A tus pies

NUEVE

Viktor Von Valler se sentía como si quisiera estrellar su cabeza contra el lozano piso de mármol de su casa. Su adorada e inmaculada hija estaba histérica al recibir una respuesta negativa de su parte.

—Cariño —intentó calmarla sabiendo que era en vano. El viejo Baron se había negado a interceder por él ante su nieto y así conseguir lo que su muñequita anhelaba. —Podemos buscar otros medios… otras empresas…

Su hija se giró echa un monstruo.

—Te pedí una sola cosa, Daddy. Una sola—limpió con rabia las lagrimas que brotaban de sus hermosos ojos celestes. Ah, Viktor no podía estar más orgulloso de su única hija. Le había salido preciosa la chiquilla. —¿Y que obtengo? A ti, como un niño de cinco años intimidado con la respuesta de un viejo decrepito como ese.

Él se encogió un poco en su sitio. El viejo decrepito ese, como su hija llamaba al magnate Harrison Baron, se convertiría en su familia si sus planes triunfaban como ella quería.

—Bebé, háblale sobre los extranjeros árabes, esos de los que nos contaron tus conocidos en el club de tenis—dijo Alexandra, la joven esposa de turno del señor Von Valler. —Ellos también son una opción.

Viktor agradeció en silencio el tener una mujer tan chismosa a su lado. Había olvidado por completo ese pequeño detalle.

—Podemos conseguir acciones en la compañía de Catar —le dijo con una sonrisa desesperada a su hija, — ellos son los futuros socios de Baron Industries. Los Al Mahad son personas conocidas en el ámbito financiero, puedo consultar con el equipo de comercio exterior y…

—Conseguir ser socio de la compañía —Candace sonrió. El panorama no era tan sombrío como ella pensaba. Pero, como era de esperarse ella tenía preparado un As bajo la manga. Harrison Baron, el padre de Nicholas le había ofrecido su ayuda y esta vez no dudaría en pedirla.

El hombre se lo había dicho, toda persona tiene un precio y el suyo sería difícil de conseguir, mas no imposible.

Catalina, que se mantenía callada sentada al lado de Alexandra, iba a interceder en la absurda escena diciendo que de nada serviría atosigar a los cataríes, pero prefirió callar. Ella sabía el jeque Khalil Al Mahad, propietario actual de la otra compañía, era amigo íntimo de Daniel y Nicholas y que la sociedad era más bien una promesa de sus días universitarios que un gran negocio.

—Está bien, Daddy —habló Candace poniendo bajo control sus emociones nuevamente. —Espero que no me defraudes esta vez. Estaré al pendiente de noticias positivas.

Dicho esto, tomó la llave de su auto y le pidió a su amiga salir a despejarse. Viktor se vio visiblemente aliviado, por el momento había podido lidiar con el carácter de su hija. Ya mañana vería como solucionar lo de la posible inversión a los árabes.

Con un asentimiento de cabeza le ordenó a su esposa ayudarle a liberar su estrés, y esta, solicita no dudo ni un segundo en arrodillarse a sus pies mientras le desabotonaba el pantalón de vestir.

Candace aceleró su auto y miró de soslayó a Catalina que prudentemente se había mantenido callada.

—¿Qué te sucede? —dijo después de un rato. —¿En que piensas?

Ella exhaló cansada.

—Estoy bien. Solo un poco cansada —mintió. Después miró a la rubia a su lado que la observaba interrogante. A pesar de que Candace estaba algo loca era su mejor amiga y no merecía que le ocultara su verdad. —La abuela enviará a su regente por mi hermano. Ella quiere que regresemos.

—Oh, eso es ¿terrible? —contestó no compadeciéndola ni un poco. Candace pensaba que su amiga y su hermano eran algo dramáticos. Nadie con un futuro como el de ellos tendría que renegar por querer vivir una vida común y corriente. —Debes intentar convencer a tu abuela que te deje quedarte hasta mi boda. Aunque, aquí entre nos tenerlos simplemente a ustedes como invitados levantaría el estatus de la ceremonia.

Catalina rodó sus ojos. ¿Pero ya que la extrañaba? La atención podía estar dirigida a ella solo un par de segundos. La mente de Candace no permitía más.

—¿Quieres que te lleve hasta donde esta tu hermano?

—No —contestó a secas. Sabia que su amiga había oído cuando Daniel le comentaba que se quedaba a cenar en casa de Nicholas.  —Dani esta ocupado. Déjame en el centro, mejor. Buscaré algún lugar para cenar.

—¿A solas? —preguntó Candace como si le hubiese dicho alguna atrocidad. —No sería mejor ir a casa de Nicholas y…

Catalina se giró y con una sola mirada acalló ese pedido. Su amistad tenía un límite y ella ya se había cansado de tener problemas con su hermano a causa de Candace y su malsana obsesión por Nicholas Baron.

—Bien —refunfuño Candace. —Te dejo en Mikelino’s tienen excelente menú por las noches.

***

Dolores se había levantado con el cuerpo en llamas y obligada a tomar una larga ducha la mañana del martes. Sus sueños, traidores y libidinosos, habían viajado una y otra al vez al hombre que ahora se encontraba parado tranquilamente a su lado.

¿Es que Nicholas podía verse más guapo? Son las hormonas, le grito ese pequeño lado razonable de su consciencia que aún le quedaba.

El día de hoy su esposo utilizaba un traje negro de corte simple y una corbata color vino que combinaba a la perfección con los detalles del blazer que ella tenía. Obviamente la calidad y el precio de ambas prendas tenía una diferencia abismal, pero Dolores era feliz con esa tonta coincidencia.

—¿Esta es tu casa? —escuchó que Nicholas preguntaba con genuino interés. Sin embargo, ella se dio cuenta de que lo que él señalaba era todo el bloque superior donde su departamento se encontraba.

—Sí, el departamento 8 A es el mío —se giró a mirarlo. —El de la esquina, el primero.

—Ah, se ve… acogedor.

—Lo es —corroboró y con una sonrisa tocó el timbre del departamento de Bibi.

Mientras desayunaba le había enviado un mensaje avisando que vendría a verla antes del trabajo. Lo que no había previsto sería a su esposo acompañándola.




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