A Través del Tiempo

Capítulo 34- El asesino desconocido

Sin pensarlo dos veces, Edwyn se levantó de un salto. La adrenalina lo empujó con una fuerza que nunca antes había sentido. Corrió hacia el gallinero, con el corazón golpeándole las costillas, sin importarle el barro, ni el peso en su pecho, ni lo absurdo que parecía todo aquello.

Esther, agachada entre las gallinas, levantó la vista justo cuando vio venir a Edwyn, corriendo a toda velocidad hacia ella.

—¿Qué…? —pensó confundida—. ¿Será que quiere echarme de la casa ahora? No… no sería capaz de algo así.

Pero antes de que pudiera terminar la idea, se le heló la sangre.

Sintió una presencia detrás de ella.

—¿Eh…? —giró apenas el rostro.

No tuvo tiempo de reaccionar.

Un hombre robusto, sudoroso, con la camisa medio abierta y la respiración pesada, le rodeó el torso con ambos brazos, atrapándola como si fuera un saco. Una de sus manos ásperas se dirigió a su boca, intentando cubrirla por completo.

Esther abrió los ojos como platos, asustada.

Intentó gritar, pero la presión la empujó hacia atrás, como si quisieran asfixiarla.

O deberían quererlo.
Porque… no estaba funcionando.

No sintió dolor.
Ni falta de aire.
Ni la sensación de ahogo que debería estar sintiendo.

—¿Qué…? —pensó, aturdida—. ¿Por qué… está pasando esto? ¿Qué quiere? ¿Quién es este hombre?

El desconocido, impaciente, apretó más fuerte al notar que no lograba someterla. Sus dedos temblaban de esfuerzo y rabia, como si algo lo estuviera desesperando.

Ella, en un acto reflejo, giró la cabeza y lo mordió con toda la fuerza que pudo.

Un gruñido salió de la garganta del hombre.
La soltó un poco, sorprendido por el dolor.

Pero el alivio duró un segundo.

En venganza, él la tomó del moño de su cabello bruscamente, intentando revolcarla contra el suelo con violencia.

Esther cayó, pero era evidente que no sentía dolor.
Nada.
Solo la confusión creciendo en su pecho.

El hombre la miró con una mezcla de frustración y terror.

—¿Por qué no te mueres de una vez? —escupió con voz rasposa, casi diabólica—. ¿Quieres que te torture? ¿Eso es?

Esther, temblando, retrocedió sobre el pasto húmedo.

—¿Qué… qué es lo que quieres? —preguntó con la voz quebrada, aún sin comprender cómo seguía ilesa.

En ese momento se escuchó un grito furioso.

—¡¿Quién eres, forastero?! —rugió Edwyn, apareciendo con una pala levantada como si fuera un arma.

Corrió hacia ellos sin detenerse.

—¡¿Por qué le haces daño?! ¡Esta es propiedad privada! ¡Vete o te juro que te voy a dejar una paliza que vas a recordar toda tu vida!

El hombre levantó la vista.
Sus ojos, oscuros y extrañamente vacíos, se clavaron en Edwyn.

Esther, desde el suelo, juró escuchar un murmullo por parte de ese hombre desconocido, un susurro dirigido a sí mismo:

—Ssshhh… ¿por qué tenía que meterse?

Luego volvió su atención a ella.
Sus labios se torcieron en una sonrisa torcida, maliciosa, cargada de algo que no encajaba con la gente que conocía de esa época.

—Nos vemos, bonita —dijo con una voz grave que le erizó la piel—. La próxima no saldrás viva.

Y añadió, señalando a Edwyn con un movimiento apenas perceptible:

—Dile a tu esposo que no te deje sola ni un segundo.

Esther abrió los ojos con horror, se impulsó hacia atrás y corrió hacia Edwyn, buscando refugio en su cercanía. Su respiración era rápida, temblorosa.

El hombre, mientras tanto, se giró y se perdió entre los árboles del bosque, corriendo con una agilidad sorprendente para su tamaño.

En cuestión de segundos, la vegetación lo devoró por completo.

Esther alcanzó a Edwyn con pasos temblorosos, todavía en shock. Apenas llegó a su lado, las piernas se le aflojaron y ambos cayeron de rodillas sobre la tierra húmeda. Edwyn soltó la pala a un lado, como si pesara una tonelada, y tomó a Esther por los hombros con ambas manos. Su rostro estaba pálido, y sus ojos reflejaban un miedo que él mismo jamás había sentido.

Su corazón latía tan rápido que parecía querer salírsele del pecho.

—E… Esther —dijo con voz temblorosa—… ¿estás bien? ¿No te hizo nada?

Esther lo miró con la expresión desorientada de alguien que intenta entender qué acaba de vivir. Su rostro se arrugó y de inmediato rompió en llanto, lanzándose hacia él para abrazarlo con fuerza desesperada.

—Ese tipo… —sollozó, aferrándose a su camisa— ese tipo está loco, Edwyn… ¿qué quería de mí? Por poco notaba el color de mi pelo… ¿será que pensó que era una bruja?

Su voz temblaba tanto que casi era un susurro roto.

Edwyn la abrazó con fuerza, aterrado.

—No creo que haya sido eso… —respondió, con la voz igualmente temblorosa—. Se veía muy hostil. Y no sé cómo llegó aquí… por estos caminos no pasa nadie. ¿Cómo llegó tan lejos sin un carruaje, sin nada?

Esther apretó su abrazo aún más. Como buscando un ánimo después de ser tratada como un trapo viejo.

—Yo… sé que no puedo morir —dijo entre lágrimas— y no me dolió lo que me hizo… pero… me sentí vulnerable… como si no pudiera hacer nada… Y creo… creo que se fue gracias a tí… —tragó saliva, temblando— incluso… me dijo que volvería por mí… y que esta vez me iba a matar…

Edwyn se separó del abrazo tan rápido que Esther casi pierde el equilibrio.

—¿Qué? —preguntó con los ojos abiertos de par en par—. ¿Cómo que matarte, Esther? ¿Ese era su objetivo?

—Incluso intentó asfixiarme —admitió ella, limpiando sus lágrimas con la manga—. Pero no lo consiguió… huyó porque tú llegaste. Si no… si no hubieras venido, no sé qué hubiera intentado hacerme…

Edwyn sintió algo dentro de su pecho que no reconoció. No era tristeza. No era miedo. Era algo más oscuro, más intenso. Algo que nunca había experimentado: un odio profundo, ni con su cuñado había llegado a tal nivel.

Sus manos temblaron.

¿Quién es capaz de hacerle eso a alguien… a alguien así? ¿A una mujer que no conoce, y que bueno, parece indefensa?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.