A tus pies

CUATRO

El trayecto desde su barrio hasta el complejo privado donde Nicholas tenía su mansión duró lo mismo que su habitual viaje en bus hasta el trabajo. Dolores dejó que su curiosidad y el asombro se drenaran completamente durante el trayecto. No quería llegar a la gran casa y quedar como embobada al estar rodeada de tanto lujo. Ya había comenzado al perder el habla cuando sintió la delicadeza del asiento del auto. Que de un cuero color marfil profundo y de aroma exquisito, le había dado la bienvenida.

Ese auto valía más que su departamento y todas las pertenencias allí dentro.

Mirando por la ventanilla no pudo evitar rememorar una y otra vez el momento en donde se había limpiado el escote a diestra y siniestra frente al cristal del asiento trasero. Se imaginó allí a Nicholas siendo testigo de su descarado proceder y los colores volvieron a subírsele al rostro.

El chofer de Nicholas, el señor Sander, era reservado y respetuoso. Su rostro no mostraba muchas emociones y frente al volante del auto parecía un piloto automático. Él manejaba a la velocidad correcta, colocaba los intermitentes a tiempo y procuraba revisar constantemente los espejos retrovisores y a ella.

Dolores respiró profundamente y decidió que ya era tiempo dejar ir ciertos malestares de su vida.

—¿Hace mucho trabaja para el señor Baron? —preguntó aún a sabiendas de que dicha pregunta tenía una respuesta afirmativa.

 —Sí —contestó con un escueto asentimiento de cabeza.

—Supongo que ya está al tanto de nuestra… nuestro cambio de relación—aclaró, — y debe recordar quien soy, o lo que hice—dijo con una mueca. Él volvió a asentir. —Señor Sander —dijo despacito, llamando su atención y con miedo de hacer contacto visual. —Me gustaría dejar ciertos asuntos aclarados ya que nos veremos más seguido y…

—Señora… —la cortó él disminuyendo la velocidad sin que ella lo notase, — usted no tiene por qué aclarar ningún asunto conmigo. Debe saber que aquella vez la vi de espaldas acomodando su blusa frente a la ventanilla trasera… —Dolores respiró un poco más tranquila. El hecho de saber que le había enseñado los pechos al chofer de su jefe la mortificaba a diario. —Es al señor a quien debería rendirle cuentas. Él había quedado bastante afectado esa mañana. Además, dados los últimos acontecimientos él parece no haber podido olvidar su espectáculo.

—¿Qué?

—Oh, ya estamos aquí —respondió Sander sonriendo por primera vez para ella.

Sander sabía que debería haber dejado su bocota cerrada, pero no podía quedarse de brazos cruzados sabiendo que podía ayudar a Nicholas a sumar puntos con la primera mujer que llamaba su atención en mucho tiempo. Eran demasiados años a su lado, y la mirada triste y perdida se había convertido en la mueca habitual de su patrón. O eso era lo que él creía. Hasta ese día cuando regresó al auto y pudo ver a la descara mujer dando un espectáculo.

—Bienvenida a su nuevo hogar, señora Dolores.

Y el enojo que había sentido antes de llegar se le pasó como por arte de magia.

El chofer detuvo el auto y bajó a abrirle la puerta. Una vez que ella descendió, Sander se despidió diciéndole que llevaría el auto a las cocheras.

¿Qué hacía ahora? ¿Golpeaba la puerta? ¿tocaba timbre?

Optó por la segunda y se quedó allí afuera mirando en rededor, ojeando la estructura de la casa. Su lado adicto al chismorreo, no quiso perderse los detalles de la que ahora sería su casa así después podría chismorrear a gusto con Alicia y Bibi sobre el castillo donde se encontraba.

¿La dejaría Nicholas traer a sus amigas? Esperaba que sí, ellos todavía no hablaban de la duración de su contrato, pero él le había dicho que este finalizaría una vez que los socios de Qatar firmaran de manera segura y los contratos estuviesen legalizados.

—Dolores —dijo él abriendo la puerta de repente. Su cerebro tardó un buen par de minutos en reconocerlo con ropa de entrecasa. Él vestía un suéter fino color melocotón y un par de pantalones deportivos oscuros. —¿Qué hace ahí parada? Por favor, entre.

Ella sonrió a medias mientras ingresaba por el hall de bienvenida. Su curiosidad le ganó y no pudo evitar mirar con asombro la decoración del lugar. Sobrios cuadros, piso de parquet brillante y paredes impecables. Toda la estancia gritaba clase y dinero. Dolores no conocía muchas casas así, a pesar de haber trabajado diez años para los Baron, había tenido la oportunidad de conocer solo la casa de Harrison Baron Senior, el abuelo de Nicholas.

—Las muchachas del servicio deben estar ocupadas y no han oído la puerta —escuchó que su jefe decía. — Le prometo que no volverá a pasar. Pase por aquí, le enseñaré la habitación.

Su corazón le dio un salto al oírlo hablar en singular. ¿Tendrían una sola habitación para ambos? ¿Es que el muchacho no pensaba darle un respiro?

Si así era con su esposa de mentira no quería ni imaginarse como sería con la mujer que robara su corazón de ameba. Una risilla tonta se le escapó y Nicholas no pasó por alto aquella reacción, malentendiéndola.

Subieron la escalera de dos fuentes y él la guio por uno de los pasillos. Abrió la puerta de la habitación principal estilo Royalty que la casa tenía y pudo ser testigo del aliento de su esposa escapando de su cuerpo.

 —Espero que le guste y sea cómoda —fingió una sonrisa tímida.

Él se tenía estudiado su papel a la perfección y sería cuestión de días para que la tuviera besando sus pies. Que agradable sorpresa sería para su padre y para ella misma cuando los desenmascara.

 —Hay algo que quiero decirle y creo que este es el mejor momento… —hizo una pausa dramática para que su cerebro de mujer solterona tomara las riendas.

Era una mujer tan predecible. Nicholas esperaba juntar todas las piezas y hacerlas caer como en efecto dominó.

—Quiero disculparme por mi comportamiento impertinente de la mañana —continuó cuando las irises castañas lo enfocaron. — Soy brillante en muchas áreas, pero las relaciones sociales no forman parte de ello. Sepa disculpar mi falta de tacto al preguntar sobre su vida privada… no volverá a ocurrir.




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