A Través del Tiempo

Capítulo 29- Acercamientos emocionales.

El camino de regreso era un verdadero reto.
El suelo, cubierto de lodo y hojas empapadas, hacía que cada paso fuera una pequeña batalla contra el resbalón. Esther y Edwyn prácticamente corrían, aunque más por inercia que por velocidad, intentando llegar cuanto antes a casa para librarse de la ropa húmeda que se les pegaba a la piel.

Edwyn iba unos pasos por delante, esquivando ramas bajas y vigilando el terreno. A pesar del cansancio, mantenía la mirada firme, asegurándose de que el camino fuera seguro después de la intensa lluvia.

Detrás de él, Esther avanzaba con esfuerzo, levantando el vestido con ambas manos para evitar que se enredara entre los arbustos. El aire se le escapaba entre suspiros y respiraciones agitadas.

—¡Ey, Edwyn! —logró decir entrecortadamente, jadeando—. ¡Paremos un momento! Correr no es lo mío… menos mojada…

Edwyn se detuvo de golpe, girando la cabeza con expresión de sorpresa.
“Cierto —pensó, con una leve culpa—, qué tonto soy… debe estar agotada con ese vestido pesado.”

Se volvió hacia ella y asintió.
—Tienes razón. Descansaremos unos minutos. —Señaló una roca cercana, firme y seca—. Puedes sentarte ahí, parece segura.

Esther, sin aliento, no lo dudó ni un segundo.
Se dejó caer sobre la piedra con un suspiro de alivio tan exagerado que casi sonó teatral.
—Aaaah, sí… esto era lo que necesitaba… un descansito. —Sonrió con los ojos entrecerrados, disfrutando el breve respiro.

Mientras ella recuperaba el aire, Edwyn seguía mirando a los alrededores, con el ceño fruncido en concentración. Sus pensamientos divagaban entre rutas, pendientes y charcos.
“Si hubiera un camino más seguro, sin tanto lodo… quizá podríamos llegar más rápido sin que se resbale…”

Esther, que ya respiraba con más calma, lo observó en silencio unos segundos. Luego arqueó una ceja y preguntó:
—¿Qué pasa?

Edwyn pegó un pequeño salto del susto, sacado de sus pensamientos.
—Ah… nada, solo estaba viendo si encuentro un camino donde puedas caminar más fácil. —Se rascó la nuca con torpeza.

Esther sonrió de lado, con ese tono burlón tan suyo.
—¿Ah sí? —repitió, divertida—. Pensé que más bien me dirías que ni siquiera sirvo para correr con un simple vestidillo.

Soltó una risita suave que hizo eco en el bosque húmedo.

Edwyn, entre confundido y nervioso, cruzó los brazos y giró el rostro.
—¿En serio crees que soy tan malo? —preguntó, con un dejo de timidez.

Esther se incorporó lentamente, sacudiéndose las gotitas del vestido y estirando los brazos con pereza. Caminó hacia Edwyn, que seguía dándole la espalda, concentrado en el camino.

Cuando estuvo justo detrás de él, inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, asomándola por su hombro derecho. Su cabello húmedo ya casi suelto por completo, con los vestigios del moño que siempre llevaba cuando estaba con Tamara; rozó apenas la manga de Edwyn, y el leve contacto lo hizo estremecerse.

De inmediato Esther le dijo:

—Mmmh… no es eso, pero… —susurró con una sonrisa traviesa, estirando la última palabra como si quisiera provocarlo.

Edwyn se tensó por completo. Sus hombros se elevaron rígidos, y sus ojos parpadearon rápido, como si el cerebro intentara procesar varias alertas a la vez.
Podía sentir su respiración demasiado cerca, cálida y temblorosa.

De golpe, pegó un pequeño salto hacia atrás, casi resbalando en el barro.
—¡Eh, eh, eh! —balbuceó con torpeza, levantando las manos—. ¿Por qué te acercas tanto? ¿Así son en el futuro?

Su voz sonó más aguda de lo habitual.
Intentó recomponerse de inmediato, sacudiéndose la camisa empapada como si eso disimulara su timidez desbordante.

—E-en fin… —tartamudeó, carraspeando y mirando hacia otro lado—. Sigamos, creo que por allá hay un mejor atajo.

Y sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y comenzó a caminar con pasos rápidos, claramente nervioso.

Esther lo observó con una sonrisa victoriosa, inclinando un poco la cabeza mientras pensaba:
“Ah, Edwyn… tan fácil de molestar. Admito que eso es un poco adorable.”

Soltó una risita discreta, se acomodó el cabello mojado detrás de la oreja y lo siguió entre los árboles, con el corazón un poquito más ligero que antes.

El camino empezaba a despejarse cuando, al fin, Edwyn divisó a lo lejos el contorno de su casa. Se detuvo en seco, con una mezcla de alivio y cansancio.

—Por fin… —murmuró con voz baja, exhalando el aire que había estado conteniendo.

Pero el descanso duró poco, porque Esther, que venía detrás caminando rápido y con la vista fija en el suelo, no alcanzó a frenar a tiempo y chocó directo contra su espalda.

—¡Ey! ¿Por qué paras de repente? —protestó, dando un pequeño brinco hacia atrás mientras se sobaba la frente.

Edwyn giró apenas la cabeza, con una sonrisa alegre.
—Ya no te quejes. Por fin podremos secarnos. Vamos a casa.

—¿En serio? —preguntó Esther. Procedió a ver la casa a pocos pasos de ella, y su cara se iluminó de emoción.

Aceleró tanto el paso que lo adelantó en cuestión de segundos, riendo con una mezcla de euforia y alivio. Edwyn la observó pasar a su lado y no pudo evitar sonreír.
“¿No que ibas muy cansada con ese vestido pesado?”, pensó sacudiendo la cabeza.

Esther, sin perder tiempo, se dirigió directo a la ventana del cuarto de Edwyn, levantando el vestido húmedo con una mano mientras escalaba con torpeza.
Edwyn se quedó a mitad del camino, arqueando una ceja con incredulidad.
“¿Sabrá que mis padres claramente no están a esta hora… y que puede entrar por la puerta como la gente decente?”, pensó.

Dentro de la habitación, Esther respiró hondo y olfateó el aire con curiosidad.
—Sip, ya estoy aquí… —murmuró satisfecha—. Se nota que huele a mucha humedad. —Tosió suavemente y añadió con orgullo—. Por dicha no me puede dar alergia aquí. Ventajas de ser viajera del tiempo —dijo con una risita presumida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.