A veces una historia

Polvo de fuego

El frío mordía su piel enfriando su nariz y volviendo rojos sus cachetes. Por más que se frotaba las manos no lograba que una pizca de calor se filtrara en su cuerpo. Su caminar era lento, pero decisivo. No es que fuera tarde, pero lo mejor era no jugar con el destino. Isha, su pequeña hermanita, se sujetaba desesperadamente de su abrigo y con su otra mano sujetaba su gorrito, intentando que el viento no se lo llevara.

Recorrían en silencio las calles abandonadas, los escombros entorpecían su marcha y de vez en cuando se detenían escuchando los crujidos de los edificios. La ciudad parecía estar habitada por fantasmas y, sin embargo, de entre los lugares más oscuros salían personas con ropas agujereadas y polvorientas. Siguiendo el mismo camino que ellas.

Kylie siempre se maravillaba cuando visualizaba la fábrica. Era lo único que se mantenía en pie. Una estructura maravillosa que parecía reflejar la gloria de antaño. O al menos eso solía decir su padre. Cubría al menos una cuadra y tenía una entrada en semicírculo. Los jefes solían ingresar con esos ruidosos vehículos motorizados llevando la mercancía.

Un guardia delgado y muy alto custodiaba la entrada. Utilizaba un cinturón demasiado grande y llevaba un palo chueco lleno de clavos. A su lado la criatura más feroz y espeluznante comenzó a ladrar. El perro era tan delgado como su dueño, se notaba todas sus costillas e incluso algunas vertebras de su cola. Ni un solo pelo cubría su cuerpo y de su boca llena de dientes afilados caían gotas asquerosas de baba. Isha se apretó más a su cuerpo.

Kylie abrazó a su hermana. Llevaba una semana trabajando en la fábrica, pero todavía sentía miedo por la criatura. El guardia ni se molestó en mirarlas y jaló ligeramente de la cadena del perro. Antes de entrar Kylie miró una última vez al cielo. Era hermoso mirarlo a esa hora de la madrugada, oscuro, gris y repleto de nubes. Parecía inofensivo y digno de admirar. Si tan solo se quedara así. Estático e inofensivo.

Kylie no tardó en separarse de su hermana. Trabajaban en áreas diferentes de la fábrica, así que no se verían en todo el día. Isha le dirigió una última mirada llena de miedo antes de desaparecer por una esquina. Kylie no dejó que el gesto la enterneciera y mecánicamente fue a su puesto de trabajo. Una habitación vacía en una ciudad fantasma.

El lugar estaba dominado por el silencio. Sólo interrumpido de vez en cuando por la tos seca de alguien. Todos los niños estaban en sus puestos, esperando pacíficamente detrás de sus largas mesas. Kylie siguió su ejemplo y observó los materiales frente a ella.

Había tres tazones extremadamente grandes llenos de unos polvos. Eran de tres colores distintos, el polvo blanco semejante al azúcar que hacía daño al tocarlo, el polvo negro que tiznaba sus manos y el polvo amarillo que le provocaba estornudos.

El sonido de un golpe metálico llamó su atención. Frente a ellos se encontraba el capataz. Un hombre unos kilos más delgado que el guardia. Llevaba el cabello rapado mostrando una enorme cicatriz que se extendía desde su frente hasta su nuca, le deformaba el cráneo y le daba un aspecto siniestro. Kylie podía imaginarse el hacha clavada en su carne. Los miró uno por uno, dándoles un discurso con una sola mirada. Todos sabían las reglas. Todos sabían las consecuencias.

Hablar le era imposible debido a que no tenía lengua. Le habían cortado para que no hablara de lo sucedido tras los muros. Lo único que quedaba en la tierra era la ciudad y lo único que importaba era la fábrica. Solo por ella vivían. Solo por ella morían.

El capataz hizo una señal con su dedo y la música no tardó en sonar. Retumbaba en las paredes y golpeaba en sus oídos con una melodía que daba escalofríos. Desde que había entrado a trabajar la escuchaba y desde entonces la odiaba. Salía de unas bocinas de tiempos mejores que distorsionaban ligeramente el sonido.

"El polvo negro debe ir primero,

Toma un puñado y colócalo en el tintero,

Tienes un mazo, aplástalo fino, fino.

Ten cuidado de que no se caiga al piso.

El polvo blanco debe ir segundo

Aplástalo con el mortero, duro, duro

Espárcelo en el polvo negro

Debe ser perfecto o si no te desprendo

El último es el amarillo, el más sencillo

Solo tienes que mezclarlo y fundirlo"

Todos los trabajadores se movían al mismo tiempo tarareando la cancioncilla y haciendo lo que les decía. Era la forma más rápida y eficiente de hacer el polvo de fuego. El único que los había mantenido con vida tanto tiempo.

Pasaron algunos minutos o quizá horas, a Kylie no le importaba. Solo le importaba seguir las instrucciones. Una vez que hubo completado un saco. Lo llevó hacia la banda transportadora. Era una máquina monstruosa que sonaba estrepitosamente y que de vez en cuando opacaba a la canción. Usando toda la fuerza de su cuerpo levantó el saco y lo dejó. Estaba por volverse cuando se dio cuenta que no continuaba. ¿Por qué?

Frunció el ceño y lo miró solo un segundo. La banda se movió, lenta, pero ruidosa como siempre. Kylie sacudió su cabeza, quizá solo era su imaginación. Más tarde ese día, volvió a dejar un saco y esta vez procuró no distraerse. Sin embargo, la banda volvió a tardarse. Esta vez tardó un segundo más.




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