A tus pies

SIETE

La tensión entre Dolores y Nicholas era únicamente mermada por el sonido del auto acelerándose. Ella no tuvo tiempo de admirar el interior del exclusivo vehículo de su marido. Luego de colocarse el cinturón de seguridad acomodó su ropa manchada en su regazo y su vista se perdió por la ventanilla.

Se sentía tan mediocre y avergonzada.

—Nicholas… —habló en voz baja. Se convenció de que no tenía por qué bajar la cabeza. Ella no era culpable de nada, aunque pareciese lo contrario. —Respecto a lo que sucedió en la casa de Brian, me gustaría explicarte…

Su esposo ni siquiera la miró. Él continuo con la mirada fija al frente.

¿Qué clase de cosas pasarían por su cabeza en ese momento?

—No es necesario —la cortó en seco sin dejarla finalizar. —Quedó bastante claro para mi lo que allí sucedió. No tienes por qué rendirme cuentas de lo que haces o dejas de hacer, Dolores.

Su respuesta la descolocó por completo. Si lo que pregonaba era cierto, ¿Por qué parecía que estaba a punto de estallarle la yugular?

Antes de contestar a esa interrogante, él continuó.

—Si bien te defendí quiero que sepas que esto no puede volver a pasar —le dio una mirada fugaz. — Tenemos un contrato, Dolores y debes respetar las clausulas que impusimos para ello.

—¿Ah?

—Quiero dejarte los puntos claros —ella tragó y puso toda su atención en las palabras de plomo que decía el hombre a su lado. —Si hay algo que no voy a hacer, es quedar como un cornudo delante de mis empleados— le dijo con rudeza. —No sé lo que acostumbras y tampoco me importa…

—¿Qué dices?

Y la noche no dejaba de mejorar, pensó Dolores con su autoestima siendo pisoteada por cuanta persona se le cruzaba. Ya sus animos de no amilanarse por la situacion estaban en a punto de derrumbarse. Esta noche parecía la reunión de “calumniemos a Dolores”

—A partir de este momento te ordeno suprimas esa la libido que tienes, o por lo menos trata de que los hombres con los que te involucres no sean mis subordinados.

Esa fue la gota que colmó el vaso. ¿Qué se creía ese chiquillo insubordinado? ¿Qué por haber mermado el escandalo en casa de Brian tenia derecho a tratarla como una cualquiera? Pues no señor. Ella aceptaba que el escandalo podría dañar la imagen de Nicholas, pero estaba muy equivocado si pensaba que se iba a dejar usar como saco de boxeo por cosas que no habían sucedido.

—¿Disculpa? —contestó envalentonada. — Yo no soy amante de nadie, y no puedes ordenarme que suprima mis instintos sexuales o lo que sea que esa mierda signifique —y por el retrete se iba la secretaria sumisa y predispuesta que él conocía. —¿Quién te has creído que eres?

Nicholas se giró sonriendo con malicia. Él dio un volantazo al auto y quedaron rezagados a un lado de la carreta.

—¿Qué quien me creo? Soy tu esposo, firmaste de buena gana un contrato conmigo. Si esa respuesta no te alcanza, debería recordarte que pediste un préstamo bajo mis términos y condiciones. ¿Dices que no puedo decirte nada? ¿Estas retándome?

Dolores se quedó de piedra al escucharlo. ¿Esta era la primera pelea que tendrían? ¿Entonces como serían las siguientes? Su orgullo le recordó que se encontraba a una altura de su vida en donde los dramas eran innecesarios.

—Eres mi esposo, eso sí. Pero también debo recordarte que somos socios en este acuerdo —enumeró bastante enojada. — Yo me presto al jueguecillo de ser tu esposa para contentar a los socios cataríes y tu me retribuías con el dinero que necesitaba. Nos estamos ayudando mutuamente, no me estas haciendo un favor —dijo hablando de manera apresurada y trayendo a colación los consejos de su amiga.

Nicholas enmudeció, cosa que le venia sucediendo con bastante frecuencia desde que esa mujer estaba en su vida.

¿Quién lo diría? Su esposita tenia una lengua filosa y no dudaba en utilizarla cuando era provocada.

El conocimiento de ese hecho le agrado más de lo que estaba dispuesto a reconocerse. Llegados a ese punto decidió probar los limites de su mujercita y ver hasta donde llegaba su valentía.

La miró de arriba abajo y haciéndoselo notar dejó la mirada fija en las prendas que ella utilizaba.

—Quítate esa camiseta —dijo su esposo furioso. —No soporto verte con la ropa de ese idiota. Toma, colócate mi suéter —se quitó el cinturón después de lanzar tremenda amenaza.

Mira nada más. El señor te cierra una puerta, pero deja abierta una ventana. Le gritó su subconsciente.

Su esposo se veía llamativamente candente al estar enojado. ¿Qué le pasaba? ¿Estaba loca?

—¿Qué? No —se contestó a si misma consternada por el rumbo de sus libidinosos pensamientos. Ja, que ironía que la misma persona que se los prohibiera fuese quien los provocaba.

—¡Que te la quites, Dolores! —insistió él en un tono que ella no iba a permitir. No señor. Dolores lo miró con ojos entornados de la rabia y negó. —Pues entonces yo lo haré.

—¡¿Qué?!

Dolores vio en cámara lenta como él tomaba los laterales de su suéter y jalaba hacia arriba. El aliento escapó de sus pulmones. Ella creía que solo en las revistas de esos cosméticos baratos que Bibi vendía, podía ver ese tipo de hombres.

Nicholas era puro musculo, de pectorales marcados y abdomen listo para rallar chocolate allí.

Sus pensamientos libidinosos la saludaron, con un besito, desde la estratosfera.

—Ven aquí —quiso agarrarla y ella se apretujó contra la puerta de su asiento. Nicholas continuó con su ataque y terminó por pellizcar una de sus lonjas. Dolores entonces lanzó una sonora carcajada y él, preocupado por haberla lastimado, aprovechó para tomarla desprevenida y hacerle cosquillas.

Las risas inundaron el interior del auto. Dolores cacheteó una de las obstinadas manos que la atormentaban y esta terminó por resbalar.

—Que te lo quites, carajo —rio Nicholas agarrando una de las piernas del pantalón deportivo y jalándola. La odiosa bota funcionó de traba perfecta para que los pantalones no salieran volando.




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