Estaba parada en el cementerio nuevamente y las personas estaban reunidas alrededor de un cuadro grande que posaba en un trípode con una fotografía de mi padre. En ella, él llevaba puesto su uniforme y supe que era la foto que le tomaron el día que comenzó su servicio de policía; estaba muy contento por haber cumplido su gran sueño. Alrededor del marco una gran guirnalda de flores lo abrazaba y por un momento desee ser esas flores. Entonces los discursos llenos de engaños y mentiras comenzaron una vez más, como si se burlaran de mí. Me aleje de gran masa de gente y comencé a recorrer las lápidas de personas a las que no conocía e imaginaba sus funerales mientras me preguntaba si los de ellos también habían sido igual de falsos. Comencé a crear historias sobre quienes habían Sido esas personas en vida y luego recree sus funerales: en ellos asistían sus seres queridos y todos y cada uno de ellos tenían buenas y malas anécdotas de los fallecidos, pero todas reales.
-¿Qué haces aquí sola?
Su voz vino por detrás de mí, pero no me asusto. Sabía que se trataba de él; el chico que había visto antes entre las personas, ese al que no conocía, pero que su mirada triste y desolada me había cautivado.
-Quería alejarme.
-¿No eres muy pequeña para estar sola y lejos?
-No soy pequeña; tengo 13 años. Además, estamos dentro de un cementerio.
-¿Y eso qué?
-Mi abuela solía decirme que debía temer más a los vivos que a los muertos. Los vivos aún pueden hacer daño, en cambio los muertos…. Ellos solo quieren descansar.
El chico se rio, pero fue una risa seca y corta, sin ganas, pero igual cautivadora.
-Veo que tú abuela es sabía.
-Lo era. ¿Y tú?
-¿Si soy sabio?
-No. Me refiero a que haces aquí en un funeral de alguien a quien no conoces.
-¿Quién dice que no lo conocía?
-Yo lo digo.
-Bien, te equivocas; en parte. Lo conocí, por un breve momento.
-¿Y bien?
-¿Qué?
-¿Qué opinas? – Le pregunté impertinentemente mientras quitaba unas hierbas secas de la lápida descuidada de una señora fallecida tres décadas atrás. – ¿Era una buena persona? ¿Todos allí realmente lo conocían bien?
Él no respondió inmediatamente se tomó su tiempo y luego suspiro y se sentó en el suelo sobre el camino de tierra gastado.
-Yo digo que en realidad, ninguno de los allí presentes lo conocía realmente.
Su respuesta despertó mi interés, pero no quise demostrárselo y continúe limpiando la lápida.
-¿Así?
-Si. Es decir, yo opino que nadie termina jamás de conocer a una persona, siempre quedan cosas por descubrir por muy cercano que se sea, así que no, ninguno de los allí presentes lo conocía realmente.
-Bien. Me agrada tu respuesta.
-¿Y qué hay de ti? – Preguntó un tanto distraído. - ¿Lo conocías?
-Un poco más que el resto. Se que le gustaba mucho el café incluso diría que era adicto a eso, amaba los waffles con salsa de chocolate que su esposa le hacía para desayunar, amaba ayudar a su pequeña con la tarea aunque era bueno en historia y leyes era pésimo con las matemáticas. Le gustaban los animales aunque jamás pudo tener uno como mascota por su gran alergia, a pesar de lo que los médicos o su esposa le dijeran, él no dejaba la comida chatarra. Amaba llegar del trabajo a su hogar y pasar el resto del día con su esposa e hija; por la noche iba al cuarto de su hija a leerle cuentos o se los inventaba, él tenía una gran imaginación y lo hacía a pesar de que su pequeña insistía en que ya estaba grande para esas cosas. Qué tonta fue, no se dio cuenta de cuánto iba a extrañar esas historias de fantasía – mis ojos se humedecieron y antes de lograr detenerlas las lágrimas salieron – ella le decía que las odiaba, pero en realidad las amaba. Incluso, esa noche, cuando ocurrió el accidente ella estaba en su casa esperando ansiosa a que su padre regresará para cenar e ir a la cama porque quería escuchar el final de la historia que su papá había comenzado a contarle la noche anterior. Pero él nunca llegó y ella ya no sabrá el final del cuento.
El silencio se instalo entre nosotros, pero no era incómodo; solo nos dimos el espacio para pensar hasta que él volvió a hablar.
-¿Y tú inventaste esa historia? Me refiero a como lo hiciste con el resto de estás personas que fallecieron – el rio bajo, pero sin gracia, solo para romper el hielo – te escuché mientras narrabas algunas de sus historias.
-No. – Le dije mientras sacaba mis ojos. – De las historias que escuchaste hoy aquí, esa es la única real.
-¿Y como sabes todo eso del policía?
-Por que yo soy la pequeña de su historia y él era mi padre.
No hablo, pero en su lugar se puso de pie y se acercó a mí, colocó su mano suavemente sobre mi hombro a modo de consuelo.
-Lo siento, lo siento tanto….
-Tu no eres quien debe disculparse.
-Yo…. Creo que sí. ¿Sabes? Te dije que lo había conocido brevemente.
-Si.
