La plaza principal de Candelaria es una de las zonas comerciales más aburridas del área metropolitana y, mas bien, parece un obsequio para los que habitan cerca de ahí. Así el sol esté lejos de su declive, siempre hay fresco en la brisa y una banca con sombra; y tantos árboles que te llevaría más de una tarde contarlos. Los municipios aledaños se sentirían afortunados si tuvieran un lote con el zacate amarillo y unas llantas mal pintadas para embellecer su nombre, pero pasarían unos cuantos meses más para eso, y en dos años los columpios serían una cadena que cuelga de una barra despintada. Al final de las hileras e hileras de nubes verdes se esconde un castillo y su mural con la virgen de Guadalupe; si uno es muy distraído, puede verse caminando en otra época cuando oye su campana, al menos por un instante. Hay un gran kiosko en el centro que vendedores ambulantes aprovechan para la venta, y un museo de figuras de cera. Una corona de casas y locales atractivos rodea la manzana y continúa por la calle que da a las columnas del metro. El cuento de hadas del traunseúnte que pasara se volvió el preludio de una tragedia cuando Arvel pisó por ahí.
La cólera le habrá nublado la vista y la razón; sus piernas caminaban como una acción automática pero la mitad posterior de su cuerpo se daba por desentendida, lo que no lo llevaría a recibir la atención de un buen pedazo del parque si ya hubiera superado el mal hábito de masticar una orilla de su teléfono inteligente. Por la pantalla corría un río de saliva, sangre y residuos de cristal que ahuyentaba a los más grandes, pues hacía posible que se tratara de un loco que no escatimaría en hacerles daño, y su atuendo les llenaba la cabeza de prejuicios sobre el adolescente afeminado que agrada a Satanás. Manchitas rosadas colorearon el pavimento a medida que iba avanzando, advirtiendo al que lo viera el sendero de un auténtico muerto viviente; claro que varios tuvieron sus dudas, y las desecharon todas al aproximarse unos metros y percibir el murmuro suavecito que despedía por la boca cuando hacía añicos su celular. Uno o dos trataron de llamarlo pero nunca respondió, y los deberes de una vida agitada los llevaron a olvidarse del asunto, pero no a Tahiel. Claro que no fue el héroe de los principios bien claros que se aventó a la acción, a penas le vio la espalda cometió el error de confundirlo con un chico ordinario; su cabeza estaba en otra parte y su corazón pedía ser consentido después de una desilusión. Oyó a unas niñas cuchichear en la fila del puesto de las nieves, una señaló directamente al muchacho; su color desentonaba con el del resto y hacía obvia la embarrada de jarabe escarlata que englobaba toda su barbilla. Ni bien siguió su curso con la vista por un momento, percibió que un anciano ya se acercaba a remediar la situación, pero realmente corrió hacia uno de los bebederos porque una paloma le cagó la playera. Hay cientas de ellas en los cables de los postes, en la banqueta y en los recovecos del metro, pero es ridículo que su tino alcance algo más que vehículos, edificios y el piso; el evento solo habla de la mala suerte de ese hombre. No pudo quedarse a esperar a que alguien más hiciera algo siendo que el resto tenía el mismo plan y se acercó, pero esta vez para pincharle el hombro; el cuadro de una película de terror se dibujó frente a él cuando le enseñó su entrecejo fruncido y los dientes manchados de rojo. Sus ojos le gritaron en el silencio quién de los dos estaba más asustado, y no tuvo problema en regalarle un puñado de servilletas arrugadas en las que escupir. Sobrecitos de salsa de tomate también abundaban en sus bolsillos, pero esos no suelen ser de mucha utilidad si no se está comiendo.
Después de un episodio semejante, es normal que se hayan puesto a conversar, pero no si uno traía un bozal de pañuelos que no dejaba escapar bien las palabras que ya pronunciaba extraño; si no le presta atención su español parece una lengua indígena extraviada por el tiempo. Las dificultades solo escalaron de nivel cuando empezó a pedirle indicaciones para encontrar una granja, más sencillo toparse con un elefante en el mar pero, pelón y con piojos, el gringo ese insistía en que hallarían una en la otra calle. Morder el teléfono cuando se enfadaba no podía ser el único de sus desperfectos... Un necio, dos necios, impusieron su postura como una montaña a la que no movía ni Dios y la defendieron con más orgullo que buen juicio. ¡Los buenos argumentos están de sobra cuando en la cabeza del obstinado él es el único que tiene la razón y sanseacabó! Los reclamos gritos, gritos bramidos de un par animales iletrados, entre el calor de la discusión los colores se les treparon al rostro. Para cuando el hartazgo los llevó al silencio Arvel era una granada con patas, parecía que iban a dar el tema por terminado y marcharse, pero un airecito de paciencia y algo más incitó a Tahiel a pedirle los nombres de las granjas que conocía, "Aguada la jarra" y "Venda vives" le transmitieron un aire conocido. La mano pálida de Arvel dibujó el contorno del cielo desde la tierra y luego puntuó con su dedo un cartel azul; por poco lo confundía con un chango, señalando el logotipo de una cadena de farmacias muy popular con brincos y maromas. Se le desinfló la panza de la pura impresión así que de no estar gordo remedaba a los globos reventados, descubrió que se estuvo media hora en la calle peleando por una mamada y cuando la risa lo agarró ya no lo quiso soltar. Pobre diablo, si el foráneo no hallaba la manera de hacerlo andar entre carcajadas iba a quedar como el otro chiflado del 141.
Unas cuantas cuadras después soltó el suspiro que pone en evidencia un breve periodo de buenas risotadas y se vio obligado a aclarar la confusión de hace rato: de seguir con la idea de que buscaba una granja lo iba a mandar hasta Santiago, Nuevo León.
– ¿Santiago?
– Bueno, tampoco hagas esa cara, te habrías divertido en la feria de la manzana y Cielo Mágico.