendo la paja acumulada. Lo hacía con calma, procurando terminar antes de que la luz del atardecer se extinguiera por completo. El aire fresco de la tarde arrastraba el olor a hierba y el murmullo lejano de algunas aves que regresaban a sus nidos.

De pronto, al levantar la vista hacia la casa más cercana, distinguió una figura difusa. Entrecerró los ojos, intentando enfocar mejor.
—¿Quién será…? —pensó con cierta inquietud.

Pero de inmediato se reprendió a sí mismo.
—Bah, ¿para qué andar con curiosidades? Ya tuve suficiente drama por un día. Mejor no me meto en temas ajenos.

Sacudió la cabeza, intentando despejarse, y retomó el ritmo de la escoba contra la paja. Sin embargo, unos sonidos rompieron el silencio: risas apagadas, entrecortadas, provenientes de aquel mismo lugar. El corazón de Edwyn dio un vuelco.

—¿Risas?… —susurró, clavando la mirada hacia la casa vecina—. No me gusta cómo suena… ¿y si son bandidos?

La duda lo carcomía. Finalmente, cediendo a la sospecha, dejó la escoba apoyada contra la pared y caminó con pasos suaves, bordeando la parte trasera de la casa de su hermana hasta llegar al límite con la del vecino. Se inclinó un poco, procurando no hacer ruido, y se asomó con cautela.

Lo que vio lo dejó helado.

En la penumbra, bajo la sombra proyectada por los aleros, se encontraba Philip, su cuñado. Reía descaradamente mientras sujetaba por la cintura a una mujer. La cercanía entre ambos era innegable. La risa de ella resonaba con un tono coqueto, y en un instante Philip inclinó la cabeza para darle un beso escandaloso, largo y desvergonzado.

Edwyn se llevó una mano a la boca, con los ojos abiertos de par en par. El ceño se le frunció hasta dolerle. Una lágrima le brotó sola y, furioso, se la limpió con el puño cerrado.

Su mente bullía, incapaz de procesar lo que veía. El corazón le latía a un ritmo desbocado, mezcla de tristeza y rabia.
“¡No puede ser!… ¡Philip, no! ¡Antonia no merece esto! ¿Qué hago? ¿Voy por ella? ¿La dejo ver con sus propios ojos la clase de hombre que tiene al lado? No… eso le rompería el corazón. Lo mejor sería encararlo yo, obligarlo a dar explicaciones antes de que la herida llegue a mi hermana de forma directa.”

Respiró profundamente, llenándose de valor. Los nudillos se le pusieron blancos de tanto apretar los puños. Enderezó la espalda y caminó hacia ellos con pasos firmes que resonaban contra la tierra.

—¡¿Qué demonios es todo esto, Philip?! —gritó, con la voz cargada de ira. La mujer se sobresaltó y Philip giró de golpe, palideciendo al verlo—. ¿Quién es esa mujer? ¿Acaso ella sabe que estás casado? ¿No se dan cuenta de las consecuencias de este adulterio?

Philip retrocedió instintivamente, tropezando con un barril vacío. El sudor le perlaba la frente y apenas logró articular palabras.
—E-e-espera, Edwyn… esto… esto no es lo que crees…

La mujer, nerviosa, le susurró con reproche al oído:
—¡Philip! Te lo dije… debimos esperar hasta mañana, cuando ya se iban…

Las palabras fueron como un puñal más en el pecho de Edwyn, que apretaba la mandíbula sintiendo cómo su rabia se transformaba en una tormenta imposible de contener.

—¡No puedo creer lo descarados que son! —estalló Edwyn, con la voz vibrándole de rabia—. ¡Philip, dame explicaciones que no hagan sentir mal a mi hermana! ¿Cuál es tu razón, ah? ¡Ja! Haciendo estas escenas justo al lado de la casa, mientras ella prepara la cena para que el lisiado de su esposo pueda disfrutar tranquilo de una comida cálida ¡Incluso venimos a ayudarlos porque se suponía que lo necesitabas… y me encuentro con esto:, tú, besuqueandote con una mujer a las espaldas de todos!

La mujer, avergonzada, se cubrió el rostro con una mano, como queriendo ocultar su descaro. Philip, empapado en sudor y con la voz temblorosa, balbuceó:
—Te juro que hay una explicación… lo siento, Edwyn, pero te aseguro que no estoy haciendo nada malo, aunque… aunque lo parezca.

—¡Déjalo, Philip! —intervino la mujer con desdén—. ¿Acaso es tu papá para que te regañe?

Las palabras fueron gasolina al fuego. Edwyn rugió con furia contenida:
—¡Tú, maldita! ¿No te da vergüenza? —y dio un paso hacia adelante, fulminándola con la mirada—. ¡Ya dime, Philip, cuál es esa “explicación” que tanto crees tener!

Philip levantó las manos, suplicante, la voz quebrada.
—¡No hagas tanto ruido, Edwyn! —susurró con desesperación, mirando a todos lados—. No es el momento ni el sitio adecuado para hablar de esto…

Edwyn bajó la cabeza, pero la ira en su rostro ardía como brasas.
—Son unos descarados… —escupió con voz baja, rota—. Malditos. ¿En serio creen que hay explicaciones para una infidelidad? ¿Que voy a tragarme ese cuento?

Suspiró hondo, como quien se rinde al dolor, y giró sobre sus talones.
—Iré a decirle a Antonia.

El pánico se apoderó de Philip. A pesar del dolor en su pierna, corrió tras él y lo sujetó del hombro con brusquedad. Con voz cargada de enojo y miedo le dijo:
—¡Puedes ser mi cuñado, pero tampoco eres tan importante como para meterte en problemas de pareja!

Tomó aire, jadeando, y añadió con cinismo:
—Además, eres hombre… deberías entenderlo. Las mujeres son nuestro delirio, ¡no podemos tener solo una toda la vida!

Edwyn giró apenas el rostro, clavándole una mirada helada, llena de desprecio.
—Basura —sentenció con frialdad.

De un movimiento brusco se quitó la mano de Philip con tanta fuerza que este perdió el equilibrio y cayó al suelo. La mujer corrió enseguida para ayudarlo a levantarse, mientras Edwyn se alejaba sin volver la vista atrás, con pasos firmes hacia la casa de Antonia, decidido a no callar la verdad.

Cada zancada lo cargaba más de enojo y decepción. Cuando por fin abrió la puerta, el aire cálido del hogar lo envolvió con el aroma a leña y guiso hirviendo en el caldero. Aquella sensación hogareña, que siempre le traía paz, ahora le dolía como una puñalada.




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