A tus pies

OCHO

Como era de esperarse, el horario de almuerzo pasó desapercibido para Dolores. El trabajo de los dos días no laborables parecía interminable y ella sentía que cada vez que terminaba una tarea, otras dos aparecían.

Resopló y masajeo su cuello. Tomó su teléfono celular y revisó la disponibilidad de los restaurantes de comida rápida en cuanto a delivery. Ella podía pedir que trajeran un par de sándwiches para pasar el resto de la tarde ya que su horario normal no terminaba hasta pasadas las seis y todavía le quedaban cuatro horas de arduas tareas.

Miró la puerta de su jefe y dudó. Nicholas tampoco había almorzado. Él tenía que revisar y autorizar una serie de documentos que la traductora había enviado.

¿Seguiría enojado por la visita de la muchacha Von Valler?

Después de que ella se marchara, él había sido bien claro en ordenarle no dejarla pasar jamás a su oficina. Fuese cual fuese la circunstancia.

El teléfono intercomunicador con la oficina de su jefe sonó sacándola de su incógnita.

—Si señor, Baron. ¿Qué se le ofrece? —ella no olvidaba el trato formal, aunque a él le diese lo mismo.

Dolores, ¿estás ocupada? —rodó los ojos y contestó con un simple sí. —¿Quieres almorzar conmigo?

—¿Disculpe? —su corazón se aceleró tontamente. —Estaba por pedir un par de sándwiches a algún delivery, señor. ¿Le gustaría de algún tipo en específico ¿carne, pavo, veggie*?

Una masculina risa se oyó del otro lado.

Me has leído la mente —contestó campante. — Pide de los que tu prefieras, por favor y tráelos a mi oficina. Aquí podremos comernos… comerlos—se corrigió rápidamente, — a gusto mientras tomamos un break*.

Ella no lo podía creer. Nicholas Baron se tomaría un receso únicamente para compartir un sándwich a su lado.

Confirmó el pedido y dejó de lado las ultimas hojas de una carpeta que le quedaban por revisar. Dolores se dedicó a hacer algo que nunca antes había hecho, ella se acomodó el cabello y su maquillaje en el pequeño espejo que tenía en su bolso.

Estaba colocándose una buena cantidad de bálsamo para hidratar los labios, una nunca sabia lo seco que pudieran traer el pan, cuando un carraspeo la sacó de esa tarea.

Levanto la vista y se encontró con un par de ojos azules que la miraban incomodos.

Brian.

—Hola, Dolores. Vengo a ver al señor Baron —señaló la oficina de Nicholas.

—¿Para qué? —preguntó con brusquedad.

Se maldijo internamente al sonar tan impulsiva. Y es que este era el principal problema que había querido evitar. El de mezclar los temas profesionales con los personales.

—Él me ha mandado a llamar.

Hizo memoria para recordar si Nicholas en algún momento le había pedido comunicarse con legales. No halló nada.

Con un tonto temblequeo de manos volvió a marcar por el intercomunicador. Rogaba al cielo que a su esposo no se le diera por escarbar en la basura del pasado.

No, se dijo. Nicholas era, antes que todo, un hombre responsable y de negocios. Además, su vida no giraba en torno a ella o las idioteces que cometía.

—Oh, ahora lo anuncio con el señor Brown.

Brian la miró suspicazmente. Ya sabia que el costo de sus acciones iba a tener un precio alto a pagar. Sin embargo, nunca se imaginó que el primer día hábil de trabajo tuviese que rendirle cuentas a su jefe.

—Adelante —le dijo Dolores mirándolo de reojo. Él se sintió entonces como un insecto. Tan minúsculo e insignificante.

—Hola, Nicholas —saludó fingiendo indiferencia. —Me avisó Celia que querías verme —su jefe ni siquiera había llamado a su numero interno directo, sino que se había comunicado exclusiva y profesionalmente a través de la secretaria del área de legales de la compañía.

—Supongo que ya debes tener una idea de porqué te llamo —dijo Nicholas acomodando carpetas sobre su escritorio. —Toma asiento por favor, te demoraré poco.

Brian apretó con fuerza los dientes, ese chiquillo impertinente. Sabía que no dejaría pasar una oportunidad en bandeja de plata como la que él le había brindado.

Se sentó acomodando su saco y el pisa corbatas*. Miró con desinterés la cutículas en sus uñas y le contestó;

—Me parece estúpido que mezclemos los asuntos laborales con la vida personal —dijo con frialdad. —No debería ser yo quien pagase los platos rotos de toda esta situación.

Su jefe se vio momentáneamente desconcertado. Hasta parecía que no tenia idea de lo que Brian hablaba.

Quiso reír a carcajadas.

—Los malentendidos se producen por acción de varias personas, no solo una —continuó Brian ajeno a la furia que crecía dentro de su interlocutor. —Ella me envió señales confusas todo el tiempo, Nicholas. Yo no sabia que estaba casada, lo juro. Incluso, podía ver el interés de su parte. Ella siempre me buscó de una forma u otra.

Nicholas lo silenció con un simple gesto de su mano.

—Brian —respiró hondo, — te mandé a llamar con Celia porque fue a ella a quien le dejé la carpeta con la documentación legal que los abogados de la compañía de Qatar enviaron —explicó regocijándose en su expresión desolada. — No le dije a Julius, que es el otro abogado que tenemos, porque creí que esta era tu área. El derecho internacional. ¿De qué mierda me estás hablando tú?

Brian Brown supo ahora si que él solito había cavado su tumba. ¿Cómo se le ocurría lanzarse en caída libre sin revisar su paracaídas antes? Esa estúpida analogía no servía de nada ahora.

Ya había despertado a la bestia.

—Nicholas yo…

—Tú, eres un maldito cobarde y poco hombre —contestó con rabia. —¿No querías hacer esto personal? Le hubieses dicho a tu esposa que mantuviese sus crisis histéricas a raya y no que quisiese vender a la primera las acciones que su familia tiene hace décadas en esta compañía.

—¿Qué? ¿De qué hablas?




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