Harrison Baron hijo fumaba, con profundas caladas de humo, el habano que había seleccionado para celebrar la ocasión. En su teléfono celular se leía un mail sin asunto ni remitente, la palabra OBJETIVO CUMPLIDO destacaba entre un conjunto de números y letras que no seguían ningún patrón.
El sonrió complacido y respiró aliviado.
¿Qué creía ese niño? ¿Qué un hombre como él sería tan fácil de vencer?
El dicho rezaba que más sabía el diablo por viejo que por sabio y él se consideraba la prueba viviente de ese proverbio.
—A tu memoria, hermosa mujer —dijo exhalando el pesado humo.
La chiquilla Von Valler era como un maldito grano inflamado en el trasero. Sin embargo, había servido como su mejor aliada al momento de prever un ataque de ese obstinado ser que tenía como hijo primogénito.
Su teléfono sonó y supo que era esa odiosa mujer.
—¿Qué quieres ahora señorita Von Valler? — contestó sin muchas ganas y tuvo que soportar el escandalo que ella montaba.
Candace estaba furiosa al no encontrar a Nicholas en la dichosa fiesta que la compañía organizaba, y a la cual como era de esperarse, él no había sido invitado. Ni siquiera por cortesía.
—Cumplí con mi parte —exhaló de nuevo la profunda bocanada que había dado. —Te cedí parte de mis acciones a cambio del secreto que mi hijo guardaba. Estamos a mano. Ya te dije que Nicholas estaba en California, quizá no haya llegado todavía.
Momentos como este podían sacarlo de quicio. La estúpida niña no hacía más que quejarse y él entendía entonces porque su hijo la repelía como a la peste.
¿Le importaba? No, a decir verdad. La chica se quería casar con su hijo, sería el dolor de cabeza de Nicholas no suyo. Nada que los millones de los Von Valler no valiesen la pena soportar.
—Ya te lo dije —volvió a repetir. —Estoy seguro de que Nicholas estará allí. Los cataríes son importantes para él.
Candace continuó quejándose del otro lado de la línea y él opto por terminar esa llamada asegurándole que ahora tenía el camino libre con su hijo, que las noticias de una esposa eran falsas y que seguramente Nicholas no demoraría en hacerle caso.
Puras mentiras.
Harrison había hecho las averiguaciones correspondientes después de la llamada de Candace un par de noches atrás y había descubierto que la idiota de Elena Vega no aparecía como casada ni mucho menos relacionada con Nicholas. Ellos ni siquiera compartían sucursal de trabajo en la empresa y eso era un alivio.
Se sintió orgulloso y a la vez asqueado del hombre que tenía como hijo. En primer lugar, Nicholas había crecido como un hombre determinado y de carácter inquebrantable para los negocios y la vida. Por eso mismo sabía que él no había escatimado en recursos para encontrar a la mujer con la que había mantenido un romance secreto durante muchos años y que había sido descubierto en pleno apogeo.
Además, su hijo había podido tener la discreción que él no. Nicholas se había comportado como un maldito gato sigiloso. Ninguno de los hombres que contrató pudo encontrar los documentos donde se definiera a Elena como su esposa o los planes futuros que tuviera con ella.
Esa era la única parte de su plan que no había podido solucionar. Pero culpaba a Candace Von Valler, la estúpida chiquilla había estado algo ebria al momento de comunicarle los planes que su hijo tenía y no había podido darle los detalles completos de la conversación del jeque árabe y la jovencita Vaduz.
Harrison se encargó también de las otras mujeres, aquellas que habían pasado por su cama, pero sin resultados desastrosos, como Elena. Nicholas no tenia ningún punto por donde atacarlo y eso lo convertía en invencible ante los ojos de su padre.
Miró una vieja foto familiar donde el trio Baron aparecía. Acarició el juvenil rostro de Lourdes su ex esposa y sonrió.
—Estarías orgullosa del hombre que criaste. Es una lastima que jamás pueda superar a su padre.
***
Dolores observó apenada a su esposo que estaba blanco como un papel y sostenía a la chica desvanecida entre sus brazos.
—Llevémosla adentro. Hace mucho frio aquí afuera y solo Dios sabe cuánto tiempo lleva esperando —recomendó siendo la primera en reaccionar. —Dame tu teléfono, Nicholas. Llamaré a algún médico.
Él asintió y entumecido aceptó lo que ella le proponía.
Nicholas recostó a Lisa, que así le había dicho que se llamaba, en uno de los grandes sofás de su living y sintió como un gran hoyo negro se abría lugar en el centro de su pecho.
Las mujeres encargadas de la casa se movieron rápidamente, atentas a cualquier orden que su señor tuviese. Ellas también le informaron que la chica había estado esperando cerca de cuatro horas fuera de su propiedad el día anterior a ese.
Una de las empleadas le había preguntado por los motivos que allí la llevaban, pero Lisa había respondido que solo quería ver a Nicholas. Preocupada, la empleada había dado aviso a la policía y al parecer la chica había desaparecido durante la noche.
—Quizá estuvo escondida en alguna parte del barrio señor —le contó temblando. Su señor tenía una expresión furiosa.
Nicholas se sentía ansioso y frustrado. ¿Qué hubiese sido de Lisa si él no aparecía esa noche? No quiso siquiera imaginarse en que lugar ella hubiese colapsado.
—No se preocupe, María —apareció Dolores para calmar a la pobre mujer que parecía a punto de mearse encima. —Ustedes actuaron como mejor lo creyeron. Mi esposo y yo nos haremos cargo ahora. Puede retirarse.
—Gracias señora.
La mujer, María, agradeció a los cielos por tener una señora tan atenta y comprensiva. Solo ella parecía capaz de calmar al joven Baron. Sonrió y aliviada agradeció al cielo por ponerla en la vida del patrón.
El doctor de medicina familiar llegó veinte minutos después de haberlo llamado con urgencia. Él revisó a Lisa y el diagnostico no fue para nada alentador. El panorama de la jovencita Vega se veía enturbiado por una anemia y el colapso por estrés. La muchacha tenía una lotería de carencias.
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Editado: 31.05.2020