Candace Von Valler entregó el maletín, con lo acordado, al hombre frente a ella. El mismo que la miraba con ganas de arrancarle toda la ropa.
Ella le devolvió una mirada vacía.
—Los cuerpos quedaron dentro de la avioneta. El ala izquierda se romperá apenas entre en el radar aéreo del aeropuerto de Palo Alto. Será una caída aparatosa —informó el ruso mirando con ojos brillantes la cantidad de billetes que el maletín tenía en su interior. —No habrá sospechas de un atentado.
La rubia sonrió complacida y aliviada en partes iguales.
Asociarse con la mafia rusa no era una decisión para tomarse a la ligera, pero Candace estaba convencida de que había sido lo mejor para lograr sus objetivos. Ahora debía lidiar con una sociedad en la que esos hombres pensaban utilizar la bancaria de su padre para lavar su sucio dinero.
No le interesaban las consecuencias, tampoco. Ella estaba orgullosa de haber logrado su cometido. Nadie la humillaría de nuevo de la forma en la que Nicholas Baron lo había hecho.
—Ha sido un placer hacer negocios contigo, Igor —dijo Candace con asco, queriendo librarse de una buena vez del tonto líder que la miraba con lujuria. Idiota de él al pensar que tendría chance con una mujer como ella.
Al llegar a su casa descorchó una de sus mejores botellas de champan mientras colocaba en un volumen alto su SmartTV. Candace se colocó una de sus batas de seda preferidas y escuchó como si de una misa se tratase las noticias de ultimo momento.
Sí, ya era un hecho confirmado. La noticia de que Nicholas Baron había perecido en un accidente aéreo se encontraba en todos lados.
Ella elevó su copa y brindó en su memoria.
—A tu salud, amor mío —murmuró mientras amargas lagrimas bañaban sus mejillas. La cordura escapó de su cuerpo al momento de comenzar a carcajearse incontrolablemente.
***
Catalina estacionó su auto en las afueras de la imponente y solitaria mansión de los Von Valler. Ella no entendía por qué Khalil le había pedido de repente tratar de contactar a su “amiga” después de que le advirtiera para mantenerse lejos de ella.
La joven princesa no había tenido noticias de Candace desde hacía al menos dos meses atrás. Su amiga no había mostrado señales de vida desde que visitaran la casa de Nicholas y Dolores, quien las había echado casi a patadas.
A ella todavía le dolía el simple recuerdo de ese momento. Su amigo, considerado un hermano, no había querido volver a saber de ella y así lo había respetado. Incluso, el día que celebraron su funeral sintió vergüenza de haber asistido de incógnita.
Catalina esperó un escándalo digno de película dramática taquillera, por parte de su amiga cuando los medios anunciaron el accidente y la posterior muerte del joven magnate. Pero nada de eso había ocurrido. Candace mantenía un silencio casi sepulcral.
Irónico cuando veces anteriores se había autoproclamado la futura esposa del joven Baron.
—Buenas tardes, señorita— la saludó una de las empleadas con tono automático y una postura tensa. Catalina tuvo que mirarla dos veces para darse cuenta de que nunca antes la había visto trabajando en esa casa. — ¿En qué podemos ayudarla esta tarde?
Si la mujer no era suficientemente sospechosa, todo el circo que le siguió a eso, sí que logró ponerle los pelos de punta. La joven Vaduz tomó con fuerza su celular, lista para hacer una llamada de emergencia.
—Vengo a ver a señorita Von Valler —respondió con sencillez. —¿Puedo pasar?
La mujer acomodó un pequeño dispositivo en su oído y autorizó su entrada. Catalina pudo notar que la casa de la heredera Von Valler había sufrido cambios drásticos de personal. Ahora se podían apreciar guardias por casi todos los pasillos.
¿Qué demonios era lo que sucedía con su amiga?
Al parecer nada, se dijo cuando la vio sentada como una reina sobre un diván en medio de su sala de living. Candace se veía serena mientras miraba atentamente a la manicurista que trabajaba las uñas de su mano izquierda.
—¡Caty! —saludó Candace prestando atención a su amiga. Ella miró de reojo a uno de los guardias de seguridad que asentía a sus espaldas. —¿A qué debo el honor de tu visita? —cuestionó risueña. — Pensé que ya no éramos amigas. No después del pequeño incidente que tuvimos.
Candace se refería a la pelea en la que se habían visto envueltas al salir de la casa de Nicholas. Un pleito originado a raíz de que Catalina le reclamara a su amiga por extorsionarla utilizando las fotografías que habían llegado a su correo haciéndose pasar por un falto paparazzi.
—Fuiste malvada conmigo, Candace —resolvió Catalina con un femenino resoplido. — Y no me pediste perdón.
—Tampoco pienso hacerlo ahora.
Catalina supo que haber venido era una completa pérdida de tiempo. No reconocía a esa mujer frívola frente a ella. Esta no era su amiga, no era aquella con la que compartía confidencias y con la que siempre podía contar. Esa mujer estaba muerta, y la misma Candace había acabado con ella.
—¿Estas grabando esta conversación? —preguntó señalando un aparato al lado de su sillón. —¿Qué sucede contigo?
Candace exhaló aburrida. ¿Qué se suponía que respondiera a eso? ¿A qué venia todo este interés repentino por parte de su ex amiga?
—¿Debería sucederme algo?
—Te has comportado de una forma horrible —expresó con obviedad. — No tenías ningún derecho a hacerle eso a Nicholas y a su esposa, utilizándome a mí.
Catalina sabia que no debía de pedirle explicaciones a una persona que no le importaba nadie más que ella misma. Candace no conocía el significado de la palabra empatía.
—Nunca te fíes de nadie, princesa Catalina. Ese es mi consejo del día para ti.
—Vine para saber cómo estabas —la miró decepcionada. — Ya sabes, no volviste a hablarme y pensé que quizá la muerte de tu gran amor haría que algo cambiara en tu interior. ¿De verdad vas a decirme que la muerte de Nicholas no te provocó nada?
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Editado: 31.05.2020