A un Callejón de Distancia.

Capitulo 28.

     Cuando llegue a mi casa Marcus estaba con mi madre escuchando atentamente la explicación de lo sucedido con Jeison. Estaban tan concentrados en su charla que no notaron cuando llegué: era mejor así, porque no tenía que explicar porque mis ojos estaban rojos y mi cara llena de delineador corrido. Fui a la habitación de Theo para ver que tal estaba. Afortunadamente estaba sumido en un sueño profundo y pacífico. Coloqué mi palma suavemente sobre su frente para revisar su temperatura y para mí tranquilidad era normal.  

-Mi niño. 

    Las palabras fueron apenas un susurro, pero cargadas de amor. Toqué su cabello y sonreí al recordar cuando Carter vino a comer por primera vez y Theo se había empapado. Sacudí la cabeza y decidí ir a darme un baño para poder dormir tranquila, además, me hacía falta el agua caliente para relajarme. 

     Cuando ingresé a mi cuarto sentí la urgencia de correr al ventanal del balcón y gritarle a Carter que disculpara mis palabras hirientes y llenas de odio, pero mi estúpido orgullo me impedía hacer tal cosa. Había reaccionado como una mocosa infantil ante sus palabras y no me detuve a analizar por lo que él mismo había pasado. Collins también sufrió e incluso su hermano aún no despierta y no solo eso; se hizo cargo de mantener con vida a Adam cuando ni su propio padre lo hizo. Carter aún conservas la esperanza que el resto de su familia perdió. Corrí hacia el balcón y abrí la ventana, me asome creyendo que al verme allí parada él saldría, pero a pesar de que estuve allí durante veinte minutos no alcancé a ver ni su sombra en la cortina. El vacío que sentí en el pecho solo era comparable con el que la partida de mi padre había dejado. Hasta hoy incluso, sentía un hueco que no podía completar con nada. Recordé cuando era pequeña y mi padre me decía que había mucho amor en mi y por eso no lastimaba a las personas, está noche había demostrado lo contrario. Suspiré frustrada y enojada conmigo misma y decidí ir a bañarme de una vez, puesto que Carter no aparecería. 

    El agua de la tina estaba más caliente de lo que habitualmente la usaba, pero era mejor así: me daba más tiempo de quedarme allí, relajarme bajo el agua y la espuma. Cerré mis ojos y perdí la noción del tiempo; y de los años al parecer ya que cuando los volví a abrir estaba parada frente a un espejo acomodándome un feo vestido negro. 

     Odiaba ese vestido, odiaba su formato, su color y por sobretodo lo que más detestaba, era el motivo por el cual lo llevaba puesto. Mis pequeños ojos celestes estaban enrojecidos y las ojeras pronunciadas los hacía destacar aún más y mi ceño fruncido solo empeoraba las cosas. Mis dedos estaban jugando una batalla tratando de colocar la ridícula cinta del estúpido color negro en el moño de mi cabello, pero estaba perdiendo. No entendía porque la tía Amelia insistía tanto en que debía llevar esa cosa enredada en mi pelo y además atado; me gustaba mi pelo suelto.  

    Me rendí con la cinta y fui a buscar los zapatos que hacían juego con él vestido. Unas pequeñas guillerminas de un negro brillante como si alguien las hubiera pulido de más. Cuando estuve calzada, tome la cinta de pelo y corrí por el pasillo hasta llegar al cuarto de mis padres, pero antes de abrir la puerta me detuve y pegué la oreja a la puerta para escuchar. Si lo hacía con cuidado y sin respirar, podía percibir con claridad el llanto desconsolado de mi madre mientras repetía una y otra vez el nombre de mi padre sin poder creer aún que él ya no volvería a casa. Sentí culpa por ir a molestarla con una cosa tan ridícula como el que me ayudara a ponerme una cinta que ni siquiera quería usar. Apoye la espalda contra la puerta y me deje caer hasta llegar al piso, simplemente me quedé allí escuchando a mi madre desahogar su dolor en soledad. Sabía que no podía ayudarla en eso, lo sabía porque nadie podía ayudarme a mi tampoco. Mis ojos se posaron en la rodilla lastimada dónde ahora un vendaje blanco cubría la costura. Mis dedos tomaron el vendaje y sin pensarlo lo arranque de un tirón, dolió, pero ese dolor no ayudo a disminuir el que estaba aplastando mi pecho. Se sentía como si una tonelada de concreto estuviera presionando sobre mis costillas para ver cuánto aguantaba sin respirar. Así que, con ambas manos comencé a sacar los hilos de la costura donde los médicos hábilmente habían cocido los puntos. Inmediatamente comenzó a sangrar y el escozor era intenso, pero aún soportable.  

-¡Peyton! ¿¡Qué se supone que estás haciendo!? 

    Los gritos de la tía Amelia me sacaron del trance y me sobresaltaron. Su cara de horror no era porque hubiera abierto la herida no, era por el desastre en el piso. 

-¡Ve al baño y lávate inmediatamente! – me puse de pie y caminé hacia el baño – Y jovencita, véndate eso nuevamente. Tienes que estar presentable para asistir al funeral de mi hermano. 

     Mi hermano. Esas palabras me molestaron. No dijo: tu padre y esposo de tu madre, no, ella dijo “mi hermano”. Que ser tan egoísta.  

    Abrí los ojos abruptamente intentando ver donde estaba. Aún me encontraba en la tina y fue entonces que comprendí que aquello solo había sido un recuerdo en un sueño. 

 




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