Daniel y Merissa arrastraron a Zíu hasta una habitación bien iluminada, decorada con hermosos murales, una gran ventana doble que miraba hacia un gran patio verde y un hermoso color marfil en las paredes. La brisa fresca de la tarde entraba y Daniel pensaba que no iba a dormir lo suficiente para lograr ajustar su reloj interno. La mujer se sentó en el borde de la enorme cama de sábanas azules. No dejaba de presionar la herida y la sangre salía rebelde por entre sus dedos.
— Iré a buscar el kit de primeros auxilios — Anunció Merissa. Sus ropas estaban bañadas en sangre de Zíu, al igual que las de Daniel.
No— Contestó la mujer, la respiración se le entrecortaba — salgan los dos de la habitación.
— Pero… — empezó a decir Daniel.
— He dicho ¡Fuera!
Cerraron la puerta al salir, Daniel siguió a Merissa hasta lo que parecía una sala de lectura. Tenía unas puertas francesas enormes que daban al patio trasero . En las paredes muchos estantes albergaban una gran variedad de libros, en el fondo había una chimenea de ladrillos que subía hasta el techo, dos enormes sofás y varias sillas y mesas. Todo, muy lujoso y de buen gusto. Sin embargo Daniel no pensaba mucho en la decoración del lugar. Su mente giraba en torno las heridas de Zíu y todo lo que acababa de suceder, lo que le sucedió a él.
Se dejó caer sobre uno de los sofás, con la vista fija en el techo, enseguida se percató como la sangre de su ropa manchaba la tela beige del mueble y volvió a la realidad. Se encontraba en casa ajena, manchando de sangre unos muebles que sin duda no podría comprar ahorrando sus mesadas.
— Espero que a tus papás no les moleste un poco de sangre en estos muebles que de seguro valen una fortuna
— No te preocupes por eso — dijo Merissa a la vez que con una destreza increíble prendió la enorme chimenea.
Hasta ese momento Daniel no se había percatado del frío que se le colaba por los huesos.
— Entonces estamos en Escocia, es increíble, siempre quise viajar… Me sorprende lo bien que hablas el español.
Merissa lo miró con curiosidad y se dejó caer sobre el sofá que estaba en frente.
— Hasta este momento pensé que hablabas en inglés. — dijo la muchacha.
Daniel recordó lo que le había dicho Zíu, “mejorarás tus sentidos”. Ya parecía una eternidad desde que eso pasó. Le costaba creer que solo habían pasado días. Solo tengo que concentrarme, pensó.
— Daniel, ¿estás bien?... ¿qué sucede?...
Daniel cerró los ojos y dejó que el ambiente lo invadiera, pudo sentir el movimiento de la brisa fría a su alrededor, el sonido del crepitar de la leña, la respiración de Merissa en frente de él, y entonces escuchó su voz, con un hermoso acento escocés en él.
— Soy yo — dijo, abriendo nuevamente los ojos. — puedo entender todo lo que dices, mi mente lo traduce al español. Y al parecer he estado hablando contigo en ingles sin darme cuenta siquiera.
— ¿Cómo es eso posible?
— Zíu, ella incrementó mis sentidos o algo así, supongo que el traductor universal venía incluido.
— ¿Crees que se pondrá bien?
Daniel levantó la vista, y la fijó nuevamente en el techo, como tratando de atravesar los muros hasta ver la habitación de Zíu.
— Por el bien de nuestras vidas espero que sí.
Pero no solo era por eso. De verdad ansiaba que ella estuviera bien y le dolía, por alguna extraña razón que lo hubiese apartado de la manera como lo hizo. Eso lo llevó a entender que realmente él no es más que un insignificante humano para ella.
-****-
Zíu estaba tendida sobre la cama con la vista fija en el techo. Rodeada de un enorme charco de sangre que hacía que la sábana que en algún momento fue azul se viera morada. En frente, del otro lado de la habitación había una chimenea, la mujer levantó el brazo que no tenía herido y el fuego empezó arder, pero le costó sus últimas raciones de energía.
La habitación estaba en un silencio solo interrumpido por el crepitar de la madera. Haciendo un gran esfuerzo, se sentó en la cama y empezó a desprenderse de toda la ropa que llevaba puesta hasta quedar completamente desnuda. Se puso de pie con dificultad y caminó hasta la puerta de madera al lado de la chimenea, del otro lado, una enorme tina con patas en forma de garras color dorado ocupaba casi toda la habitación. En la pared colgaba un enorme espejo sin marco y por debajo de este un lavabo. Abrió las regaderas de la tina, el agua caliente empezó a llenarla. Cuando decidió que ya era suficiente se introdujo en esta. El agua que segundos antes era transparente se tiñó de rojo.