El ambiente en la habitación se sentía denso, casi pesado. Esther terminó de vestirse en silencio, con la mente aún revuelta por las palabras de Edwyn y el tono melancólico con el que había hablado sobre su eventual regreso al futuro.
El vestido le quedaba perfecto. Se miró de arriba abajo con una sonrisa satisfecha y una chispa de emoción recorriéndole el pecho.
Pensó, sonriendo:
“Lástima que no haya espejos por aquí… tendré que confiar en lo que puedo ver. Bueno, y en la reacción de Edwyn cuando me vea. Seguro me dirá que deje de pensar en vanidades.”
Soltó una pequeña risita y dio un giro sobre sí misma, sacudiendo suavemente la falda para acomodarla. El sonido del tejido rozando contra el aire era lo único que llenaba el silencio.
Con un suspiro de decisión, abrió la puerta y se asomó al pasillo.
A unos metros, en la silla del comedor, estaba Edwyn. Tenía la cabeza ladeada y los brazos cruzados sobre el pecho, completamente dormido. Su respiración era tranquila y su expresión, serena.
Esther se acercó de puntillas, procurando no hacer ruido. Cuando estuvo lo bastante cerca, se agachó frente a él y lo observó detenidamente.
“Vaya… mirenlo dormir así, tan inocente y puro.”
Sonrió con ternura.
“Hace días que no dormía en la misma habitación que yo. Debe estar agotado… viajó desde la madrugada desde el pueblo.”
Sin pensarlo demasiado, levantó la mano para apartarle un mechón de cabello que le caía sobre la frente. En ese gesto, se detuvo por un instante y lo observó más de cerca.
“La piel de Edwyn… un poco quemada por el sol, pero tan lisa, sin poros. Qué buenos genes… y esas pecas junto a la nariz…”
Sonrió suavemente y, casi sin darse cuenta, extendió los dedos para rozarlas.
Pero justo en ese momento, Edwyn abrió los ojos de golpe.
Sus miradas se cruzaron a escasos centímetros.
Esther se sobresaltó, se sonrojó hasta las orejas y retrocedió tan rápido que casi termina en el suelo.
—¡¿Q-qué?! —balbuceó, intentando recomponerse.
Edwyn parpadeó un par de veces, confundido, y luego dijo con una media sonrisa traviesa:
—Así que te gusta atacar hombres mientras duermen, ¿eh?
—¡N-no es lo que crees! —tartamudeó ella, agitando las manos—. Yo estaba… solo… es que nunca te había visto dormir, eso es todo.
Edwyn entrecerró los ojos.
—Ajá, claro. Te atrapé, Esther. No finjas.
Ella apretó los labios, indignada.
—¿Te crees tanto que piensas que me abalancé hacia ti? Pues estás equivocado. Solo me dio curiosidad ver las pecas que tienes, no se notan a simple vista.
Edwyn contuvo una risa.
—Sí, sí… como digas.
Esther bufó, cruzándose de brazos, pero pronto cambió de tema con una sonrisa orgullosa.
—Bueno, dejando eso de lado… ¡mira! —extendió los brazos hacia los lados y giró ligeramente sobre sí misma—. ¡Me quedó súper bien el vestido!
Edwyn la observó un instante, y recién entonces se dio cuenta de que no había reparado en eso por la sorpresa del momento.
Apoyó el dedo en su mentón, analizándola de arriba abajo.
—Sí… te queda muy bien —dijo con voz tranquila—. La señora de la tienda tenía razón.
Esther arqueó una ceja, curiosa.
—¿Qué cosa te dijo?
Edwyn carraspeó, desviando la mirada.
—Na… nada importante.
Ella se acercó un poco más, con una sonrisita inquisitiva.
—¿Cómo que nada? ¿En qué tenía razón? ¿Te da vergüenza decirlo? ¿Acaso la señora ya sabía que se vería hermoso en mí?
Edwyn, mirando hacia otro lado, respondió con torpeza:
—No es eso. Ella qué va a saber, si ni siquiera te ha visto.
Esther entrecerró los ojos, sonriendo con picardía.
—Ay, Edwyn… por qué tanto misterio. Tú me obligaste prácticamente a contarte toda la verdad sobre mí, ¿por qué no me dices tú también?
Él soltó un suspiro, rendido.
—Está bien —admitió con voz baja—. La señora dijo que ese vestido solo le queda bien a las mujeres que tienen un buen corazón.
Esther parpadeó, sorprendida, y luego bajó la mirada con una sonrisa suave.
—Oh… comprendo... con que era eso. —Pausó unos segundos, y volvió a alzar la vista con una expresión alegre—. Entonces eso significa que me quedó hermoso, porque claramente tengo un buen corazón. Lo acabas de admitir.
Edwyn no pudo evitar sonreír por lo incrédula que es Esther.
—Claro, pero por tu expresión del principio, esperabas otra cosa…
—No, claro que no —replicó ella sonriendo incómodamente—. En fin, ven al cuarto, quiero hablar contigo de algo importante.
Se adelantó por el pasillo mientras el sonido de su vestido nuevo rozaba el suelo de madera. Edwyn la miró marcharse y sonrió apenas, aunque su mente seguía atrapada en el recuerdo de lo que no le había dicho, Pensó:
“Claramente no le conté todo lo que la señora dijo… No mentí, solo omití lo más vergonzoso.”
Se pasó una mano por el cabello, suspirando.
“No le diré que aquella mujer pensó que ese vestido se vería hermoso en la mujer que es especial para mí.”
Sacudió la cabeza, sintiendo el calor subirle al rostro.
“Solo de pensarlo me siento raro…”
Y, con una media sonrisa nerviosa, la siguió hasta el cuarto.
Ya en la habitación, Esther se giró hacia Edwyn con una expresión seria pero tranquila.
—Te contaré todas las reglas de los viajes en el tiempo —dijo, mientras cruzaba los brazos con determinación—. Y después te mostraré algo que me parece importante que veas.
Se sentó en la cama y dio un par de palmadas sobre el colchón, señalándole con la mirada que se sentara junto a ella. Edwyn dudó un segundo, pero terminó obedeciendo, con esa mezcla de incomodidad y curiosidad que siempre le provocaba la presencia de Esther.
Ella exhaló hondo y suspiró antes de comenzar.
—Mira, Edwyn… he roto algunas reglas importantes. —Bajó un poco la mirada—. Por ejemplo, los viajeros no podemos ir a ninguna época sin autorización y sin una misión asignada.
Se rió con cierta amargura.
—Bueno, esa regla es reciente. Antes nos dejaban viajar libremente, mientras reportáramos todo. Pero… hubo gente que hizo cosas malas, y ahora son mucho más estrictos.