-Fue durante el accidente. Quise ayudarlo, pero él no me dejo ya que estaban muy comprometidos. Él sabía que su hora había llegado y decidió usar sus últimos minutos para perdonarme, aunque dijo que no era mi culpa. También me habló sobre su familia y de cuanto los amaba. Me contó sobre su maravillosa esposa y de su excepcional hija, me pidió que les transmitiera sus disculpas y que les dijera que él las ama mucho, demasiado y que lamenta haberlas dejado solas tan pronto. – Quise preguntarle, pero él no me dejó y siguió hablando – También me comentó sobre la historia, ese cuento que creó para su hija y me dijo de que iba, pero que aún no tenía un final ya que los crea a medida que los narra. Me encargó crearle uno.
-¿Y lo hiciste?
Pregunte aún sin mirarlo para que no viera mis ojos lagrimeando ni mi desesperación por saber más de sus últimos momentos. Lo más extraño es que no sentía rencor hacia este extraño a pesar de lo que había confesado, si mi padre lo había perdonado es porque realmente merecía el perdón, además, había asistido al funeral para mostrar su respeto y eso valía mucho para mí.
-Si. De hecho si; le cree un final.
Me voltee con curiosidad por saber sobre la historia y me senté en el pasto para estar cómoda y él se sentó junto a mí. Nos pusimos a admirar el paisaje del cementerio con sus árboles danzando con él viento, las copas se mecían en el cielo infinito mientras los pájaros volaban esquivándolas. Entonces con voz suave comenzó a narrar el cuento desde el principio.
-El Lobo y la Princesa de las Estrellas:
Había una vez un lobo llamado Aelius. A diferencia de los demás lobos de su manada, Aelius no disfrutaba cazando y aullando a la luna. En cambio, pasaba horas observando las estrellas y soñando con mundos más allá del bosque. Un día, durante una cacería, Aelius encontró a una joven princesa llamada Seraphina. Ella había escapado de su castillo, huyendo de la frialdad de su familia. Sus ojos brillaban como las estrellas que Aelius tanto amaba. A pesar de sus diferencias, Aelius y Seraphina se hicieron amigos. Él le enseñó a escuchar el viento y a apreciar la belleza de la naturaleza. Ella le mostró los cuentos de su reino y le habló de las constelaciones que adornaban el cielo nocturno. Con el tiempo, su amistad se convirtió en algo más profundo. Aelius se enamoró de la princesa, y ella de él. Pero su felicidad no duró mucho. Cuando el rey descubrió la relación entre su hija y el lobo, la expulsó del castillo y la maldijo. Seraphina y Aelius huyeron juntos, enfrentando peligros y desafíos. Pero cuando el padre de Seraphina enfermó, ella se sintió culpable. Pensó que su amor por Aelius había causado la desgracia de su familia. Aelius, sin embargo, no la culpó. En lugar de eso, la consoló y le recordó que el amor no era una maldición, sino una bendición. Juntos, buscaron una manera de salvar al rey. Aelius incluso se aventuró en el Bosque Oscuro para encontrar una flor rara que podría curar cualquier enfermedad. La flor funcionó, pero el rey murió de todos modos. Seraphina se sintió devastada, pero Aelius la abrazó y le dijo: “No podemos cambiar el pasado, pero podemos elegir cómo enfrentar el futuro”. Juntos, construyeron un refugio en las montañas y vivieron allí, rodeados de estrellas y amor.
La moraleja de esta historia es que el amor verdadero no conoce límites ni barreras. A veces, debemos perdonarnos a nosotros mismos y a los demás para encontrar la redención. Y aunque enfrentemos pérdidas, el poder de nuestro amor puede ayudarnos a superar cualquier obstáculo.
Cuando terminó de narrar la historia sentí una presencia, era como si mi padre estuviera allí abrazándome y consolándome, diciendo que todo estaría bien, y yo le creí. Ahora lo podía creer.
-¿Te gusto?
-Creo…. Que no podría haber tenido un mejor final.
Le dije mientras admiraba los últimos rayos del sol perderse tras los árboles.
-¿Cómo te llamas? – Le pregunté de repente mientras le decía mi nombre. – Yo soy Peyton. Peyton Parcker.
-Lindo nombre. Yo soy Carter. Carter Collins.
Gire mi rostro y mis ojos conectaron con los suyos; aún podía distinguir el dolor y la culpa en ellos, pero ahora también había alivio, como si hubiera logrado deshacerse del peso de una gran carga.
-Un gusto en conocerte Carter.
-Lo mismo digo Peyton Parcker.
Ambos sonreímos y regresamos la vista al horizonte. No sé cuánto tiempo más estuvimos allí sentados, solo se que a lo lejos escuché los gritos de mi madre llamándome junto a la tía Amelia.
-Lo siento, pero debo irme.
-¡Niña! ¿¡Se puede saber con quién hablas!? ¿¡Y porque te alejaste tanto!?
Me gire y encontré a mi tía Amelia muy enfadada parada justo a mi lado. Dónde antes estaba Carter ahora solo había un pedazo de pasto aplastado. Miré en todas direcciones, pero no habían señales de él y según mi tía yo estaba hablando sola cuando ella llegó. Un poco confundida me puse de pie y camine junto a mi tía sin prestar atención a sus regaños.
Desde ese día creí que ese tal Carter solo había Sido un producto de mi imaginación o incluso un ángel que mi padre había enviado para de algún modo despedirse de mí. Nadie lo había visto en el funeral y todos negaban haber visto a un chico con sus características. Quién iba a decir que en realidad yo no estaba loca y que él realmente existía.
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Editado: 29.06.2024