A un Callejón de Distancia.

Capitulo 41

    Mis ojos se abrieron muy lentamente y veía nublado sin lograr distinguir nada. Lo único que tenía claro era el sueño que acababa de tener, era un recuerdo y está vez si recordaba el rostro del chico y con claridad. Sentí la humedad en mi rostro y supe que estaba llorando; de nuevo. Era Carter, siempre había sido él, no entiendo como no lo supe ver antes.  

   De fondo escuchaba el pitido de una máquina y me recordó al cuarto de Adam, incluso llegué a pensar que estaba allí, pero la habitación estaba demasiado iluminada y sus paredes parecían ser blancas. No, no estaba en el cuarto de Adam. Poco a poco eleve mi brazo derecho con mucha dificultad y toque mi rostro, quería saber que era lo que estaba molestándome en la nariz.  

-¿Peyton? ¿Cariño? 

    Logré escuchar la voz de mi madre, pero apenas era capaz de escucharla. Parecía que estaba metida en el fondo de un lago donde el agua me amortiguaba cada sonido, pero sabía que ella estaba contenta de verme despierta. 

-¡Voy a llamar al doctor!  

    Antes de poder parpadear ella se había marchado en busca del médico para que me revisara. Mi vista se aclaro y pude distinguir que mi pierna izquierda estaba con sello y mi brazo izquierdo estaba totalmente vendado incluso la mano. Mi pecho dolía como si me hubieran apuñalado reiteradas veces, una mariposa en mi mano se conectaba con una bolsa que colgaba junto a mi camilla. Él doctor entró por la puerta con una gran sonrisa y para mí sorpresa o quizá no, se trataba de Marcus.  

-Hola pequeña. ¿Cómo te sientes? 

-Bien.  

   Mi voz estaba ronca y la garganta me dolía al hablar, aunque, para ser honesta todo mi cuerpo dolía, incluso partes que ni siquiera sabía que existían gritaban con cada movimiento. 

-Bien, me alegra oír eso. – Él saco una pequeña luz del bolsillo de su camisa e iluminó mis ojos para que siguiera la luz con los ojos - ¿Recuerdas lo que pasó? 

-Si, algo. Vagamente. 

-Bien. Iré a hablar con una colega para realizarte unos estudios de rutina y control. Ahora vuelvo. 

   Antes de marcharse él abrazo a mi madre y le susurro palabras de aliento. Ella estaba tan nerviosa que incluso le temblaban las extremidades. No podía ni imaginar lo que debió sentir cuando se enteró de lo que había pasado, pero sin duda Carter debió de estar ahí para apoyarla. Carter. Tenía que verlo.  

-Cariño – dijo mi madre para llamar mi atención – cuando te trajeron al hospital, estabas muy grave, tu corazón….  

    Ella no pudo continuar ya que se rompió en llanto y eso me rompió. Ya había perdido a su esposo y hoy casi había perdido a su única hija eso debió destrozarla, pero ahí estaba, aún de pie. 

-No tienes que continuar si no quieres mamá. – Ella asintió y se sentó junto a mi mientras acariciaba mi pelo. – Mamá. 

-¿Si cariño? 

-¿Dónde está Theo? 

-Él está en la sala de niños jugando, una enfermera lo está cuidando. 

-Entiendo. – Mire hacia la puerta, pero Carter seguía sin aparecer. - ¿Y Carter?  

    Mi madre no me respondió y en su lugar desvío la mirada, pero antes de que pudiera insistirle con el tema una enfermera se asomó y la llamo. 

-Ahora vuelvo cariño. 

    Cuando mi madre se marcho me dejó con un mal sabor de boca y un presentimiento extraño sobre la ausencia de Carter. Al costado de mi camilla, sobre la mesa encontré un pequeño control y supuse que se trataba del control de la camilla. Lo tomé y presione el botón para reclinar el respaldo y quedar más erguida para observar mejor el entorno. En la mesilla había un pequeño cajón y una puerta con un compartimiento más grande. Con curiosidad abrí el pequeño cajón y en su interior encontré un sobre con mi nombre escrito a mano y en letra cursiva. Tomé el pequeño sobre y cuando lo abrí mis manos estaban temblando, pero mi garganta se cerró al comenzar a leerla. 

Querida Peyton, 

Hoy escribo estas palabras con el corazón en la garganta y la tristeza como compañera. No sé si alguna vez leerás esta carta, pero necesito expresar lo que siento antes de que el tiempo nos separe por completo. 

