Esther siguió pensativa, mirando un punto fijo en el suelo.
“Debe ser porque es una muy buena persona —reflexionó en silencio—. Es tan sacrificado por los demás. Una persona así no puede ser mala… me inspira confianza.”
Mientras esa idea se formaba en su cabeza, la voz de Edwyn la sacó de su ensimismamiento. Él se rascaba el cuello, visiblemente incómodo y sonrojado.
—Bu… bueno, Esther, yo… —balbuceó—, quiero decir que de mi parte también me he sentido cómodo contigo.
Hizo una breve pausa, buscando las palabras correctas.
—No todos los días uno se encuentra con una persona desconocida a la que decide ayudar sin saber sus intenciones. Pero… creo que es porque has sido muy transparente. —Esbozó con una sonrisa nerviosa—. No me has hecho algo que me haga pensar mal.
Bajó un poco la mirada, jugueteando con sus dedos.
—Ya sé que nos hemos metido en aprietos varias veces —añadió, soltando una pequeña risa—, pero… no sé, se siente algo emocionante.
Levantó la vista y la miró de frente.
—Digo, es que eres muy alegre… y estás llena de sorpresas. Eso contrasta mucho con mi vida, que es bastante aburrida.
Mientras Edwyn hablaba, Esther lo observaba en silencio, con los ojos muy abiertos y brillosos, las mejillas encendidas y la boca entreabierta.
Él notó su expresión y soltó una risa nerviosa.
—Ey, jaja… ¿qué pasa?
Esther cerró la boca, apretó los labios y trató de contener un temblor en la voz.
—Es que… quiero llorar —dijo, apenas audible—. No sé por qué… bueno, creo que sí sé. —Su voz se quebró—. Tal vez quise llorar desde el principio, pero no había entrado en razón sobre lo estresante que ha sido todo esto.
Tomó aire, intentando mantener la compostura.
—Y ahora que me estoy sincerando con alguien como tú… que me escucha y que me comprende sin juzgar… eso me conmueve.
Edwyn la miró con una mezcla de sorpresa y desorientación.
—Ehm, bueno… eso es normal —balbuceó, moviendo las manos sin saber qué hacer—. Ya sabes, es-es algo natural… digo, está bien llorar…
Pero antes de que pudiera terminar su frase, Esther se inclinó hacia él y lo abrazó.
El abrazo fué repentino, pero lleno de alivio y gratitud.
Edwyn se quedó completamente tieso. Sus brazos quedaron suspendidos en el aire, su mente inundada de pensamientos confusos.
Recordó las pocas veces en su vida que había abrazado a alguien: una despedida, una pérdida, una gratitud. Y ahora, esto…
Podía sentir cómo el cuerpo de Esther temblaba ligeramente contra el suyo, mientras ella sonreía entre lágrimas.
Por un momento pensó en apartarse, pero la calidez de ese abrazo se lo impidió.
Bajó lentamente los brazos, dejó de resistirse y cerró los ojos.
El silencio entre ambos se llenó del sonido leve de su respiración compartida y de la lluvia golpeando el techo, parecía que el mundo entero se hubiera detenido en ese instante.
Edwyn no sabía cómo reconfortar a alguien, pero en ese momento no hizo falta saberlo.
Solo dejó que el abrazo lo envolviera también a él.
Esther moqueó suavemente, arruinando el momento con una risita nerviosa.
—Ay… ¿tendrás un trapo? —preguntó entre suspiros—. Quiero limpiarme un poco antes de que me empiecen a dar cosquillas los mocos.
Pero Edwyn seguía abrazado, sin moverse, como si no hubiera escuchado. Su respiración era lenta, profunda; parecía perdido en el momento.
—Ey, jaja… bueno, ya podemos… —dijo Esther, algo avergonzada.
En lugar de soltarla, Edwyn apretó un poco más el abrazo.
Esther parpadeó sorprendida.
“Diablos —pensó—, ahora que lo pienso esto es vergonzoso… pero creo que le gustó. Él también debe estar muy roto por dentro.”
Suspiró, bajando la guardia.
—Está bien… —susurró con una sonrisa pequeña—. Quedémonos así un rato más.
Fue entonces cuando Edwyn pareció despertar de golpe. Se separó velozmente y giró hacia un lado, con el rostro rojo hasta las orejas.
—Cierto… te pido perdón. —Tosió disimulando—. En fin, creo que ya dejó de llover. Iré a hacer mis labores de hoy.
Se levantó apresurado, dándole la espalda. Pero antes de que pudiera dar un paso, Esther le sujetó el brazo.
—Ah, no, espera —dijo con firmeza—. Todavía no he terminado de contarte todo.
Edwyn se giró, un poco desconcertado.
—¿Eh? ¿Aún hay más? —preguntó con una risa nerviosa.
Esther lo miró seria.
—Sí, y… quizá no debería meterme en estos asuntos, pero no puedo ignorar mis conocimientos de investigación. —Se cruzó de brazos con aire decidido—. Lo aprendí en la Academia de Viajes en el Tiempo.
Edwyn arqueó una ceja.
Ante dicho gesto Esther expresó:
—Oye, no estoy alardeando —dijo antes de que él pudiera responder.
Él soltó una risita.
—¿Quién dijo que pensaba eso? —bromeó—. Es solo que… realmente no entendí mucho, pero sigue. ¿A qué punto quieres llegar?
Esther carraspeó, intentando ordenar sus ideas.
—En fin… lo que pasa es que sé que no debería meter mis narices donde no debo, pero encontré algo interesante en la casa de Tamara. Un pergamino. Por dicha no se mojó en la bolsa, la ropa que llevaba lo protegió. —Sonrió con orgullo—.
Edwyn la miró, confundido.
—¿Y qué tiene de especial un pergamino? ¿Lo llevaste con su permiso, verdad?
—Eh… no exactamente. —Soltó una risita nerviosa—. Es que… ella no sabía de su existencia.
Edwyn alzó una ceja, cruzando los brazos con gesto severo.
—¿Cómo sabes que no lo sabía? O sea… ¿robaste, Esther?
Ella abrió los ojos de par en par, escandalizada.
—¡¿Qué?! ¡No, jamás! No es así, te lo juro.
Edwyn suspiró, tratando de entender.
—Entonces explícame bien.
Esther se apresuró:
—Parece que alguien dejó ese pergamino en la habitación de su hijo, Paul. Él se fue hace años, la abandonó, y el pergamino tiene algo escrito. Tamara no sabe leer, así que es obvio que no iba dirigido a ella. Sé que estuvo mal no decírselo, pero luego no me iba a dejar llevármelo para descifrarlo, y… bueno, sé leer un poco de latín, aunque mi fuerte en clases siempre fue poder hablarlo, así como lo hacemos ahora.