Perdóname, Peyton. Perdóname por no haber podido salvar a tu padre. Cuando vi su mirada desvanecerse, sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. No importa cuánto luché, no pude evitar su partida. Me duele pensar que no fui suficiente, que no pude ser el héroe que necesitabas. 

Peyton, sigue viviendo. No solo por ti, sino por Theo. Aunque no es mi hijo biológico, siento que es parte de mí. Su risa, sus ojos curiosos, son un recordatorio constante de la vida y la esperanza. Prométeme que cuidarás de él, que le contarás historias bajo el mismo cielo estrellado que nos unió. 

Hay algo más que necesitas saber. El día que enterraron a tu padre, yo estaba allí. No como un desconocido en la multitud, sino como aquel chico con el que hablaste en el cementerio. Fui yo quien te contó el cuento de Aelius y Seraphina. Fui yo quien compartió contigo la historia de amor y redención bajo el manto estrellado. 

Tú, la princesa de mirada estelar, y yo, el lobo desterrado. Nuestro lazo fue más profundo de lo que imaginabas. En cada palabra, en cada mirada, tejimos un amor que trascendió las circunstancias. Pero también cargamos con la culpa y la tristeza. 

La flor de la redención, esa que buscamos juntos en el Bosque Oscuro, no pudo salvar a tu padre. Sin embargo, nos enseñó que el amor no es un pecado, sino una luz que nos guía incluso en los momentos más oscuros. Aprendimos que el perdón es un hilo que une dos almas rotas, y que el poder de nuestro amor nunca se desvanecerá. 

Así que aquí estoy, escribiendo estas palabras bajo el manto estrellado. No sé si algún día me perdonarás, pero quiero que sepas que siempre llevaré tu recuerdo en mi corazón. Que nuestra historia, como las estrellas en el cielo, seguirá brillando incluso cuando estemos separados. 

P.D: En el abrazo de dos almas, la redención florece, y el amor, como las estrellas, nunca se desvanece. 

Con todo mi amor y dolor, 

Carter.  

    Una lágrima cayó sobre el papel justo en la “C” de su nombre y corrió la tinta. No entendía porque me había escrito esa carta, era como si de algún modo se estuviera despidiendo. Entonces, recordé que mi madre había empezado a decirme algo sobre mi corazón y cuando pregunté por Carter ella no respondió. El pánico y la desesperación se apoderaron de mí al comprender todo; tantee mi pecho y allí, había una costura, me habían puesto puntos como si me hubieran operado.  

-No… Seguro es un error…. 

    La voz se me quebró mientras el llanto salía de mi interior con la fuerza de un tornado. Cada emoción, cada sentimiento de perdida se había reunido para decidir salir ahora; todo aquello que alguna vez me daño, me rompió y callé ahora me estaba destrozando. Un grito desgarrador salió de mi garganta y recordé cuando era niña y sentía que el dolor físico era menor al emocional y una vez más, comprobaba que era verdad. Lo físico se podía curar, habían médicos especializados en cada área, existían medicinas para mitigar el dolor, habían terapias para la rehabilitación, pero…. No habían doctores ni remedios para sanar un corazón roto y menos uno destrozado. La máquina junto a mi comenzó a aumentar su pitido y Marcus entró en mi habitación corriendo con una enfermera pisando sus talones. Él le gritaba órdenes mientras me tomaba de los brazos para tranquilizarme, pero yo no podía escucharlo. Quiso sacarme la carta de las manos, pero yo no se lo permití, no iba a soltar lo último que me quedaba de Carter.  

-¡Denle el tranquilizante ahora!  

    Fue lo único que alcance a entender de las palabras que grito Marcus. Entonces una vez más, sentí mi cuerpo flotando, mi mente viajaba en un remolino de recuerdos: Mi padre entrando a mi habitación sonriendo traviesamente mientras llevaba consigo dos trozos de pastel, él contándome historias de fantasía, mis padres abrazados felices y amándose, nosotros tres en un día de campo, el último “Te amo pequeña” que escuché salir de la bica de mi padre. El nacimiento de Theo, fue el mejor dolor que sentí en mi vida, mi madre sosteniendo a su nieto, ella feliz con Marcus; el día que conocí a Carter en el cementerio y luego, nuestro reencuentro. Él siempre supo quien era yo, en cambio, yo no lo reconocí ni lo recordé, hasta hoy. Pude sentir el rocé de sus labios en los míos y sus manos acariciando mi pelo antes de caer en un profundo sueño. 





 




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